Palabras al viento

—Las noches no han cesado, amanece pero cada día es más oscuro. Cuesta entender, escuchar, sentir. Para qué escribir, la pregunta no deja de retumbarme, la pregunta, resuena pese a que me la hicieron hace cuatro días, a que del fuego ya solo queda el olor y los pisos pintados con tizones, a que la calentura se transformó en cuerpos helados, para qué hijueputas escribir, como anécdota, para no olvidar, para no repetirlo… basura, volverá a pasar, y la respuesta no es diferente en esta ocasión.

Por necesidad, y no, no la de los ideales que salieron a defenderse, ni la de la de las vidas que fueron y no volvieron, esas son dignas, se defienden solas y no necesitan de nadie, muchos menos de las palabras, mucho menos de las mías. Escribo por mi necesidad, la de contar, decir, la de contarme y decirme que todo ocurrió por algo.

—Mientras que hablaba Andrés sostenía la hoja frente al grupo. El país se había desangrado en tres semanas de protestas, el pueblo había salido a la calle para eliminar el congreso ante la petición de una cuarta reforma tributaria, una cada año desde que el hijo del expresidente había asumido la presidencia, después de que se declarara el estado en exaltación hace ya unos años.

Cuando las protestas se anunciaron el mensaje había sido claro, tiraremos a matar. Esta vez no había ni siquiera la intención de disimular, el gobierno estaba cansado de justificarse. Y sus acciones eran injustificables, y su transmisión televisiva parecía confirmarlo.

Todo esto era historia antigua para la clase, lo sabían bien, era la generación que había presenciado los ríos de sangre, el cambio de color de la bandera y el silencio cómplice y estridente de los medios.

—Ocurrió para sentar un precedente, si un gobierno estaba dispuesto a matarnos, era un gobierno que solo tenía poder mientras tuviéramos miedo a morir, un miedo que como sabemos se ha perdido. La gente se tomó de gancho, la gente avanzó arrastrando los muertos, la gente continuó avanzando sobre los cadáveres, la gente avanzó hasta que las armas dejaron de disparar, hasta que el miedo a no estar de su lado carcomió la consciencia de los soldados, de los policías, los únicos disparos que se oían es de aquello que se vieron perdidos, a quema ropa en sus propias cabezas, un último disparo para no pagar nunca lo que se habían robado.

No podrían hacerlo tampoco, no entendieron que lo que la gente quería era la dignidad que les habían arrebatado, eran las voces que habían silenciado, era la memoria que querían borrar, abandonar ese sentimiento de impotencia. Y por eso avanzaron, muertos en vida, sin miedo a dejar de vivir, por eso cayeron tapizando las calles, abandonado el silencio, una manifestación suicida, de frente a las balas.

Mis padres, tus hermanos, sus primos, los tíos —Dijo estas palabras mirando a los ojos a sus compañeros, recitándolas de memoria, recordando que sus padres se las habían dicho hace cuatro noches. Hoy salimos para que tú no tengas que hacerlo, hoy intentaremos devolverte el legado con el que fuimos criados, que nuestros hijos no tengan que vivir lo que nosotros vivimos.

—Por eso vale la pena escribir, por eso escribí esto, aunque las palabras se las lleve el viento, a veces crecen en los oídos que las escuchan.

—Contra todo pronóstico Andrés pudo terminar de leer su carta, y pasó a la historia como el primer estudiante de un colegio militar en ser fusilado.