Colgar los guantes

Cuando uno es algo, más allá de si lo hace, si lo ejerce o no, nunca deja de serlo, no se puede ser un ex de algo que se lleva en la sangre, uno se retira pero no deja de ser, uno se hace a un lado porque entiende que el sueño ya es inalcanzable, entiéndame, uno no ha dejado de soñar, pero uno entiende, las rodillas pesan, las costillas ya no aguantan igual, la campana suena bajo y distante, sí quedan buenas peleas todavía, porque ya entiende uno mucho más cuando lanzar un jab, cuando golpear el cuerpo y cuando buscar una quijada o un pómulo expuesto, las posturas se leen mejor, y se les sacan más provecho, pero uno sabe, el cuerpo presiente su hora, se vuelve lento y se rompe con más facilidad, se cansa, y cuando recibe un golpe, duele más, se desgarra a mayor profundidad, los buenos no son viejos, por los que la gente apuesta no son viejos.

No es que sean malo los viejos, es que ya no son baratos, la comida hay que cuidarla, tenerlos a punto para cada pelea es más costoso, necesitan dormir más, descansar más, más tiempo de recuperación, no pueden soportar una buena tunda tras otra, la primera vez que pasa, el primer aviso es el más duro, la perspectiva es diferente, intentas enfocar, recuerdas la vista de alguno de esos viejos leones a los que enfrentaste, piensas en ellos, en la admiración que les tenías, en el fondo estando del otro lado sabes que están venidos a menos, no fue fácil, te dolieron los golpes, pero no te sentiste acorralado, no perdiste de vista el plan, esquivaste, aguantaste y ahora está en la lona, así fue muchas veces, pero ahora eres tú, y no entiendes, cuesta entender, las luces de las cámaras exaltadas disparándose una y otra vez, el conteo, 6, 7 te levantas, comienzas a enfocar y piensas que ha sido una coincidencia, estás aturdido, muy cansado, falta mucho para la campana, son dos minutos, pero sientes que el tiempo ha dejado de ser constante, cuando él ataca es lento, se estira, te cuesta ver los golpes, evitas los peores, pero recibes muchos y cuando tú atacas, se acelera, no vez cómo puede esquivarte, por eso cuando en la esquina te gritan  dos minutos te parece una broma de mal gusto. Vuelves al centro, chocas los guantes, ves una mirada diferente, no es que el respeto desaparezca, existe, pero sabes lo que indica, sabes que te han visto a los ojos, te han medido las distancias y te han encontrado inofensivo, el resto de la pelea es un mero trámite…

Suena la campana, te golpean, pierdes un par de peleas, culpas alguna vieja lesión, te concentras en algún entrenamiento diferente, pero el enemigo ya no está en la otra esquina, para esta altura de la situación, el enemigo está adentro, lo vez asomado en cada arruga, en la intolerancia a leche entera, en la grasa después de las 9 p.m., en la resaca, en la espalda pesada y el lomo endurecido, en las visitas cada vez más frecuentes al médicos, en las peleas cada vez menos interesantes, sirven para mantener alguna racha, todavía no eres un sparring pero te acercas, la ira trae el segundo aire, te vuelves preciso, afinas golpe y puntería, K.O, K.O, K.O.

Si tienes suerte eso sucede, te conviertes en un francotirador, te dan una segunda oportunidad bajo la luz y las cámaras te preparas para la última función, para el show de despedida, estás nostálgico, no ha sonado la campana, está asolas en el camerino y lo sientes, el vacío en el pecho, el aire que se escapa en los pulmones, todo parece decir: adiós viejo amigo, pero te rehúsas a escucharlo, piensas que desaparecerá cuando él caiga por primera vez a la lona, cuando le pruebes, cuando te pruebes que aún eres de cuidado, te das ánimo, aunque al avanzar por el pasillo intuyes lo que va a pasar, la emoción es abrumadora… los ojos se humedecen, respiras profundo y sales camino a la lona, chocas guantes, y comienza la carnicería, la revancha no llega, solo hay dolor, no hay juego de piernas, te cansas, te golpean y entonces si tienes alguien que se preocupe por ti, si, de verdad hay alguien en tu esquina, la toalla vuela, y los golpes se detienen, K.O al ego,  uno no deja de ser, uno jamás se rindió pero sí es uno el que cuelga los guantes. Si no hay nadie en tu esquina, si estás tan solo como a veces sueles sentirte, los golpes borrarán los buenos recuerdos, y volverás a esos gimnasios donde no hay espectáculo ni pasión, a ser una sombra que recibirá golpes toda su vida.

Máximos y mínimos

A Alex le gustaban los video juegos, lo suyo no era un hobby, era como decían ahora una adicción, él no los jugaba, bueno, no solamente los jugaba, los habitaba, era diferente, huía de su realidad sumergido en una pantalla, no es tan diferente de los que lo hacen metiéndose en los libros o en los trabajos, o en la constante complacencia de una persona, todos son adictos, pero los demás no importan, ignoren ese recuerdo que los ha llevado a pensar en amigos, amantes, hermanos, padres, olviden a sus hermanas, a sus compañeros de trabajo y a sus madres, quedémonos con Alex, con su adicción…

No siempre fue así no siempre necesitó los video juegos y ellos tampoco siempre fueron una solución para él, creció siendo el menor, ser el menor es ya algo traumático, creció en medio de una relación dispar de poderes, y fue criado a la sombra, los adultos siempre están ocupados, los pequeños siempre son molestos, no importa a que edad leas esto, es casi un postulado. Creció, sí, pero es solo un decir, Alex se siento poco, pequeño, todo abuso lo justifica, está en deuda, se siente en deuda, y por eso al llegar a su casa, cada noche, apaga los audífonos, cierra la puerta, acaricia su gato, Quijote y enciende su consola, no es solo un botón, el mundo desaparece, ahora hay normas reales, plazos reales, el juego es más fácil de llevar, la música comienza y el olvida, olvida de apoco lo poco que se siente, su irrelevancia, no se trata de evadir el mundo y sus retos, se trata solamente de evadir sus mentiras, de personajes mezquinos de esbirros de las normas y los sistemas, ama profundamente ese caeos digital, ese algoritmo porque en el fondo es más humano, es más justo.

Alex ataca, y olvida que le han incumplido de nuevo, que el ascenso no llega, y que además lo acepta en silencio, piensa en quijote, en su tarjeta de crédito, tiene que aceptar, pero está cansado, sonríe, porque sabe que la semana siguiente habrá algún problema y él lo solucionará, sabe que es el mejor programador del área, así que el trabajo llegará, la responsabilidad se le exige, pero no se le paga, está acostumbrado a vivir así, en la sombra, no reclamará mucho… la cadena que lo oprime no está atada a nada salvo al recuerdo, tantas veces le han dicho que no, que ya hasta preguntarlo lo agota, en el video juego no, allí sabe que lo van a atacar tres veces desde la derecha, que si salta debe agacharse, que si el enemigo camina, lo hará para tomar impulso y el debe correr hacia él, hacer un ataque en carrera para conectar un crítico, el juego sabe jugar bajo las reglas, se respeta y por ende lo respeta, cuando las promesas se cumplen, solo cuando las promesas se cumplen las palabras tienen sentido. Y el juego cumple.

Por eso Alex llega a casal, saluda a su gato y prende su consola, por eso evita a su esposa, porque ella miente al decir que lo entiende, no puede hacerlo fue hija única, es incapaz de entenderlo, de verlo, realmente verlo, por eso empaca su ropa mientras Alex juega y olvida, olvida que escucha los ruidos de Lorena que azota la maleta, mientras que arranca los ganchos de la ropa, mientras taconea con un redoble de galera, mientras olvida sus risas juntos, sus sueños juntos, otro enemigo, otra mecánica, otro reto controlable, otra regla simple. Sentarse, pararse, rodar, atacar, sin engaños, sin trampas, sin egoísmos, un juego claro y justo.

Lorena se para en la puerta, él la ve reflejada en la pantalla y finge no verla, aunque ella ve cuando desvía la mirada, la rutina la conoce, tres pasos hacia atrás, derecho a la cocina a la caja de los fusibles, lo hizo llorar tantas veces así, arrancándole lo poco que le quedaba, la paz tan esquiva, Alex cierra los ojos, ella no baja la palanca, desaparece, vemos que ella se fue hace años, que es solo un recuerdo, Alex se pone de pie y se asoma a la ventana.

Las luces se apagan, y por corte vemos a Alex sentado en su sillón, apagar por primera vez la consola. Entra logo Poly Station 6 y el slogan supera todos los monstruos.  

—No será mucho, pregunta un cliente al escuchar el aproach

—Es lo que necesitamos, es real, potente, necesitamos mostrar la consola como una solución, afuera está el problema, ese mensaje debe quedar claro.

El cliente lo sabe, no se llama Alex, pero conoce su dolor, se siente expuesto y no quiere aceptar, pero en la mesa hay peces más gordos, Alguno sugiere que Alex no es un nombre muy local, debería ser Ramiro dice mientras mira Ramiro.

Ramiro se levanta, humillado, se puede ver porque tiene la cabeza agachada, herida, llega a su puesto y escribe.

Hasta luego dice, es lo máximo que va a decir le pregunta alguien él agacha la cabeza y responde bajito es lo mínimo que puedo darle.

Contundente

La respiración agitada, la vista nublada y difusa… la confianza perdida al igual que el equilibrio, el mundo de repente acelera y se inclina, en medio de esa espiral expresionista brota el miedo y me entrego a la suerte, es estúpido, pero de alguna manera creo que quizá duele más si veo contra que me golpeo, entonces aprieto los párpados y solo siento el calor alrededor del fémur, en el radio y el cúbito, escucho el sonido seco del casco contra el pavimento… y entonces sé que todo ha terminado.

Es curioso que un golpe tenga temperatura, que se sienta caliente, antes de abrir los ojos me hago más preguntas tontas, quiero postergar el resultado, postergar las consecuencias que al final son siempre inevitables, cúbito y radio pienso, cómo es que olvido con cual mano debo frenar pero puedo recordar el nombre de dos huesos que estudié en cuarto de primaria para ganar educación física. Definitivamente La memoria es caprichosa cuando la atención es escasa. No escucho ninguna fractura, pienso que las fracturas tienen un sonido similar a cuando la uno se saca una espinilla, la piel se rasga, si se presta atención puede escucharse como ese desgarro se transmite por los huesos hasta el tímpano, con lo huesos supongo que es igual y no escuché nada así que no debe haber nada roto, espero, deseo.

Por fin junto el valor, abro los ojos, al hacerlo vuelvo a activar mi sistema nervioso al parecer, el codo, el codo que nunca sentí que pegara contra nada, que jamás se calentó como una resistencia eléctrica de cocina, ese que consideré intacto sangra, se siente como gelatina, el antebrazo derecho está tatuado en la acera, también sangra, la ropa pienso, intacta por fortuna, la gente alrededor no entiende, no se explica cómo ha pasado y me mira como pidiendo una aclaración… los decepciono, tampoco la tengo, no sé por qué sin nadie en frente, sin ningún carro cerrándome, sin nada que me sorprenda, mi mano izquierda se extiende, toca la palanca del freno y siente un cosquilleo ajeno a toda razón, y aprieta, aprieta fuerte, y yo me catapulto pero no, no hay nada, nada que justifique la acción, nada para contarles, necesito decirles algo, justificarme, caído sí, imbécil claro que sí, pero ellos no tienen por qué saberlo, y miento. -Estoy bien, me levanto y me sacudo el pantalón, las piernas me duelen, se encienden al tacto, que no sea grave, hijueputa que no sea grave. No me quiebro y continúo, me levanto, los miro y digo: -No me pasó nada.

Me monto a la bicicleta de nuevo, miro al frente no quiero encontrarme con sus miradas, no quiero más preguntas, la humillación duele más que el golpe, la estupidez es más contundente que el pavimento, desgasta más que el asfalto corrosivo, ellos sonríen, sé que sonríen, por dentro lo hacen, no están interesados en mi seguridad, solo quieren conocer mejor la historia para contarla bien, la inexplicable historia de un gordo cayendo en bicicleta, mentirán, estoy seguro que mentirán que dirán que la barriga me bajó la sudadera hasta las rodillas y que me vieron volar y rebotar en la cicloruta, que lo vieron pararse tembloroso, llorando, levantándose los calzones con una sola mano, otros más ingeniosos quizá digan que fue frente a una panadería, quien no les creería que un gordo cae conceptual y físicamente ante el olor de pan recién hecho, otros hablarás de helados y quizá alguno diga que fue una foto de una hamburguesa o una valla de una chocolatina, de todas las mentiras que puedan decir, el pan será la mejor, imagino el olor del pan, puedo casi saborearlo, conociéndome me parece lo más factible.

Pedaleo con dolor y adolorido, la idea no me abandona, y pedaleo con una leve sonrisa, porque la idea de un gordo cayendo porque el olor del pan lo distrae es poderosa, más poderosa de lo que pensaba.

Buses y cebollas

Prefacio: No sé que relación tiene el transporte y el llanto, pero qué fácil es llorar en los buses

El flaco

Un hombre que ríe no es una imagen tan fuerte como uno que llora, no sé por qué, ambos sentimientos son similares, me refiero a los que ocasionan la risa o el llanto, la felicidad y el dolor no están en escalas diferentes, sin embargo la segunda acción tiene de su parte el misterio. Creemos que sabemos porque ríen los hombres, pero siempre nos intriga el por qué lloran, por eso el llanto debe ser de un hombre adulto, uno que luzca fuerte, tosco, uno que sufre tanto por llorar y ser visto como por la razón que lo doblega.

Las puedo contar en los dedos de las manos las veces que he visto hombre deshacerse en el llanto, corriente buenos aires 2015, frente a mi camina un hombre alto, odio un poco cruzarme con personas más altas que yo, odio que me vean desde arriba porque sé que con el tiempo me verán con desprecio, pero cuando pueden mirarte desde arriba y con desprecio, me jode, en fin, el hombre alto camina con el celular pegado a su oreja, la voz engreída,  muy porteña de repente pierde su tono canchero, escucho el cambio y pienso, le sacaron la pelota, no sabe jugar sin ella:

—pero, —y se calla, se muerde el dedo índice y merma el ritmo de su caminada

—pará, pará —y es él el que se detiene, al que se le agota la prisa

— no, no es así, —lanza comienzos pero no puede desmarcarse, lo incomoda la situación pero no tiene escapatoria, está jugado, pero no se da cuenta, no tiene juego, le ganaron la espalda y desde atrás ahora lo atraviesan. Se desploma en la vereda, se sienta en un pórtico de un negocio, se descompone, se desconfigura su rostro pero aguanta, la gente lo ve y él lo sabe, llega su colectivo y se sube, subo con él, no voy  hacia allá, pero quiero verlo llorar, angustiado, quiero ver la evolución de su mueca y tratar de clasificarlo, no fue explosiva, nadie ha muerto, pero él se está muriendo, usa su sube, 4.25 marca, vamos lejos, pongo mi sube -6.25 estoy cerca del límite, tendré que caminar si no comienza a llorar al pasar por la última estación del subte, por fortuna el dolor le gana, y con solo sentarse pierde su armadura, llora con una cara de niño ridículo, llora con una mueca de ego herido, llanto de abandono, a este lo dejaron, los escucho sorberse los mocos y cada que se controla marca desde su celular y con cada llamada rechazada llora de nuevo.

Barajas 2018, un hombre zapatea en la fila, está pálido, tiene miedo, sabe algo que los demás ignoran, él ay sabe cómo va acabar todo, en el fondo lo sabe, pero allí continúa, no hay esperanza, pero es terco, necesita escucharlo de la voz de alguien más, se agita, la respiración se acelera, pregunta con desesperanza.

—Mi vuelo sale a las 8 am, pero no puedo hacer check in para regresar, mi vuelo es ida y vuelta con ustedes, pero tuve que viajar una semana antes y no pude cambiar la fecha…

—¿No viajó con nosotros?

—No responde seco

—Bueno, no hay nada que pueda hacer dice pegando la lengua a los dientes frontales superiores, al no viajar con nosotros dice empujando la lengua contra los dientes frontales inferiores, el vuelo se cancela.

—Alega, manotea y finalmente llora, pregunta por otro vuelo, 5.000 euros en clase ejecutiva, al parecer no hay más y por esa cantidad el hombre seguro prefiere ser un migrante más y quedarse Madrid, a este no lo dejaron regresar.

Medellín 2013 fumo, fumo con rabia, estoy en un bar, un parche cervecero, hay ley cervecera, un extra evento en el que después de una ley seca, la cerveza es a mitad de precio, la cervecería quiere alcanzar metas numéricas aunque deba sacrificar facturación, quiere apoderarse de la noche, quiere demostrar que la cerveza también emborracha, la rabia es personal, conmigo mismo, por confiado, por pendejo, acabo de graduarme como filósofo y pronto terminaré las suficiencias para recibir el grado de filólogo, tantos títulos pero tan poca inteligencia práctica pienso, termino el cigarrillo y me monto a un taxi, abro el celular y leo de nuevo —perdón, creí que era mañana, lloro, a mí me plantaron.

—Sí, siempre se me graban más los llantos que las alegrías, pienso al ver el hombre vendiendo dulces subirse al bus, con los ojos rojos, como si hubiera estado picando cebolla.

Triage

La sala es grande, pero hay tantas personas que se ve pequeña, justa, estrecha, nadie que no lo necesite está aquí, nadie viene aquí a pasar el rato, del otro lado hay pequeñas oficinas, cubículos separados por drywall donde 4 o 5 médicos cansados y mal pagados están frente a un computador, uno lento, con una pantalla a la que le falta brillo, no cuida sus ojos y lo cansa casi tanto como su labor… para poder llegar a ellos hay uno más, un filtro previo, una técnica inhumana como todo lo que venga de la guerra fuera de la guerra, un médico que se encarga solo de valorar las dolencias y los pacientes. 

En la guerra era necesario, había pocos medicamentos, gente muriendo, a los soldados se trataba de salvarles primero la vida a costo de la vida misma, un herido grave con pocas probabilidades de sobrevivir, pero no nulas, se dejaba morir para atender a los otros, se reservaba la anestesia para los casos más graves, miembros que podían salvarse con trabajos dedicados y dosis de medicamentos que escaseaban se amputaban. En la guerra era salvaje, aquí era inhumano. Pero necesario, los borrachos buscaban incapacidades para sus guayabos, los malos estudiantes prórrogas para sus exámenes… no quedó otra opción más que deshacerse de la humanidad.

En la sala hay enfermos leves, personas que no soportan un dolor de cabeza, también hay los que tienen esas migrañas que los dejan ciegos, les inducen nauseas… esos que son torturados en vida por culpa de vegetales alterados, estaban los accidentados, una cortada, un golpe, una caída, un vibrador o una botella atorados…

Todos ellos aguardan, luego estoy yo, esperando mi turno será largo, nada me duele, me siento bien pero no lo estoy, y tendré que convencer de eso a los dos médicos que tengan que verme, tendré que fingir alguna dolencia, saco el celular y busco los síntomas, etapas iniciales, molestias, descripciones y videos, debe hacer un buen trabajo necesito que me crean.

Tengo una bolsa caliente adaptada al abrigo de cuero que llevo puesto, y gracias a la gente que hay en la sala la sudoración no será un problema, debo alcanzar los 38 grados en temperatura corporal, con es mismo efecto bebo un té caliente, para asegurarme que mi boca también lo esté al momento de usar el termómetro, conozco bien el oficio, fui durante muchos años en la escuela de teatro paciente falso, era bueno además, aunque no nunca tuve un papel tan grande, con tantos síntomas difíciles de simular, aún así conozco los trucos, y hoy necesito que todos resulten.

El malestar no es suficiente, debe trascender, debe ser más evidente que algo no está bien, si hay algo peor que vivir del arte, es enfermarse cuando se vive del arte, así que necesito que la medicina pública diagnostique la enfermedad que sé que tengo para que mande los exámenes y puedan atenderme a tiempo, para que cubra los medicamentos y las cirugías, para que pague las hospitalizaciones, solo tengo una oportunidad para convencerlos de que necesito los exámenes, si fallo escribirán en la historia médica que el paciente cree tener, hipocondríaco o alguna cosa por el estilo y mi suerte estará sellada, nadie me creerá hasta que sea muy tarde.

No puedo decirles la verdad, no me creerían que Andrea ha soñado durante cuatro días con un círculo negro que me quema las entrañas, nadie aceptaría como evidencia el hecho de que desde que ella tiene 7 años ha soñados con todas las enfermedades de las personas que conoce, pulmones colapsados, hígados grasos, corazones entumecidos, sería más fácil si me creyeran, tendría más esperanza de vida si pudieran creer mi truco o confiar en la palabra de ella. Pero allá donde le creen no hay hospital, ni consultorio, solo un puesto de salud itinerante donde reciben las excursiones médicas y que tiene alguna utilidad gracias a que para su visita semestral todos los pacientes cuenten ya con su diagnóstico, el que ella les da, pero para ellos su don no es ciencia, y por eso mi vida no está en riesgo.

No van a tomar en cuenta mi palabra ni los sueños de Andrea, odian a los curanderos y más si son mujeres, y con mi pasado actoral, de estafador no me bajarían, así que no tengo más remedio que hacer que funcione… Múnera llaman de recepción, me levanto nervioso, camino al mostrador, se me nubla la vista y caigo con un dolor punzante en las entrañas, sudo un poco, llaman la camilla… quizá ya sea tarde.

Propósito

No tengo abuelos, parece extraña la afirmación, todo quien tiene un padre tiene abuelos, aunque esté muerto, siempre y cuando no sean ellos los que te hayan criado. Mi infancia no fue parecida a la de mis primos, soy el mayor de todos los hijos de los hijos de los viejos, ellos me criaron, y por ende me tratan a veces como un hijo más, con esa frialdad tosca de su generación, mientras que todos los demás disfrutan de ese cariño alcahueta que da quien malcría y no quien cría.

Cada año, mejor cada final de año nos reunimos en su apartamento, es atípico, los apartamentos actuales son pequeños, diminutos, el de ellos esa una casona en una torre vieja como ellos, queda en el centro de la ciudad y aunque afuera en la ciudad hay ruido, alegría y fiesta, adentro los vidrios anti ruidos lo opacan todo, por eso adentro solo hay silencio, para mí fue siempre así un lugar de orden y sacrificio las risas llegaron con esos otros hijos tardíos de sus hijos, esos que los cogieron jubilados… muy bien jubilados. A lo lejos las luces estallan adentro las risas de ellos.

Esa escena tan amena es una tortura porque para los nietos todo es fiesta, pero para los hijos es una rendición de cuenta, hora de pagar el tributo de la realización y de recibir el abrazo orgulloso, ese símbolo de la deuda moral saldada, ese al igual que sus mimos y consentimientos alcahuetas solo lo he visto a la distancia, los aplausos siempre se los llevan las mujeres, algunas tías me cuentan que mi mamá era siempre la favorita, hasta hace 28 años, sí, los mismos que yo tengo, hoy ella tendría 45, quizá es eso, que mi existencia les recuerda que su mayor alegría era humana tenía deseos también de esos que no se cuentan y no pudo resistirse a su profesor de filosofía, quizá es el hecho de que mi nacimiento acabó con su vida, literalmente, mi papá no tuvo forma ni ganas de enfrentarlo y desapareció de la sala de partos, fueron ellos los que a pesar de haberla echado de casa meses antes tuvieron que ir por mí, y entrar a reconocer a su hija en una bandeja fría.

Mi infancia, no, mejor mi vida, no ha sido digna, nací en deuda, por desgracia e, bicho de la literatura vino conmigo y ese horrible gesto de leer parece que les recuerda a ese hombre desgonzado y débil, nunca lo he visto, no conozco sus fotos pero siempre se refirieron así a mi padre, como un remedo de hombre, delgado, cara triste, cabello desordenado y barba desalineada, no tengo aprecio por él, así que no me molesta que hablaran mal de él, pero no lo conozco ni me educó, y por eso odio que me digan que soy su viva imagen, no solo les recuerdo a su hija muerta, a sus ojos soy también el hombre que causó su muerte, lo cual es difícil porque eso también es cierto.

La abuela saca un pergamino especial, cada año lo trae de Jerusalén, quiere que escribamos los propósitos, a los que más los defraudamos nos entrega un pedazo de papel y una notita al pie, “una sugerencia amorosa” increíble que pasados tantos años sigan tratando de convertirnos en sus modelitos.

Recibo el papel lo leo: 1) estudia, 2) abandona la lectura inútil, mi abuelo fue ingeniero en los 20 en la década del 70, si un hombre ahora cree que la literatura y la filosofía son estúpidas e innecesarias, para un hombre de su época es lo mismo que un porro, 3) deja las drogas Ja me equivoco pero que las droga 4) Cásate, esta es nueva, ahora según se ve, creen que una mujer podría obligarme a abandonar las letras 5) Motílate y peínate , esta si es una vieja conocida, aunque me gusta mucho ver como ha perdido en el ranking de los 15 a los 19 siempre fue la prioridad. Dejo de leer y arrugo el papelito, escribo mis propósitos:

1) No volver la siguiente navidad (esta también es una vieja recurrente, pero ya terminé la u y ya no los necesito)
2) Cortar comunicación con ellos (este es nuevo, lo pensé mucho, no puedo avanzar si ellos siguen juzgando cada paso)
3) Cuidar más de mí (Esta está de moda, es una frase vacía, pero me gusta, quiero lo que mis pri-sobrinos sí han tenido, cuidado)
4) Un trío… soy hombre algo malo tengo.

No escribo más deseos, ahora debemos ponerlos en un tallo de galletas, lo echo deseando que alguien lo lea, que pueda ver uno o dos deseos, es nuestra última medianoche de fin de año junta, y ellos no lo saben, pero quisiera que lo supieran.

Nadie los ve, el papel arde, los niños ríen con sus colores, la mirada de mi abuelo ya no duele, pero incomoda, sigue siendo afilada, sigue juzgando, salud le digo estirando una cerveza, quiero que sepa que sé que me mira con desprecio; aparta la mirada y toma una copa de vino.

Bebo un trago largo, me pierdo en el naranja y el rojo, en el humo, feliz año pienso y sonrío.

Cuentas pendientes

Mientras que espera fuma, Cristofer, siempre ha fumado, pero nunca con tanta intensidad, da una calada, luego otra, y otra, la ceniza se acumula sin romperse, es frenético, pero delicado, mira el celular, mira de nuevo, solo silencio.

Eso de esperar nunca ha sido lo suyo, apaga la colilla, y se levanta nervioso de la mesa, camina de un lado a otro, no puede quedarse quieto, se rasca la palama de la mano, la cabeza, solo cuando fuma tiene algo de control, el humo lo calma, como a las abejas.

La espera se alarga, pide una cerveza la mira como quien busca respuestas, la toma como quien encuentra una gota esperanza, fuma y toma, sus cuerdas vocales se calientan y se enfrían, eso parece ponerlo en un trance, similar a poner un tiburón panza arriba. Olvida, olvida que espera y su semblante cambia.

Ahora observa, ve a la gente pasar apurada, el sol como un reflector sobre ellos, tienen prisa, y caminan sin notar que hace un buen día, el primer día soleado en semanas pero ellos están corriendo, hacia algún lugar, no lo disfrutan ni lo aprecian, en su rostro incluso se ve el desagrado, no los culpa caminar con el sol encima es molesto, por suerte el tiene su cerveza, pide otra, saca otro cigarro, comienza a perderse en la cotidianidad ajena, a pasear a sus perros con ellos, a imaginar sus conversaciones, a adivinar sus emociones.

Se ve Jovial, ya nada lo inquieta, la mala memoria es felicidad, continúa tomando y fumando, de a pocos hace chistes, brinda con otras mesas, se entrega al momento, y olvida, olvida para que es la plata que tiene en los bolsillos, olvida a quienes espera, y el peligro que representan, olvida que la plata debe estar completa, que no hay más oportunidades, que ya no va a haber más plazos. Él brinda, brinda por la vida, porque a pesar de todo, ha sido buena con él, por sus amigos, aunque está solo, por su familia, aunque se ha alejado de ella, brinda porque cada brindis lo ata a su estado de paz, a su presente eterno, y lo aleja de ese otro presente incierto y eso lo lleva al miedo.

El alcohol no le de valor, pero le quita el miedo, y eso basta, toma, brinda, fuma, ha pasado una hora y ya no le queda un solo pensamiento sobre sus acreedores, ni sobre el pago que debe realizar, ahora le importa es que tiene los bolsillos llenos y la botella vacía, pide y el licor llega. Se levanta y va al baño esquiva el espejo, cuando bebe el espejo le habla, le recrimina, no quiere eso, nada que lo altere, sale sin lavarse las manos, enciende otro cigarro y cuando está por llegar se da cuenta; su mesa no está sola, lo esperan.

—Muchachos, concédanme un último deseo, tómense alguito —Les dice conciliador y coherente, la sobriedad le llegó de golpe, como un shot de tertulia. Se sienta, y comienza a hablar —Seamos razonables, y sensatos, ya sé que voy a morirme, no tienen nadie a quien cobrarle después de a mí, y aún tengo casi la suma que les debo, pero igual van a matarme, así que bebamos hasta alcanzar la mitad, y luego hagan lo que tengan que hacer, piénselo bien, ustedes van a cumplir con su trabajo, a recuperar parte del dinero, y además podrían mientras tanto escapar de ese sol horrible, acá en la sombra, con un par de cervezas, no les parece que una buena idea, véanlo como un último deseo de un condenado a muerte, no van a negarle su último desee a un desahuciado, eso no sería muy cristiano de su parte.

Brindemos, por mi hasta hoy buena salud, por ustedes, no, no es broma, no me mire feo, salud por ustedes, los sensatos, los, el dolor en la quijada le impide seguir hablando, el puñetazo lo deja inconsciente.

Se despierta en un sitio oscuro, amarrado y con cinta en la boca.

—Lo que me debés no es tan poco como pa que lo pagués tan barato, matarte no me da nada, con vos es como con los carros, toca desguazarte.

Mira a su alrededor y ve los recipientes llenos de hielo. Debí pedir Whiskey piensa.

Último minuto

Falta poco, lo presiento, estoy cansado, los golpes son menos certeros, más lentos y aunque siguen siendo pesados, ya no se comparan, la campana puede sonar en cualquier momento, quiero ver a entrenador, quiero ver si alza el dedo y me anuncia que el fin está cerca, dos minutos no parecen mucho en el primer round, pero en el décimo es una eternidad, adentro siempre es diferente, se siente diferente, se vive diferente, el tiempo es relativo, un minuto dentro de la mujer que te gusta, es diferente a un minuto recibiendo golpes en la cara…

Siempre ha sido así, el último minuto es adrenalina, es un cohete despegando, todo se quema, la vida es combustible, el último minuto es el orgasmo a punto de partirte en dos la voluntad, es el último trago con el que los vietnamitas brindar para pedirle a dios que aprenda de sus errores y cree en una próxima oportunidad un mundo más justo, es el llanto de la madre, el orgullo del padre, la risa de los amigos.

Pero llegar a él no es fácil, más en el décimo round, más con las costillas rotas, pero no hay vuelta atrás ya se han recorrido muchos minutos, mueve los pies, esquiva, un jab y mantenlo a distancia, 7 segundos, un gancho, un golpe al cuerpo, 5 segundos más, restan solo 48, puedo lograrlo, creo que puedo lograrlo, quiero lograrlo.

No solo es mi último minuto, es el de mi carrera, Méndez lo sabe, ese viejo loco me preparó siempre para este minuto, no hay forma de perder, aunque voy abajo por puntos, solo tengo que resistir, el momento llegará, siempre lo ha dicho, calma, calma, espera, la defensa baja, en el último minuto la mente se nubla, aguanta, aguanta, respira, la respiración es clave.

Evita las cuerdas, esquiva, llévalo al centro, por la derecha, en el último round hay que ir siempre por el otro lado, y en el último minuto hay que salirse del juego, ya no importa el juego, tiene la derecha atrofiada, cansada, defendió con ella 10 round, tampoco puede atacar con ella, así que si lo ataco por la izquierda no podrá recortar distancia, gancho al cuerpo, esquiva, avanza, 15 segundos, quedan 33 segundos, es suficiente, con eso es suficiente.

Méndez sufre, el gringo se repliega, no entiende el cambio, está perdido, él solo sabe jugar el juego, sin sus reglas se desorienta, falla los golpes, pierde puntos, golpea el aire con una mano cansada, le duele atacar y defender, retrocede, se aleja de las cuerdas, está incómodo.

10 segundos más, quedan 27, intenta mirar a su entrenador, quiere hacer señas, no, hoy no, avanzo, lo atropello, pierde la esperanza de encontrar las indicaciones, titubea, por fin está fuera de sí.

La gente lo nota, es el último minuto, solo en los últimos 15 segundos vuelven a gritar, la gente y su quedarán podrían despertarlo, así que debo aprovechar, finjo un gancho al cuerpo, baja la guardia y golpeo, un golpe seco, violento, un golpe final, un golpe de último minuto, el orgasmo, la sonrisa, el llanto, el orgullo, lleva consigo todo, el último golpe, en el último minuto, la sorpresa, pienso en la tarea de último minuto, en la impotencia que sentí tantas veces cuando perdí la oportunidad, en todos los otros minutos donde no mantuve la calma, la boca me sabe a sangre y a revancha, por fin tengo la palabra adecuada, el poder suficiente, el aire necesario, pienso en eso mientras que cae contra la lona, con la mirada perdida, valió la pena pienso… y la campana suena.

Ocupa

Llueve y no es normal, se cae el cielo, el Uber avanza lento, está enojado, no es mi culpa, él preguntó, quería tanquear pero tengo prisa así que le dije que no puedo, que tengo que llegar pronto a donde voy, él no lo sabe, no le importa y después de mi respuesta no le interesa tampoco pero Isabela me espera, es una artesana que siempre he querido tener cerquita, y hoy está cerca, necesito llegar en los próximos 20 minutos, necesito este polvo, el mes no ha sido fácil. Han pasado 30 días desde que una gotera hizo estragos en mis ahorros. Encontrarla dejó el baño listo para una remodelación y me obligó a parar la que ya estaba haciendo.

Mi casa ya no me pertenece, es del polvo, del ruido, así que necesito ese polvo, la necesito a ella a sus senos grandes, a su boca de fuego, necesito sacarme esta incomodidad de encima, estas cuatro semanas de baños a paños, de repente el carro se detiene, solo se ven luces difuminadas, el Uber dice que no puede manejar así, que no ve, que es peligroso. Es su venganza pienso, solo desea que yo no llegue a mi cita, pasan 15 minutos y no avanzamos ni un centímetro, envío un mensaje de voz que me sabe a mierda: —No voy a llegar, lo lamento Isa, se me quiebra la voz, quería verte, pero la ciudad no está de acuerdo.

El carro se enciende, quizá se ha conmovido, aunque lo dudo, debe ser culpa, un ser que se comporta de esa manera lo hace porque cree en una justicia egoísta, mezquina, en el ojo por ojo y ahora que ha escuchado la despedida con dolor y desesperación sabe que el equilibrio está roto, cree en el karma y tiene miedo, por eso se mueve aunque ya es tarde y no llegaremos, el terminará la noche con su tanque vacío y yo con el mío lleno.

Llegamos y aún llueve, Isabela no está, así que camino desanimado, el cuerpo me pesa, el agua me empapa y no tengo como bañarme al llegar, solo como secarme, no tengo nada donde calentar algo para comer o tomar y con la lluvia así de fuerte, un domicilio sería someter a otro ser humano a mi misma desesperación, la garganta se me hace un nudo, es un nudo que lleva haciéndose semanas, que empezó a nacer cuando picaron tanta baldosa que fue necesario remodelar, uno que se agudizó cuando después de terminado el trabajo hubo que volver a romper porque la gotera persistía, uno que con cada viaje de cerámica, de pegante, de mezcla se apretaba más y más, que estuvo a punto de estallar cuando vio que ya no quedaba el mismo color de piso y que ahora yo tendría que vivir viendo un parche en el suelo, un tono ligeramente más oscuro, menos óxido… —No hay más dijo el vendedor, hay paro en los fabricantes, si no se la lleva hoy, ya no quedará nada que se le parezca.

—La llevo a regaña dientes, la veo y me rechinan, pensando en ese nudo apretándose subo las escalas, tengo frío, abro la puerta, los gatos corren, maúllan tienen hambre, intento prender la luz y chispea el interruptor…

La energía desaparece, no solo de los circuitos eléctricos, sino también de mi vida, me desplomo, sobre los escombros de la cocina, estoy emparamado y el polvo se me pega a la ropa… tampoco tengo lavadora para lavarlo, no tengo nada, Isabela está lejos, también lo está la esperanza, la vida lo único que da a manos llenas es tristezas y angustias.

Soy un ocupa en mi propia casa, estoy desterrado de mí mismo, de mi sueño, ya nada importa pienso, y me acuesto sobre los escombros, los gatos notan que estoy en el piso, se acercan, ronronean y me siento en casa.

La dictadura de las sábanas

Era una mujer jovial, de una risa continua y estridente, alborotada como su cabello y a todas luces encantadora, le gustaba decir que era una sorpresa constante, y en verdad lo era, incluso para ella, cada día encontraba su propio camino y a cada hora un nuevo viento para ir hacia algún lugar o hacia otro, la vida era una posibilidad irresistible, un antojo, un deseo… un arrebato, como su peinado.

De repente llega un mensaje, hace cosquillitas en la entrepierna, de la nada otro no quiero que vengás hoy a dormir, boté tu libro, se me olvidó subir el mercado, salimos de viaje a las 6… así súbitos, sin pistas, inminentes, toda su vida diurna transcurre en un movimiento imposible de predecir o seguir. Ella baila sola, la compañía le viene bien para una o dos canciones, pero después cambia el ritmo, la cadencia, los pasos, solo quiere moverse, desbordarse y entonces no hay pareja que le sirva.

Él era astuto había aprendido con el tiempo que el agua tiene un flujo que no puede controlarse, que los caudales encausados suelen matar la vida, que canalizarla sería lo mismo que perderla porque ya no habría arrollo, ni rápidos, ni cambios, nada de torbellinos ni de piscinas naturales, nada de ella, así que no procuraba cambiarla, y se sentaba a lo lejos cuando ella cambiaba el paso, ya volverá pensaba él si ha devolver se decía a si mismo. A él le gustaba pensarse como un gato, cariñoso cuando se le antojaba, pero cauteloso, cariñoso en la seguridad de la intimidad pero apenas perceptible delante de los demás, así que su relación iba bien sobretodo cuando nadie los veía.

Eran casi exiliados voluntarios, haciéndose compañía en los lugares adecuados, abrazándose, besándose, y curándose las heridas más profundas, con la fuerza justa, con el ritmo justo hasta que llegaba la noche, ahí ambos perdían la guerra contra sí mismos, ella queriendo desconectarse del mundo, apagar pantallas, aislar sonidos, él extendiendo el día, golpeando teclas, jugando y corriendo como un gato a la media noche de un lugar para otro, queriendo leer, cocinar, escuchar música o ver televisión, deseando robarle al día un poco de su vida como lo había hecho la oficina con él y entonces en ese ying y yang que en el día encontraba el equilibrio, en la noche se transformaba en la guerra, y como toda guerra tenía daños colaterales.

Platos, ollas, cenas, botellas de vino sin empezar o sin terminar volaban, cada noche peor, cada noche más oscura, más larga… al final ambos sucumbían al cansancio, y dormían, eso y el aceite de CBD que él usaba para cocinar, eso y el vino que ella tomaba siempre con la cena, eso sumado a las pastillas que ambos tomaban ya en su habitación.

Al despertar, era extraño, el sol a ella le dibujaba una sonrisa, el café a él le despertaba las ganas, follaban cada mañana hasta sacarse la rabia, se mordían, se escupían, se castigaban por su comportamiento del día anterior y al mismo tiempo se complacían a un nivel que siempre los dejaba extrañándose, su intimidad cómplice, su pacto secreto lo sellaban cada mañana viniéndose el uno sobre el otro.

Dictadores de las sábanas, se miraban, se reían, veían la cama desajustada, lejos de donde había empezado la faena, la estamos torturando, pensaban deberíamos pasarla a mejor vida… bromeaban, y cansados se alejaban el uno del otro.