Desencuentros

La primera vez que me plantó tenía 15 años, nunca ha sido puntual ni de buena memoria, quizá debí haberlo sabido en ese entonces, pero como todo comienzo altera la realidad, no me importó. Pensaba que de todas maneras siempre llegaría tarde porque mi deseo siempre la reclamaría antes. Aprovechaba su demora para leer, en ese entonces y ahora, los libros siempre fueron mi aliado en la espera, mitigaba la ausencia de sus labios, de sus manos alrededor de mi pecho, y disfrutaba en ese otro mundo previo a su llegada.

Llegó tarde a casi todas las citas que tuvimos, incluso alguna vez prometió que no volvería a suceder y pensé que iba a terminarme porque sabía de antemano que nunca, nunca, podría llegar a tiempo. Estuvo cerca, sí, un minuto de más, 2 o 3, en esas ocasiones llegaba risueña, orgullosa, lo había casi conseguido, no tuve el corazón para decirle nunca que dos minutos tarde no era a tiempo. Me gustaba verla sonreír y bailar como lo hacía cuando era feliz con las pequeñas cosas.

Le costaba salir de la cama, siempre quería 5 minutos más y no entendía cómo podía yo pararme de la cama con la primera alarma a las 4 am, si a ella le costaba salir con la tercera de las 7, lo decía con un puchero de culpa, con una cara de inocencia y de angustia, siempre fue tierno verla con esa expresión.

Miro el reloj, 15 minutos tarde, muchas veces han sido 15 minutos, no es grave ni su mejor marca, bajo la vista y sigo leyendo un viejo libro de Pérez Reverte, una novela de perros, Los Perros Duros no Bailan, es graciosa, realmente es un relato más policiaco que otra cosa una especie de thriller pero el recurso refresca y lo hace interesante, quiero seguir leyendo pero no puedo, no deja de llamarme la atención que ahora, justo hoy cuente el tiempo para reunirme con ella, en el fondo sigo pensando que ella nunca llegará a tiempo, que nunca podrá ganarle a mis ganas de que llegue antes, incluso hoy 30 años después desde la primera vez que lo hizo.

El tiempo es un concepto muy abstracto, no sirve mucho hablar de 30 años, pero han sido 10 vacaciones juntos, eso, claro por mi culpa, nunca he sido bueno descansando, tenía cuentas por pagar; si en algún momento va a uno a sacrificarse que sea cuando hay ánimos para ello, quería dejar pagas todas mis deudas antes de cumplir 40 años, lo intenté pero fue imposible, siempre lo supe, eran realmente los 43 la meta pero no dejaba de tentar la suerte a ver si me sorprendía, han sido cientos de tarde de domingos juntos, incontables domicilios, películas, cafés, fantasías gastronómicas, complaciéndonos… al final son esos momentos a los que siempre vuelvo cuando pienso en ella, en nosotros.

Cierro el libro con la certeza de que no voy a poder leer, voy a seguir recordando esos momentos, las caminatas, el despertar juntos, un maldito cliché, la ventana detrás de ella, la luz que llega desde la espalda, la forma en como el cabello le cubre el rostro, ella todavía a sus 30, con el pecho desnudo, en mi cama, en mi casa antes de que fuera nuestra casa, el tiempo derrotado, la vida congelada…

Por fin sale, es una cajita de música, sonrío entristecido, hoy es la última vez que llega tarde, ahora descansa, el cáncer ganó y yo soy el único que pierdo.

Contundente

La respiración agitada, la vista nublada y difusa… la confianza perdida al igual que el equilibrio, el mundo de repente acelera y se inclina, en medio de esa espiral expresionista brota el miedo y me entrego a la suerte, es estúpido, pero de alguna manera creo que quizá duele más si veo contra que me golpeo, entonces aprieto los párpados y solo siento el calor alrededor del fémur, en el radio y el cúbito, escucho el sonido seco del casco contra el pavimento… y entonces sé que todo ha terminado.

Es curioso que un golpe tenga temperatura, que se sienta caliente, antes de abrir los ojos me hago más preguntas tontas, quiero postergar el resultado, postergar las consecuencias que al final son siempre inevitables, cúbito y radio pienso, cómo es que olvido con cual mano debo frenar pero puedo recordar el nombre de dos huesos que estudié en cuarto de primaria para ganar educación física. Definitivamente La memoria es caprichosa cuando la atención es escasa. No escucho ninguna fractura, pienso que las fracturas tienen un sonido similar a cuando la uno se saca una espinilla, la piel se rasga, si se presta atención puede escucharse como ese desgarro se transmite por los huesos hasta el tímpano, con lo huesos supongo que es igual y no escuché nada así que no debe haber nada roto, espero, deseo.

Por fin junto el valor, abro los ojos, al hacerlo vuelvo a activar mi sistema nervioso al parecer, el codo, el codo que nunca sentí que pegara contra nada, que jamás se calentó como una resistencia eléctrica de cocina, ese que consideré intacto sangra, se siente como gelatina, el antebrazo derecho está tatuado en la acera, también sangra, la ropa pienso, intacta por fortuna, la gente alrededor no entiende, no se explica cómo ha pasado y me mira como pidiendo una aclaración… los decepciono, tampoco la tengo, no sé por qué sin nadie en frente, sin ningún carro cerrándome, sin nada que me sorprenda, mi mano izquierda se extiende, toca la palanca del freno y siente un cosquilleo ajeno a toda razón, y aprieta, aprieta fuerte, y yo me catapulto pero no, no hay nada, nada que justifique la acción, nada para contarles, necesito decirles algo, justificarme, caído sí, imbécil claro que sí, pero ellos no tienen por qué saberlo, y miento. -Estoy bien, me levanto y me sacudo el pantalón, las piernas me duelen, se encienden al tacto, que no sea grave, hijueputa que no sea grave. No me quiebro y continúo, me levanto, los miro y digo: -No me pasó nada.

Me monto a la bicicleta de nuevo, miro al frente no quiero encontrarme con sus miradas, no quiero más preguntas, la humillación duele más que el golpe, la estupidez es más contundente que el pavimento, desgasta más que el asfalto corrosivo, ellos sonríen, sé que sonríen, por dentro lo hacen, no están interesados en mi seguridad, solo quieren conocer mejor la historia para contarla bien, la inexplicable historia de un gordo cayendo en bicicleta, mentirán, estoy seguro que mentirán que dirán que la barriga me bajó la sudadera hasta las rodillas y que me vieron volar y rebotar en la cicloruta, que lo vieron pararse tembloroso, llorando, levantándose los calzones con una sola mano, otros más ingeniosos quizá digan que fue frente a una panadería, quien no les creería que un gordo cae conceptual y físicamente ante el olor de pan recién hecho, otros hablarás de helados y quizá alguno diga que fue una foto de una hamburguesa o una valla de una chocolatina, de todas las mentiras que puedan decir, el pan será la mejor, imagino el olor del pan, puedo casi saborearlo, conociéndome me parece lo más factible.

Pedaleo con dolor y adolorido, la idea no me abandona, y pedaleo con una leve sonrisa, porque la idea de un gordo cayendo porque el olor del pan lo distrae es poderosa, más poderosa de lo que pensaba.

Cotidiano

“No sos especial, al universo no le importas y el mundo puede seguir girando sin ti”

El flaco

Madrid un día de octubre del dos mil algo

Hay algo llamativo en ser extranjero, en estar lejos de casa, de las costumbres y las jergas que hacen que una persona pertenezca a un lugar, uno no es cotidiano, solo con hablar su acento rompe la monotonía, la gente gira te mira con los ojos despiertos, en busca de una especie diferente de humano, quieren encontrar un ser con una lengua amorfa incapaz desde la biología de marcar las Z, las S y las C, voltean apresurados, deseando encontrar al espécimen que ignoraron a su paso, es fácil también ver su decepción cuando se encuentran con mi imagen, no tan distinta a la de ellos, no tan extraña… sus ojos se duermen, y entonces dejan de mirarte.

Hay otro tipo de sorprendidos, los que hace mucho migraron y encuentran en tu forma de hablar, todavía originaria un golpe de la nostalgia, quizá sea solo una palabra, pero les recuerda a la forma en cómo la decía un amigo, un primo, quizá sus padres o abuelos y entonces sus ojos atemorizados por la diferencia en un comienzo se tornan emocionantes y emocionados, recuerdan algo que yo no puedo entender, pero los rompe, quizá sus juegos callejeros, sus apodos, su existencia siendo ellos, la mayoría, el decreto de la normalidad, quien nunca es el extraño, pero también los momentos felices, los sabores que allá lejos son costumbres y aquí solo recuerdos, anhelos, ellos te miran con una alegría extraña, agradeciéndote por existir, por hablar, por transportarlos a ese lugar al que pertenecieron pero donde hoy también serían extraños; el migrante nunca vuelve, su viaje lo cambia, deja de encajar de donde parte y nunca podrá hacerlo a donde llega, pero en esos pequeños momentos, es y lo agradece.

Para mí es extraño, aunque esa novedad llamativa va en doble vía, todo para mí es nuevo, no ellos, los lugareños son iguales sin importar a donde vayas, adormilados, se sienten dueños de, aunque no conocen nada de sí mismos, la historia de sus calles ni sus monumentos, para ellos es solo un lugar de tránsito, ignorar la belleza del contexto y la historia es un mandato claro del día a día, sin embargo como colectivo tiene sus costumbres, sus particularidades, sus acentos… aunque son levemente diferentes, su ropa, su forma de caminar, su noción del peligro que siempre me resulta exagerada. No crecí en medio de las balas como muestran las novelas, pero sí en un ambiente hostil y desconfiado, hay un radar natural que detecta el peligro, el real, no el infundado de la xenofobia, sino más visceral, un instinto animal que puede oler, sentir quien lo amenaza, no le temo a la imagen de los otros sino a su comportamiento; camino tranquilo entre ellos sin inmutarme.

La sensación no durará mucho, la beca es por 3 años, llegará el momento donde conoceré su inverno, su otoño, su primavera y su verano, donde aprenderé a pedir algo en algún local de cierta manera para que me atiendan más rápido, para evadir las filas, dónde comprar todo un poco más barato o conseguirlo de mejor calidad, donde doblas las esquinas, y cruzar las calles, a ignorar los andenes, los balcones tan pequeños y tan juntos… y entonces todo me será cotidiano, lo disfruto mientras tanto porque cuando pronto volveré ser otro, no tendré nada especial, el universo recuperará su rumbo y su mundo seguirá girando sin mí.

Buses y cebollas

Prefacio: No sé que relación tiene el transporte y el llanto, pero qué fácil es llorar en los buses

El flaco

Un hombre que ríe no es una imagen tan fuerte como uno que llora, no sé por qué, ambos sentimientos son similares, me refiero a los que ocasionan la risa o el llanto, la felicidad y el dolor no están en escalas diferentes, sin embargo la segunda acción tiene de su parte el misterio. Creemos que sabemos porque ríen los hombres, pero siempre nos intriga el por qué lloran, por eso el llanto debe ser de un hombre adulto, uno que luzca fuerte, tosco, uno que sufre tanto por llorar y ser visto como por la razón que lo doblega.

Las puedo contar en los dedos de las manos las veces que he visto hombre deshacerse en el llanto, corriente buenos aires 2015, frente a mi camina un hombre alto, odio un poco cruzarme con personas más altas que yo, odio que me vean desde arriba porque sé que con el tiempo me verán con desprecio, pero cuando pueden mirarte desde arriba y con desprecio, me jode, en fin, el hombre alto camina con el celular pegado a su oreja, la voz engreída,  muy porteña de repente pierde su tono canchero, escucho el cambio y pienso, le sacaron la pelota, no sabe jugar sin ella:

—pero, —y se calla, se muerde el dedo índice y merma el ritmo de su caminada

—pará, pará —y es él el que se detiene, al que se le agota la prisa

— no, no es así, —lanza comienzos pero no puede desmarcarse, lo incomoda la situación pero no tiene escapatoria, está jugado, pero no se da cuenta, no tiene juego, le ganaron la espalda y desde atrás ahora lo atraviesan. Se desploma en la vereda, se sienta en un pórtico de un negocio, se descompone, se desconfigura su rostro pero aguanta, la gente lo ve y él lo sabe, llega su colectivo y se sube, subo con él, no voy  hacia allá, pero quiero verlo llorar, angustiado, quiero ver la evolución de su mueca y tratar de clasificarlo, no fue explosiva, nadie ha muerto, pero él se está muriendo, usa su sube, 4.25 marca, vamos lejos, pongo mi sube -6.25 estoy cerca del límite, tendré que caminar si no comienza a llorar al pasar por la última estación del subte, por fortuna el dolor le gana, y con solo sentarse pierde su armadura, llora con una cara de niño ridículo, llora con una mueca de ego herido, llanto de abandono, a este lo dejaron, los escucho sorberse los mocos y cada que se controla marca desde su celular y con cada llamada rechazada llora de nuevo.

Barajas 2018, un hombre zapatea en la fila, está pálido, tiene miedo, sabe algo que los demás ignoran, él ay sabe cómo va acabar todo, en el fondo lo sabe, pero allí continúa, no hay esperanza, pero es terco, necesita escucharlo de la voz de alguien más, se agita, la respiración se acelera, pregunta con desesperanza.

—Mi vuelo sale a las 8 am, pero no puedo hacer check in para regresar, mi vuelo es ida y vuelta con ustedes, pero tuve que viajar una semana antes y no pude cambiar la fecha…

—¿No viajó con nosotros?

—No responde seco

—Bueno, no hay nada que pueda hacer dice pegando la lengua a los dientes frontales superiores, al no viajar con nosotros dice empujando la lengua contra los dientes frontales inferiores, el vuelo se cancela.

—Alega, manotea y finalmente llora, pregunta por otro vuelo, 5.000 euros en clase ejecutiva, al parecer no hay más y por esa cantidad el hombre seguro prefiere ser un migrante más y quedarse Madrid, a este no lo dejaron regresar.

Medellín 2013 fumo, fumo con rabia, estoy en un bar, un parche cervecero, hay ley cervecera, un extra evento en el que después de una ley seca, la cerveza es a mitad de precio, la cervecería quiere alcanzar metas numéricas aunque deba sacrificar facturación, quiere apoderarse de la noche, quiere demostrar que la cerveza también emborracha, la rabia es personal, conmigo mismo, por confiado, por pendejo, acabo de graduarme como filósofo y pronto terminaré las suficiencias para recibir el grado de filólogo, tantos títulos pero tan poca inteligencia práctica pienso, termino el cigarrillo y me monto a un taxi, abro el celular y leo de nuevo —perdón, creí que era mañana, lloro, a mí me plantaron.

—Sí, siempre se me graban más los llantos que las alegrías, pienso al ver el hombre vendiendo dulces subirse al bus, con los ojos rojos, como si hubiera estado picando cebolla.

Nacen, no se hacen.

Las facciones de su rostro dejaban ver que algo había cambiado, el semblante era diferente, pálido y cansado como todo editor de estudio, pero esta vez se veía agraviado; un poco derrotado y en él eso era extraño, no porque fuera contra su inexistente jovialidad cotidiana, sabíamos que no ganaría el premio a la sonrisa del año, pero era un hombre optimista, hasta la noche de ayer, lo era… hoy era otra cosa.

Así camino pesadamente hasta la silla y dijo: —nacen, no se hacen. —

No entendíamos bien de qué hablaba, tomó asiento y sacó una cerveza, la destapó sin mirar a nadie, sin agradecer a nadie, y comenzó a hablar.

—Ayer cuando terminaba de animar esas golosinas me golpeó el cansancio, el estrés de la semana, salí de aquí hecho una mierda, me refiero a transformado, sintiéndome una mierda, sintiendo que me fallaba, que la vida la estoy dejando acá a cambio de nada, lo de siempre, —dijo bromeando y continuó, salí a esperar el autobús, y comenzó a llover de una manera violenta, intenté abrir la sombrilla que tenía conmigo, y por el desespero la agité y bloquee el mecanismo dejándola inservible, así que me mojé, el agua se metió hasta dentro de los zapatos y el embotellamiento del tránsito me convenció de ir caminando en esa horrible laguna que se crea en las medias inundadas hasta el tranvía.

En cada paso sentía como la tela gruesa de las medias escurría el agua que había absorbido, la gente con paraguas grandes caminaban sin ofrecer resguardo a los que como yo empezaban a parecer ropa recién lavada, el tiquete que llevaba en el bolsillo se destruyó por la humedad y la máquina que habilitaba la función de mi tarjeta débito para ingresar al sistema de transporte estaba averiada, así que tuve esperar a que llegara un supervisor… que no llegó porque se negaba a salir de su oficina con tanta lluvia. Ttuve que caminar hasta un cajero, retirar dinero y al volver ya era demasiado tarde, ya no llegaría a tiempo para alcanzar el último viaje de la línea férrea desde el teleférico municipal, así que la única opción era ir a la estación de transporte y esperar un bus. —Mientras hablaba la voz le temblaba, daba sorbos largos a la cerveza para calmarse, parecía que huía de su propio recuerdo, que le dolía ver su propia imagen.

—Al llegar al terminal todo estaba agobiantemente lleno, la lluvia hace eso, logra que cualquier lugar con techo se convierte en un campo de concentración, así estaba la terminal con una multitud represada, la mayoría secos, esperando para irse a sus casas, solo los desesperados como yo, los que iban se aproximaban empapados a las ventanillas, y como a mí me gustaría pensar que los atendieron de mala gana, no es un secreto que no les caen bien las personas que mojan los asientos y por eso como a mí les dieron el peor de los puestos junto al baño del bus… necesito creerlo para que al menos sea justa la injusticia.

Fui luego a la cafetería con la esperanza de un trago caliente, un poco de pan fresco, pero estaba viejo, uno dos días habían pasado desde que fue horneado, duro como la calle, frío como la noche, y el café, daba asco el café, en esa derrota constante, llamaron al bus y la primera en levantarse fue una madre joven, con un bebé en brazos, digo bebé pero ya no lo era tanto, era un niño se veía simpático, unos 2 o 3 años, estaba alegre, le sonreía a todo quien iba subiendo y aligeraba el peso de cada uno de ellos, tenía la esperanza de verlo a los ojos y sentir ese alivio que solo los niños y las mascotas pueden brindar, esa tregua que calma al mundo y cuando por fin fue mi turno, cuando subí los escalones, el niño alegre me miró diferente, con una mueca impropia, como si comprendiera mi cansancio, mi dolor y entonces sonrió como sonríen los porteros cuando no te dejan pasar, como sonríen los taxistas cuando dicen que no van por allá, como sonríen detrás de las ventanillas los oficinistas de los edificios públicos cuando te dicen que te falta un documento, como tu jefe cuando dice que lamenta decirte que el aumento no fue aprobado, como los padres y las madres cuando te preguntan si mamá o papá aceptaron, como los veterinarios cuando dan un bosal grande a u dueño sabiendo que el perro podrá soltarse y morderlos; así sonrío y comenzó a llorar, hizo que todo el puto mundo creyera que le había hecho algo… y cuando lo hizo lo supe, los hijos de puta nacen, no se hacen.

Triage

La sala es grande, pero hay tantas personas que se ve pequeña, justa, estrecha, nadie que no lo necesite está aquí, nadie viene aquí a pasar el rato, del otro lado hay pequeñas oficinas, cubículos separados por drywall donde 4 o 5 médicos cansados y mal pagados están frente a un computador, uno lento, con una pantalla a la que le falta brillo, no cuida sus ojos y lo cansa casi tanto como su labor… para poder llegar a ellos hay uno más, un filtro previo, una técnica inhumana como todo lo que venga de la guerra fuera de la guerra, un médico que se encarga solo de valorar las dolencias y los pacientes. 

En la guerra era necesario, había pocos medicamentos, gente muriendo, a los soldados se trataba de salvarles primero la vida a costo de la vida misma, un herido grave con pocas probabilidades de sobrevivir, pero no nulas, se dejaba morir para atender a los otros, se reservaba la anestesia para los casos más graves, miembros que podían salvarse con trabajos dedicados y dosis de medicamentos que escaseaban se amputaban. En la guerra era salvaje, aquí era inhumano. Pero necesario, los borrachos buscaban incapacidades para sus guayabos, los malos estudiantes prórrogas para sus exámenes… no quedó otra opción más que deshacerse de la humanidad.

En la sala hay enfermos leves, personas que no soportan un dolor de cabeza, también hay los que tienen esas migrañas que los dejan ciegos, les inducen nauseas… esos que son torturados en vida por culpa de vegetales alterados, estaban los accidentados, una cortada, un golpe, una caída, un vibrador o una botella atorados…

Todos ellos aguardan, luego estoy yo, esperando mi turno será largo, nada me duele, me siento bien pero no lo estoy, y tendré que convencer de eso a los dos médicos que tengan que verme, tendré que fingir alguna dolencia, saco el celular y busco los síntomas, etapas iniciales, molestias, descripciones y videos, debe hacer un buen trabajo necesito que me crean.

Tengo una bolsa caliente adaptada al abrigo de cuero que llevo puesto, y gracias a la gente que hay en la sala la sudoración no será un problema, debo alcanzar los 38 grados en temperatura corporal, con es mismo efecto bebo un té caliente, para asegurarme que mi boca también lo esté al momento de usar el termómetro, conozco bien el oficio, fui durante muchos años en la escuela de teatro paciente falso, era bueno además, aunque no nunca tuve un papel tan grande, con tantos síntomas difíciles de simular, aún así conozco los trucos, y hoy necesito que todos resulten.

El malestar no es suficiente, debe trascender, debe ser más evidente que algo no está bien, si hay algo peor que vivir del arte, es enfermarse cuando se vive del arte, así que necesito que la medicina pública diagnostique la enfermedad que sé que tengo para que mande los exámenes y puedan atenderme a tiempo, para que cubra los medicamentos y las cirugías, para que pague las hospitalizaciones, solo tengo una oportunidad para convencerlos de que necesito los exámenes, si fallo escribirán en la historia médica que el paciente cree tener, hipocondríaco o alguna cosa por el estilo y mi suerte estará sellada, nadie me creerá hasta que sea muy tarde.

No puedo decirles la verdad, no me creerían que Andrea ha soñado durante cuatro días con un círculo negro que me quema las entrañas, nadie aceptaría como evidencia el hecho de que desde que ella tiene 7 años ha soñados con todas las enfermedades de las personas que conoce, pulmones colapsados, hígados grasos, corazones entumecidos, sería más fácil si me creyeran, tendría más esperanza de vida si pudieran creer mi truco o confiar en la palabra de ella. Pero allá donde le creen no hay hospital, ni consultorio, solo un puesto de salud itinerante donde reciben las excursiones médicas y que tiene alguna utilidad gracias a que para su visita semestral todos los pacientes cuenten ya con su diagnóstico, el que ella les da, pero para ellos su don no es ciencia, y por eso mi vida no está en riesgo.

No van a tomar en cuenta mi palabra ni los sueños de Andrea, odian a los curanderos y más si son mujeres, y con mi pasado actoral, de estafador no me bajarían, así que no tengo más remedio que hacer que funcione… Múnera llaman de recepción, me levanto nervioso, camino al mostrador, se me nubla la vista y caigo con un dolor punzante en las entrañas, sudo un poco, llaman la camilla… quizá ya sea tarde.

Propósito

No tengo abuelos, parece extraña la afirmación, todo quien tiene un padre tiene abuelos, aunque esté muerto, siempre y cuando no sean ellos los que te hayan criado. Mi infancia no fue parecida a la de mis primos, soy el mayor de todos los hijos de los hijos de los viejos, ellos me criaron, y por ende me tratan a veces como un hijo más, con esa frialdad tosca de su generación, mientras que todos los demás disfrutan de ese cariño alcahueta que da quien malcría y no quien cría.

Cada año, mejor cada final de año nos reunimos en su apartamento, es atípico, los apartamentos actuales son pequeños, diminutos, el de ellos esa una casona en una torre vieja como ellos, queda en el centro de la ciudad y aunque afuera en la ciudad hay ruido, alegría y fiesta, adentro los vidrios anti ruidos lo opacan todo, por eso adentro solo hay silencio, para mí fue siempre así un lugar de orden y sacrificio las risas llegaron con esos otros hijos tardíos de sus hijos, esos que los cogieron jubilados… muy bien jubilados. A lo lejos las luces estallan adentro las risas de ellos.

Esa escena tan amena es una tortura porque para los nietos todo es fiesta, pero para los hijos es una rendición de cuenta, hora de pagar el tributo de la realización y de recibir el abrazo orgulloso, ese símbolo de la deuda moral saldada, ese al igual que sus mimos y consentimientos alcahuetas solo lo he visto a la distancia, los aplausos siempre se los llevan las mujeres, algunas tías me cuentan que mi mamá era siempre la favorita, hasta hace 28 años, sí, los mismos que yo tengo, hoy ella tendría 45, quizá es eso, que mi existencia les recuerda que su mayor alegría era humana tenía deseos también de esos que no se cuentan y no pudo resistirse a su profesor de filosofía, quizá es el hecho de que mi nacimiento acabó con su vida, literalmente, mi papá no tuvo forma ni ganas de enfrentarlo y desapareció de la sala de partos, fueron ellos los que a pesar de haberla echado de casa meses antes tuvieron que ir por mí, y entrar a reconocer a su hija en una bandeja fría.

Mi infancia, no, mejor mi vida, no ha sido digna, nací en deuda, por desgracia e, bicho de la literatura vino conmigo y ese horrible gesto de leer parece que les recuerda a ese hombre desgonzado y débil, nunca lo he visto, no conozco sus fotos pero siempre se refirieron así a mi padre, como un remedo de hombre, delgado, cara triste, cabello desordenado y barba desalineada, no tengo aprecio por él, así que no me molesta que hablaran mal de él, pero no lo conozco ni me educó, y por eso odio que me digan que soy su viva imagen, no solo les recuerdo a su hija muerta, a sus ojos soy también el hombre que causó su muerte, lo cual es difícil porque eso también es cierto.

La abuela saca un pergamino especial, cada año lo trae de Jerusalén, quiere que escribamos los propósitos, a los que más los defraudamos nos entrega un pedazo de papel y una notita al pie, “una sugerencia amorosa” increíble que pasados tantos años sigan tratando de convertirnos en sus modelitos.

Recibo el papel lo leo: 1) estudia, 2) abandona la lectura inútil, mi abuelo fue ingeniero en los 20 en la década del 70, si un hombre ahora cree que la literatura y la filosofía son estúpidas e innecesarias, para un hombre de su época es lo mismo que un porro, 3) deja las drogas Ja me equivoco pero que las droga 4) Cásate, esta es nueva, ahora según se ve, creen que una mujer podría obligarme a abandonar las letras 5) Motílate y peínate , esta si es una vieja conocida, aunque me gusta mucho ver como ha perdido en el ranking de los 15 a los 19 siempre fue la prioridad. Dejo de leer y arrugo el papelito, escribo mis propósitos:

1) No volver la siguiente navidad (esta también es una vieja recurrente, pero ya terminé la u y ya no los necesito)
2) Cortar comunicación con ellos (este es nuevo, lo pensé mucho, no puedo avanzar si ellos siguen juzgando cada paso)
3) Cuidar más de mí (Esta está de moda, es una frase vacía, pero me gusta, quiero lo que mis pri-sobrinos sí han tenido, cuidado)
4) Un trío… soy hombre algo malo tengo.

No escribo más deseos, ahora debemos ponerlos en un tallo de galletas, lo echo deseando que alguien lo lea, que pueda ver uno o dos deseos, es nuestra última medianoche de fin de año junta, y ellos no lo saben, pero quisiera que lo supieran.

Nadie los ve, el papel arde, los niños ríen con sus colores, la mirada de mi abuelo ya no duele, pero incomoda, sigue siendo afilada, sigue juzgando, salud le digo estirando una cerveza, quiero que sepa que sé que me mira con desprecio; aparta la mirada y toma una copa de vino.

Bebo un trago largo, me pierdo en el naranja y el rojo, en el humo, feliz año pienso y sonrío.

Presentes

Jorge se mueve con fluidez entre la gente, no corre de manera agitada, no parece si quiera que esté corriendo, su cabello no se agita, no se revuelve, algo que sería extraño en cualquier otro ser humano, en él es usual, siempre se ve en control, siempre. No empuja ni apresura nadie, esquiva, se adelanta a los hechos y avanza con una facilidad aterradora, yo estoy atrás atrapado en tráfico humano, en este caos indescifrable de compras de último minuto, de centros comerciales atestados de gente, cuánto lo envidio… no solo por moverse más rápido que yo, sino por esa puta costumbre de adelantarse a todo. Un puto enfermo que no puede solo estar aquí y ahora.

La gente me choca y yo les devuelvo el cariño, después de todo soy grande, pesar 120 kilos y medir 1.85 me permite salir sin dolores, no tumbo a nadie, no molesto a nadie, pero a esos que no tropiezan, a eso que tienen afán y que intentan incomodarme, a esos no trato de evadirlos, los busco y los atropello, con fuerza, que reboten, que entiendan que su prisa no es una razón para incomodar al mundo, odio a los egocéntricos, a los impertinentes y los desconsiderados, a todo el que no piensa en el otro, a todos ellos, quiero llevármelos por delante. Evitarlo me dotaría de nobleza, soy capaz de forzarlos, intento no hacerlo, pero estoy cansado de verlos, de permitirles creer que tienen el control y el poder, Jorge es sutil, los esquiva, no se inmuta, fui como el mucho tiempo, pero ya soy incapaz de hacerlo, quizá él siga mis pasos, quizá yo los suyos, pero por ahora no quiero evadirlos, quiero mandarlos a la puta lona donde deberían estar.

Necesito 3 presentes, el centro comercial parece decidido a retrasarme, a negármelos, pero es mi culpa, sé que es mi culpa, soy terco, no aprendo las lecciones, los perfume no combinan conmigo, mi cuerpo no los absorbe bien, pero me gustan, los perfumes tienen cierta magia, crean ambientes, imágenes, hay elevadores que quedan impregnados de aromas e imagino a las personas que los usan, quiero ser esa imagen en la mente de alguien, así que demoro más de lo debido y la hora pico llega antes de terminar las compras, Jorge las tiene listas desde la última semana de noviembre, tiene gusto, mucho gusto, sus regalos nunca dependen de las ofertas de temporada, no son costosos pero son exquisitos, serenos como él, saberlo me recuerda que soy un desastre… quizá el siga mis pasos, quizá yo los de él. Por ahora lo veo escabullirse y llevarme a los almacenes que le gustan. Son comunes, casi invisibles, en ellos no hay filas ni aglomeraciones, el gusto, el buen gusto es así, difícil de encontrar para quienes no reconocemos las señales, son económicos por fortuna, y estando allí no hay pierde.

Encuentro con facilidad lo que necesito, me abruma saber que hay un mundo que no puedo ver, secretos frente a mis narices, quizá él deje de ver el mundo con esos ojos, quizá yo aprenda a ver el mundo como él lo hace, quizá pueda ignorar a aquellos que me roban la paz, la tranquilidad, pero eso implicaría dejarlos ser, y no quiero, necesito darles algo que los despierte, un regalo que les abra los ojos, un derechazo a la quijada…

Él se rie, presiento que sabe lo que pienso, no lo hace, pero pasa con todos los que aprenden a fluir en el mundo, no con el mundo, no mezclan, son como un velero, encuentran las corrientes que los benefician, leen el viento y el mar, saben cómo cruzarlo para aprovecharlo y alejarse de la vida turbia, de las tormentas, están meciéndose en la cresta de la ola, y encuentran en las estrellas, en su instinto ese norte que los lleva siempre a buen puerto.

Yo en cambio me siento como un carguero, pequeño, fuerte y capaz de arrastrar a estos hijos de puta lejos de la orilla. Sí quizá aprenda a ver ese mundo que ve Jorge, mientras tanto a los hijos de puta tengo muchos presentes para darles.

Interrupciones

La vida pasa entre peque

re pequeños momentos casi imperceptibles, se abre paso como una gotera entre los horarios y las responsabilidades, agrieta la cotidianidad y reclama un espacio para ella, porque la vida pasa incluso cuando uno no está preparado.

Alberto era consciente de eso, le gustaba pensar que lo era, que era consciente de todo, incluso de que, en su control, en su inmenso poder, el azar lo gobernaba todo, era controlador aéreo por sus manos pasaban cada día entre 50 y 100 vuelos al día, cada uno con capacidad mínima para 100 personas, e incluso con ese inmenso poder, con tantas vidas entre sus manos sabía lo insignificante que era, lo minúscula de su existencia.

Sentirse diminuto era la forma como había encontrado para manejar el estrés que puede ocasionar su profesión, y para recordárselo sobre el tablero de control en la torre de operaciones habían hecho pintar un mural de constelaciones, un cúmulo de estrellas, para los demás controladores incluso para él al comienzo era solo un recordatorio de los primeros instrumentos de control, inspiración si se quiere ver de esa manera, pero mientras lo pintaban se había acercado a uno de los artistas y le había preguntado al verlo perdido en su obra -¿todo bien maestro?, ¿todo en orden?

-Me abruma

-Lo abruma, le preguntó Alberto

-Sí, es inmenso, me gusta un poco la astronomía y entre más aprendo, más me inquieta, es un poco como leer a Love Craft a sus dioses antiguos a Cthulhu, es enloquecer un poco ¿no cree?, en esta pequeña representación, en esta diminuta fracción del espacio que estamos pintando, la tierra no es más grande que esta moneda, le dijo, y en esta moneda estamos todos nosotros, los aviones que usted dirige, las pirámides, la gran muralla china y para el universo, nada de eso importa, por eso me abruma me entiende, sé que soy insignificante, pero al ver esta pintura es mucho peor, confirmo siempre que veo imágenes así que al universo le soy indiferente, bueno le somos, y disculpe la franqueza, pero ni usted ni yo le importamos algo al mundo.

Desde ese día, el estrés de su trabajo había disminuido, pero también su interés y su tolerancia a los idiotas, por eso de vez en cuando abría un su canal de comunicaciones e invadía la frecuencia de los audífonos Bluethooth y les recordaba por un par de segundos a los cerdos engreídos que su vida podía terminar en un segundo…

May day, may day, torre de control a 9351, vuela muy bajo, desaparece del radar, may day may day, reporte su problema a torre de control…

Nunca estuvo presente para ver las caras pálidas durante los breves segundos en que su canal de comunicación les llegaba como un balde de agua fría a interrumpirles su día y su vida con un mensaje claro… no sos nada, recordándoles que la vida pasa incluso cuando ellos no quieren.

Impertinentes

Los hay de todos los tipos, colores y tamaños, vienen en ambos sexos, una particularidad los une a todos, no ven más allá de sus narices, hay impertinentes graciosos, y podemos encontrarlos más en edades tempranas o tardías, es un lujo de los niños y los viejos no seguir las normas sociales, de orinarse o cagarse sin público sin ser reprendidos, siempre y cuando no estén acompañados de un impertinente adulto. Esos son en mi opinión los peores.

La mayoría de impertinentes son narcisistas, no dudan de sí mismos, nunca, y no, no es exceso de confianza ni seguridad, quien no duda de sí mismo, es simplemente porque carece de visión, hasta los felinos avanzan precavidos, solo el humano es tan estúpido que piensa que su opinión, visión e intuición es lo único que necesita para determinar la viabilidad de una acción.

Como podrán imaginarse están en todas las clases sociales, y en las más altas ocurre algo curioso, pero suelen estar con mayor frecuencia en la tercera generación de descendientes de quienes amasan la fortuna, pareciera que la visión se acorta a medida que el lujo se acerca.

Quizá para algunos haya sido una obviedad, pero son hechos y hay que mencionarlos, en general el impertinente es un miope social, un analfabeto, no habla el idioma común, no entiende los símbolos de lo sagrado, no distingue el dolor de la incomodidad, en su mayoría son inocentes, no actúan con malicia, pero su falta de entendimiento no los justifica, ni mucho menos los exime de las responsabilidades de sus actos, es precisamente eso lo que puede llegar a ser un problema, quien obra sin tener en cuenta al mundo no asumen que han obrado mal.

Por eso para poder ser un impertinente, uno real, uno que trasciende la esporádica falta de atención y llega a la acción por omisión se necesita de un contexto a transgredir, eso da paso a los peores, debo corregirme, dijo mientras daba una calada a su cigarro, los peores no son los adultos que pueden hacer esto, los peores son lo falsos genios, los visionarios de la miopía, esos que se declaran contracultura sin entender contra que cultura están, los enemigos del estatus que pueden serlo solo porque no tienen que trabajar para conseguirlo, esos que sin media reflexión actúan e imitan.

Sombras, sombras humanas, imitando movimientos, sintiéndose grandes al replicar ideas que suenan bien, solo son extensiones de la idea que se han hecho de las ideas sobre las que han escuchado, pero pocas veces reflexionado, esas personas que buscan solo estar en contra, que piensa que hay gloria en resistir, aunque no saben contra qué, ni para qué, estos en su mayoría están en sus veinte tantos, que parecen más veinte poco, temerosos de la adultez inevitable, amedrentados por la rutina y deseosos de una atención inmerecida y que además no saben manejar. Torpes borrachos sociales, chocando contra todo, contra sí mismos, contra sus esperanzas, y las de los demás, van por ahí dando tumbos, trastabillando contra todo.

-Por eso, por eso el mejor insulto del mundo es llamar a alguien impertinente, no suena grosero, pero es fuerte, podrían no saber lo que significa y aun así sentirte amedrentado, la palabra tiene consigo un poder innegable, del que las personas no pueden escapar, llámalos impertinentes y sentirán el miedo escurrirle por las piernas, la lengua secarse en la boca, las manos temblarles, míralos a los ojos y dilo suave y con fuerza, IM PER TI NEN TE, sabrán sin duda alguna que es cierto.