Amaneceres

El sol sale siempre sin muchas variaciones, puede hacerlo un poco antes o un poco después dependiendo de la latitud, más intenso dependiendo de la estación, pero nunca realmente sorprende, y no me malinterpretes, sigue siendo hermoso y fascinante, pero cotidiano, y sin embargo, a veces, con una taza de chocolate de mesa, no café instantáneo, sino ese que sabe a al que preparaba mamá, esos que ella espumaba haciendo bailar el molinillo de madera, ya sé que yo no lo preparo así, la tecnología se ha encargado de que pueda hacerlo hundiendo solo un botón con una chocolatera… y aunque no es lo mismo, es lo mismo.

-Carlos le habla desde la cama, ella lo escucha sonriente, sabe que los días donde se toma el tiempo para hablar antes de salir de la cama es porque está despierto, presente, sabe que está ahí con ella, atento y eso le gusta, no le dice nada pero sabe que cuando piensa en algo tanto queda en un estado en el que lo ve todo.

Ella sabiéndolo comienza su ritual de cada día, pero sabiendo que aunque nada ha cambiado hoy todo es distinto, elige su ropa interior sabiendo que mientras sigue hablando de chocolate la mira, que mientras le cuenta del queso derretido dentro de la taza no le saca mirada de encima y por eso escoge un bralette que le hace juego, y sonríe, sonríe con malicia, con ganas, sabe que el aún en cama la mira y se muerde la boca, aunque ella no lo está viendo lo sabe, sabe que debajo de las cobijas los músculos se tensan y toma la crema y se acaricia las piernas mientras que el habla de arreboles en el balcón, del chocolate espumoso y del valor de los momentos, los pequeños, los simples, del registro que deja el aroma en el tiempo, en él.

Y Ella entonces camina, dando saltitos pequeños, abre su repisa y comienza a mirar a los colores, los cristales, a destaparlos y olerlos, ummm piensa Fantasía floral para generar ese ambiente con el que lo deja en un estado tierno y apacible, o quizá esa madera sexy, esa que cuando el trata de describir lo que siente, habla de la sumisión a la que se siente llamado, a cómo le cambia su visión de ella, a como su 1.60 cm se transforman en una figura imponente, capaz de domarlo, de su deseo de obedecerla y complacerla para que esté contenta, también está ese otro con el que se siente provocativa y dulce, caprichosa y divertida y de repente nota el silencio, huele dulce, no es ella, no ha tenido tiempo de usar ningún perfume, él se ha levantado de la cama, ha cocinado, huele a chocolate, a pan caliente, a mantequilla de perejil, a fruta fresca…

Ella elige dispara en las clavículas y detrás de las orejas, nunca en las muñecas, solo un poco detrás de las rodillas, suspira, poderosa, sexy, dominante, se viste para la ocasión y sonríe porque cuando él cocina ella sabe que él es consciente de que ella no es suya, cuando habla del sol, del chocolate, de los arreboles, de la vida, recuerda que está vivo y se entrega a los pequeños momentos, si todo sale bien, esta noche amanecerá en medio de orgasmos, que lindos son los amaneceres distintos piensa y se sienta a la mesa sonriendo.

Cotidianos

No ha salido el sol aún, pero los relojes ya cantan, canciones favoritas, alarmas nucleares, gritos de caricaturas o silbidos de pájaros gritan para despertar a la gente, sincronizados, pero no juntos, responden orquestados desde las 4:am hasta las 7:am sin parar, sin interrumpirte, cada 10 minutos suena una tanda de alarmas. Y tras cada una comienza una carrera, las duchas son largas y también cortas, las temperaturas varían, algunos se queman otros se congelan, los desayunos van de lo práctico a lo elegante; se rompen los huevos, se sirve cereal de la manera correcta -el cereal primero- y también de la equivocada, la leche primero; están los que antes de levantarse pueden revolcarse y echarse un mañanero delicioso, aun cuando por comerse se queden sin tiempo de comer.

Después corren, al ascensor, por las escaleras, a la parada de autobús donde todos se encuentran y represan, un río de gente, un mar de gente, que, en pocos minutos, con suerte, estarán reunidos como peces en un barco de pesca, juntos, tan juntos que parecerán íntimos, sentirán el sudor del otro, el aliento del otro, a veces con gusto y en la mayoría de los casos con asco. Afuera, individuos encapsulados viajan solos y se consideran más afortunados que las sardinas enlatadas de los autobuses, los colectivos, los transportes públicos en general; sin embargo su autonomía vale, vale horas en familia, con amigos, vale un seguro, y nafta, gasolina, gas… vale oxígeno, pero no importa, lo vale, no tener una gota de sudor ajeno e indeseable corriendo por la piel, no tener que sentir un pene flácido o tieso en un bus o en un metro, lo vale, no tener que sufrir porque entre tanta gente es imposible evitar el roce de sus penes o sus tetas contra espaldas, cabezas, nucas, culos ajenos, lo vale no tener que angustiarse por ser tildado de depravado cuando tan solo se está enlatado.

Están los otros, los aventureros, forajidos que escapan de los embotellamientos, como serpientes se desplazan por los canales, los espacios, serpentean el tráfico, y se burlan de los hombres pecera en sus carros y de las sardinas en sus transportes públicos, ellos, en su afán avanzan solos hasta que llueve y entonces como pequeños peces asustados se reúnen bajo arrecifes de pavimento, bajo puentes, techos, almacenes, se reúnen y se escampan, se esconden.

Ahí puedes ver a los audaces, mojado un dedo, mojado la nalga. Y caminan, o montan sus bicicletas sin inmutarse, crustáceos y moluscos son, indiferentes a toda vicisitud, continúan su camino como animal sin predador, inmutables, viéndose tan lejos de todo como se sienten, orgullosos de una rebeldía justificada pero insignificante, y aunque intentan ser imitados, lo cierto es que su comportamiento y su credo exige tanto y da tan poco, que, en lugar de compartirse, repele.

Las luces cambian lentamente, y los peatones se atropellan entre ellos, cuando hace sol aún con más fuerza. Hormiguitas angustiadas, corren con el peso de una lupa imaginaria, de una amplificación social sobre sus hombros, sintiendo el peso de lo que demandan de ellos; tengo que ser, tengo que llegar, tengo que estar, tengo que ir. Tienen todo menos opciones o decisiones. Hormiguitas y abejitas que más que obreras se esclavizan, y luego los zánganos, otros que disfrutan más su labor, se llenan de placer en su repetición, en sus embestidas orgásmicas, en su labor reproductiva, creativos monoproductores que se excitan con su día a día polvo tras polvo, adictos, todos adictos, al tabaco, al licor, a la adrenalina, al deber cumplido y los encontrás en todas las ramas, y en todas las profesiones, las horas trascurren, rápido y lento dependiendo de cada uno. Porque solo la percepción altera el paso del tiempo.

Al final retornan, agotados todos, agobiados, desmoralizados, descremados, desindividualizados, sintiéndose un cualquiera, uno más… y antes de dormir, programan sus alarmas.