Colgar los guantes

Cuando uno es algo, más allá de si lo hace, si lo ejerce o no, nunca deja de serlo, no se puede ser un ex de algo que se lleva en la sangre, uno se retira pero no deja de ser, uno se hace a un lado porque entiende que el sueño ya es inalcanzable, entiéndame, uno no ha dejado de soñar, pero uno entiende, las rodillas pesan, las costillas ya no aguantan igual, la campana suena bajo y distante, sí quedan buenas peleas todavía, porque ya entiende uno mucho más cuando lanzar un jab, cuando golpear el cuerpo y cuando buscar una quijada o un pómulo expuesto, las posturas se leen mejor, y se les sacan más provecho, pero uno sabe, el cuerpo presiente su hora, se vuelve lento y se rompe con más facilidad, se cansa, y cuando recibe un golpe, duele más, se desgarra a mayor profundidad, los buenos no son viejos, por los que la gente apuesta no son viejos.

No es que sean malo los viejos, es que ya no son baratos, la comida hay que cuidarla, tenerlos a punto para cada pelea es más costoso, necesitan dormir más, descansar más, más tiempo de recuperación, no pueden soportar una buena tunda tras otra, la primera vez que pasa, el primer aviso es el más duro, la perspectiva es diferente, intentas enfocar, recuerdas la vista de alguno de esos viejos leones a los que enfrentaste, piensas en ellos, en la admiración que les tenías, en el fondo estando del otro lado sabes que están venidos a menos, no fue fácil, te dolieron los golpes, pero no te sentiste acorralado, no perdiste de vista el plan, esquivaste, aguantaste y ahora está en la lona, así fue muchas veces, pero ahora eres tú, y no entiendes, cuesta entender, las luces de las cámaras exaltadas disparándose una y otra vez, el conteo, 6, 7 te levantas, comienzas a enfocar y piensas que ha sido una coincidencia, estás aturdido, muy cansado, falta mucho para la campana, son dos minutos, pero sientes que el tiempo ha dejado de ser constante, cuando él ataca es lento, se estira, te cuesta ver los golpes, evitas los peores, pero recibes muchos y cuando tú atacas, se acelera, no vez cómo puede esquivarte, por eso cuando en la esquina te gritan  dos minutos te parece una broma de mal gusto. Vuelves al centro, chocas los guantes, ves una mirada diferente, no es que el respeto desaparezca, existe, pero sabes lo que indica, sabes que te han visto a los ojos, te han medido las distancias y te han encontrado inofensivo, el resto de la pelea es un mero trámite…

Suena la campana, te golpean, pierdes un par de peleas, culpas alguna vieja lesión, te concentras en algún entrenamiento diferente, pero el enemigo ya no está en la otra esquina, para esta altura de la situación, el enemigo está adentro, lo vez asomado en cada arruga, en la intolerancia a leche entera, en la grasa después de las 9 p.m., en la resaca, en la espalda pesada y el lomo endurecido, en las visitas cada vez más frecuentes al médicos, en las peleas cada vez menos interesantes, sirven para mantener alguna racha, todavía no eres un sparring pero te acercas, la ira trae el segundo aire, te vuelves preciso, afinas golpe y puntería, K.O, K.O, K.O.

Si tienes suerte eso sucede, te conviertes en un francotirador, te dan una segunda oportunidad bajo la luz y las cámaras te preparas para la última función, para el show de despedida, estás nostálgico, no ha sonado la campana, está asolas en el camerino y lo sientes, el vacío en el pecho, el aire que se escapa en los pulmones, todo parece decir: adiós viejo amigo, pero te rehúsas a escucharlo, piensas que desaparecerá cuando él caiga por primera vez a la lona, cuando le pruebes, cuando te pruebes que aún eres de cuidado, te das ánimo, aunque al avanzar por el pasillo intuyes lo que va a pasar, la emoción es abrumadora… los ojos se humedecen, respiras profundo y sales camino a la lona, chocas guantes, y comienza la carnicería, la revancha no llega, solo hay dolor, no hay juego de piernas, te cansas, te golpean y entonces si tienes alguien que se preocupe por ti, si, de verdad hay alguien en tu esquina, la toalla vuela, y los golpes se detienen, K.O al ego,  uno no deja de ser, uno jamás se rindió pero sí es uno el que cuelga los guantes. Si no hay nadie en tu esquina, si estás tan solo como a veces sueles sentirte, los golpes borrarán los buenos recuerdos, y volverás a esos gimnasios donde no hay espectáculo ni pasión, a ser una sombra que recibirá golpes toda su vida.

Máximos y mínimos

A Alex le gustaban los video juegos, lo suyo no era un hobby, era como decían ahora una adicción, él no los jugaba, bueno, no solamente los jugaba, los habitaba, era diferente, huía de su realidad sumergido en una pantalla, no es tan diferente de los que lo hacen metiéndose en los libros o en los trabajos, o en la constante complacencia de una persona, todos son adictos, pero los demás no importan, ignoren ese recuerdo que los ha llevado a pensar en amigos, amantes, hermanos, padres, olviden a sus hermanas, a sus compañeros de trabajo y a sus madres, quedémonos con Alex, con su adicción…

No siempre fue así no siempre necesitó los video juegos y ellos tampoco siempre fueron una solución para él, creció siendo el menor, ser el menor es ya algo traumático, creció en medio de una relación dispar de poderes, y fue criado a la sombra, los adultos siempre están ocupados, los pequeños siempre son molestos, no importa a que edad leas esto, es casi un postulado. Creció, sí, pero es solo un decir, Alex se siento poco, pequeño, todo abuso lo justifica, está en deuda, se siente en deuda, y por eso al llegar a su casa, cada noche, apaga los audífonos, cierra la puerta, acaricia su gato, Quijote y enciende su consola, no es solo un botón, el mundo desaparece, ahora hay normas reales, plazos reales, el juego es más fácil de llevar, la música comienza y el olvida, olvida de apoco lo poco que se siente, su irrelevancia, no se trata de evadir el mundo y sus retos, se trata solamente de evadir sus mentiras, de personajes mezquinos de esbirros de las normas y los sistemas, ama profundamente ese caeos digital, ese algoritmo porque en el fondo es más humano, es más justo.

Alex ataca, y olvida que le han incumplido de nuevo, que el ascenso no llega, y que además lo acepta en silencio, piensa en quijote, en su tarjeta de crédito, tiene que aceptar, pero está cansado, sonríe, porque sabe que la semana siguiente habrá algún problema y él lo solucionará, sabe que es el mejor programador del área, así que el trabajo llegará, la responsabilidad se le exige, pero no se le paga, está acostumbrado a vivir así, en la sombra, no reclamará mucho… la cadena que lo oprime no está atada a nada salvo al recuerdo, tantas veces le han dicho que no, que ya hasta preguntarlo lo agota, en el video juego no, allí sabe que lo van a atacar tres veces desde la derecha, que si salta debe agacharse, que si el enemigo camina, lo hará para tomar impulso y el debe correr hacia él, hacer un ataque en carrera para conectar un crítico, el juego sabe jugar bajo las reglas, se respeta y por ende lo respeta, cuando las promesas se cumplen, solo cuando las promesas se cumplen las palabras tienen sentido. Y el juego cumple.

Por eso Alex llega a casal, saluda a su gato y prende su consola, por eso evita a su esposa, porque ella miente al decir que lo entiende, no puede hacerlo fue hija única, es incapaz de entenderlo, de verlo, realmente verlo, por eso empaca su ropa mientras Alex juega y olvida, olvida que escucha los ruidos de Lorena que azota la maleta, mientras que arranca los ganchos de la ropa, mientras taconea con un redoble de galera, mientras olvida sus risas juntos, sus sueños juntos, otro enemigo, otra mecánica, otro reto controlable, otra regla simple. Sentarse, pararse, rodar, atacar, sin engaños, sin trampas, sin egoísmos, un juego claro y justo.

Lorena se para en la puerta, él la ve reflejada en la pantalla y finge no verla, aunque ella ve cuando desvía la mirada, la rutina la conoce, tres pasos hacia atrás, derecho a la cocina a la caja de los fusibles, lo hizo llorar tantas veces así, arrancándole lo poco que le quedaba, la paz tan esquiva, Alex cierra los ojos, ella no baja la palanca, desaparece, vemos que ella se fue hace años, que es solo un recuerdo, Alex se pone de pie y se asoma a la ventana.

Las luces se apagan, y por corte vemos a Alex sentado en su sillón, apagar por primera vez la consola. Entra logo Poly Station 6 y el slogan supera todos los monstruos.  

—No será mucho, pregunta un cliente al escuchar el aproach

—Es lo que necesitamos, es real, potente, necesitamos mostrar la consola como una solución, afuera está el problema, ese mensaje debe quedar claro.

El cliente lo sabe, no se llama Alex, pero conoce su dolor, se siente expuesto y no quiere aceptar, pero en la mesa hay peces más gordos, Alguno sugiere que Alex no es un nombre muy local, debería ser Ramiro dice mientras mira Ramiro.

Ramiro se levanta, humillado, se puede ver porque tiene la cabeza agachada, herida, llega a su puesto y escribe.

Hasta luego dice, es lo máximo que va a decir le pregunta alguien él agacha la cabeza y responde bajito es lo mínimo que puedo darle.

Voluntad

Llueve, llueve como solo sabe hacerlo la noche en la eterna primavera, quién carajos le puso eterna primavera a una ciudad que tiene 224 días de lluvia al año, llueve tanto que las gotas que impactan contra el techo del carro hacen imposible escuchar la canción que suena, en el parabrisas las gotas gordas se estrellan una tras otra y el carro avanza a 20 km por hora… va a ser un viaje largo y en tarifa dinámica; va a ser un viaje caro. La lluvia no me deja pensar con claridad, me gusta conversar, pero no alzar la voz, me duele la garganta y prefiero no hacerlo. Intento ver fuera, pero es imposible, una cortina de agua lo envuelve todo, entonces la veo bien por primera vez, la conductora del servicio que solicité a través de la app es bonita, tiene esa belleza triste que tiene la gente rota, me gusta la gente rota pienso, luego miro el panel del radio, s p o t i f y aparecen las letras una a una en esas animaciones lentas y así como sale cada una desaparece, parte del nombre le sigue, tu tanta falta… Mon Laferte, no la conozco pero la melodía es triste, sigo perdido tratando de ver algo más y entonces noto que el símbolo de repetición está activo, pero no el que reproduce una lista al terminar, sino el que repite una y otra vez la misma canción…

El agua da tregua., pero la radio no, con la calma el sonido recobra fuerza, la canción es triste como esperaba, —Es una canción poderosa le digo —Sí me responde y al ver que me gusta le sube un poco de volumen, —Se la escribió al ex esposo me dice, —me cuenta que ama la música que siempre escucha música así de una manera obsesiva, una canción a la vez hasta que eso que le hizo clic, vuelva a hacer clic desde el otro lado, dice que si no se queda con el alma abollada, me cuenta que no es de esta ciudad, dizque eterna primavera le dicen, dice con una mueca sarcástica, deberían decirle la eterna llovedera dice con esa sonrisa con la que los tíos borrachos cuentan siempre sus chistes, los mismos chistes reunión familiar tras reunión familiar. Pienso mientras habla, pienso mucho siempre, pero esa combinación de melancolía y sadismo me tiene perplejo, entonces pienso en lo que dice, asiento y la dejo hablar. Por fin logro hilar una idea, y la digo solo para participar del monólogo en el que parece convertirse el viaje, Hasta la tristeza engaña al tango, ya no hay nada sagrado le digo. Ella reacciona a esa frase, sonríe, —sí es triste dice, luego asiente y solloza.

En la radio la canción comienza de nuevo: hoy volvía dormir en nuestra cama y todo sigue igual, el aire y nuestros gatos nada cambiará, difícil olvidarte estando aquí… no se da cuenta pero sigue la canción, mueve los labios con suavidad pero lo suficiente como para que se note que canta, Te recuerda a alguien, le pregunto sabiendo que sí, que no canta la canción, sino que se cuenta una historia, yo he hecho lo mismo, me he recitado poemas de Jattin, de Sabines, de Girondo con la certeza de que fueron escritos para mí, para curarme un desamor, para aliviarme la desilusión, pero el que sufre hoy no soy yo y aún falta para el camino así meto el dedo en la llaga y lo hago esperando que haya reacción, pero no hay ninguna, el duelo ha avanzado, ya no hay ira, ni negación, —Sí, responde, a mí también me dejaron, sé lo que ella siente, pero no es el primero en dejarme, también yo he dejado, nadie se va riéndose, y ninguno de los que se queda la pasa bien, pero así es el amor, viene y se va, deja cosas buenas, este amor me dejo amor —dice con una resignación pasmosa, con ese dolor que deja claro que ella fue la que se quedó y él el que se fue.

—Ese amor te dejó amor repito, ella sonríe —Sí, dice y calla.

La canción se convierte en ruido de fondo, los dos vamos perdidos en ella y de repente pregunta, –—¿quedará lejos Tesalia? Mi hijo, explica, el amor que me quedó sonríe al decirlo y yo tenemos un juego, durante el día vamos pendientes a todas las matrículas de carros, las placas, y competimos por ver quien quiere desde más lejos, desde tesalia hasta envigado podría decirle hoy, si tuviera la certeza de que queda lejos, lo veo muy poco, vive con él y con su abuela, pero sabe que lo quiero desde y hasta siempre… Entonces entiendo, no es el amor que le quedó, es el único que le queda.

Me bajo del carro y me despido, camino bajo ya una leve llovizna, la canción sigue sonando en mi cabeza, ven y cuéntame la verdad, ten piedad y dime por qué… cómo fue que me dejaste de amar, yo aún podía soportar tu tanta falta de querer la garganta se cierra un poco, el corazón se contrae punzante, y casi sin darme cuenta comienzo a escucharla… no puedo resistirme, no sé decirle que no a una tristeza, no tengo la voluntad.

Presagios

Me resultaba naive, ninguna palabra lo definía mejor, era imposible discutir con el resultado,  aunque careciera de toda ciencia, pero como investigador había entendido con el tiempo que a la que el agnóstico o ateo le llama azar es a lo mismo que al creyente le llama fe, algo simplemente inexplicable, ridículo y atemorizante, la única diferencia es que el primero suele encontrarlo estadísticamente probable, mientras que el segundo siempre carece de cualquier interpretación lógica, pero para quien los experimenta se sienta igual, desconcierto, sorpresa, una negación de su estado anterior.

No importa si te curas del cáncer, sobrevives a un accidente, si te coge la tarde y evita eso que salgas a tiempo para tomar el bus que siempre tomas, n el paradero al que siempre llegas y donde hoy a la hora en la que sueles estar allí, esperando una motocicleta persigue con ferocidad un camión blindado que pierde el control y se estrella junto contra el asiento donde sueles subir tu zapatilla para fumar.

Tampoco si un boleto de navidad de esos casi casi parecen imposibles de ganar te es regalado en un bar, en navidad, un 22 de diciembre, por una chica hermosa y triste que reniega de su suerte alegando que no ha ganado nada, que es tonto aferrarse a la idea, que no lo quiere, y lo rechazas, para escuchar como en un par de horas la chica gana, con casi todos los del bar.

Era evidente ante las circunstancias que algo tenía que ver, aunque fuese estadísticamente demostrable que todo eso era probable y que no era nada especial, Carlos tenía claro que los días en que se apresuraba a salir y se ponía los boxer al revés todo le iba mal.

No era que cuando los usara al derecho todo le saliera bien, pero nada era tan malo, sí lo había mordido un perro usándolos al derecho, y terminado un par de relaciones, lo habían incluso echado de un trabajo, pero la sensación era también de suerte, y era consciente de ello porque le ocurría desde pequeño, lo había aprendido en la escuela en tercero de primaria, en un patio de recreo donde había un grado por cada año, 35 personas por cada grupo, en total unos 200 inquietos, bullosos y malvados niños que gritaban y corrían, 200 niños miserables y sin escrúpulos, ignorantes empáticos que gozan torturando a los más pequeños,  lo aprende un día como hoy, recuerda que lo aprendió en medio de la reunión donde Federico lleva una propuesta mejor que la suya, y la reconoce porque estaba ahí el día que perdió el vuelo, el día en que lulú no llegó a despedirlo al aeropuerto, el día en que el boleto de lotería le pareció mejor que un abrazo…

De nuevo está en medio de todos, de nuevo 200 voces ríen, parecen miles, cientos de miles, descubre ese día también que las paredes sí hablan pero solo saben reírse de quien se siente poco, la primera vez que le bajan sus pequeños pantaloncitos de tela, y las risas no son tanto por sus calzoncillos rotos como los de cualquier persona que no lo tiene todo y manchados como los de cualquier niño quedan expuestos y no es por ni por lo desgastados, ni por lo manchados que se burlan de él, sino por tenerlos al revés.

Han pasado 30 años, quizá un poco más pero es imposible de evitar, cuando alguien como Federico le hace algo como lo que acaba de ocurrirle Carlos baja la mirada, introduce la mano en su pantalón e intenta sacar el resorte de su calzoncillo, nunca falla, siempre, siempre está del otro lado.

Descenso

El tiempo se lleva todo, siempre gana, eso decía el flaco cuando estaban en el colegio, un compañero suyo que lo único que ganaba era filosofía, era buen tipo pero demasiada cabeza para todo, y cuando se piensa mucho se hace poco, eso decía él, ese había sido su lema, su vida, su  carrera, ser así, un poco imprudente, lo había convertido a temprana edad en una promesa del downhill, tenía buena técnica, y parecía no tener mucho miedo, también mucha práctica, el resto comienza a practicar a las 14 o 15 años, pero para David, la vida misma era un entrenamiento, a los 8 que aprendió a montar cicla aprendió que para salir de su barrio tenía que descender, pasó sin darse cuenta de las rueditas de entrenamiento a pararse en los pedales y bajar escalas empinadas, trochas y zanjas porque eso era lo que había que bajar para poder salir, por eso cuando decían que tenía un talento natural, la gente no se equivocaba del todo, en su primera clase se notaba que iba al acecho, tenía una postura agresiva, se abalanzaba sobre las pendientes y evitaba los chicken way, siempre iba por los obstáculos y los atacaba sin pensarlo dos veces, lo que para los demás era una opción, para él era simplemente familiar.

Pero con el tiempo, se hizo lento, seguía siendo agresivo, pero ahora calculaba más, y a veces dudaba, sus tiempos no eran malos, pero ya no fijaba nuevas marcas y para colma de males, algunas de ellas empezaban a ser superadas. Venían mejores, podía sentirlos cerca y por primera vez sentía ese miedo sin adrenalina, no el otro, no el de peligro inminente, no el de la muerte saludando en una curva o un jardín de piedras, el miedo de no ser suficiente, ese que había hecho sentir a toda una generación al pasarles de largo en los entrenamientos y las competencias, ahora era él, y entonces empezó a recordar al flaco, el tiempo se lleva todo, siempre gana… puto flaco.

Eran vacaciones, estaba en Tigre, Argentina, visitaba un parque de diversiones, una atracción de esas que te meten en los planes de viajes, de esos planes de viajes que te arman para darte una degustación de todo y nada a probar, esos que te incluyen un paseo en bus por la ciudad, dos o tres restaurantes, un teatro, entradas a estadios, de esos que hacen al turista más turista y menos aventurero… la puta madre pensó, cada vez me parezco más a ellas, revisó su manilla escaneando el código QR que tenía y descubrió que había una sola atracción fuera de su pase, una que no la cubría, y sintió ese deseo, esa provocación con la que antes veía las rampas, las escaleras, sintió ese deseo de brincar.

Mientras lo preparaban empezó a sentir algo diferente, acostado como una ballena sobre una lona y atado a un cable flexible, comenzó a ser arrastrado hacia arriba, subía y subía y subía, no podía creer lo alto que estaba, nunca había pensado realmente en las alturas, cuando volaba nunca tenía ventanilla, y en los hoteles nunca pasaba del 5 o 6 piso, jamás se había sentido tan arriba, ni en los teleféricos donde solían llevarlo a los puntos de partida porque en esos momentos pensaba en el descenso y no era del todo consciente, pero ahí, ahí  donde estaba mientras subía no tenía nada en que refugiarse, por primera vez no tenía una excusa ni un objetivo, estaba solo en lo más alto, y de repente el intercomunicador lo despertó de su pensamiento.

—A la cuenta de tres liberás el arnés, entendido

—Sí, solo deme un minuto, quiero disfrutar un poco la vista dijo

—Tiene 30 segundos, hay otros clientes esperando su turno, —dijo una voz bastante molesta, y hubo silencio

Allá arriba volvió a pensar en lo que decía el flaco cuando estaban en el colegio, el tiempo se lleva todo, también ese pequeño momento de júbilo y nervios, puto flaco pensó, el tipo era un genio, sabía desde mucho antes que pasara que sus tiempos pasarían, por eso nunca se emocionaba mucho con nada, lo disfrutaba, pero no se enganchaba, sabía vivirlo sin depender de nada, iba y eso era suficiente.

—Tres, dos, uno —Dijo la voz desde el intercomunicador y él tiró fuerte de la línea que removía el pasador para liberarlo del arnés, y entonces comenzó la caída y gritó, gritó sus rabias, sus victorias, sus miedos, sus marcas, sus días pasados y su futuro lento, grito hasta perder la voz, con cada grosería que conocía, cada que el movimiento lo llevaba hasta arriba, volvía a sentir ese vacío en la boca del estómago, ese dolor en el pecho, esa ausencia de gravedad que lo dejaba inútil y expuesto y gritaba, entonces sí gritaba de miedo, aterrado, gritaba como lloran los que aprovecha cuando cortan cebolla para llorar por todo lo que no han llorado, así gritaba él porque el tiempo se iba y lo dejaba solo, como gritan los niños cuando quieren algo y no comprenden que no hay dinero para comprarlo, en una pataleta histriónica y lamentable, disfrazada de emoción para todos los demás, pero sabiendo lo que hacía, entendiendo que el segundero le había pasado de largo hace un par de vueltas y tenía que aceptarlo, también él le llegaba su tiempo.

Desencuentros

La primera vez que me plantó tenía 15 años, nunca ha sido puntual ni de buena memoria, quizá debí haberlo sabido en ese entonces, pero como todo comienzo altera la realidad, no me importó. Pensaba que de todas maneras siempre llegaría tarde porque mi deseo siempre la reclamaría antes. Aprovechaba su demora para leer, en ese entonces y ahora, los libros siempre fueron mi aliado en la espera, mitigaba la ausencia de sus labios, de sus manos alrededor de mi pecho, y disfrutaba en ese otro mundo previo a su llegada.

Llegó tarde a casi todas las citas que tuvimos, incluso alguna vez prometió que no volvería a suceder y pensé que iba a terminarme porque sabía de antemano que nunca, nunca, podría llegar a tiempo. Estuvo cerca, sí, un minuto de más, 2 o 3, en esas ocasiones llegaba risueña, orgullosa, lo había casi conseguido, no tuve el corazón para decirle nunca que dos minutos tarde no era a tiempo. Me gustaba verla sonreír y bailar como lo hacía cuando era feliz con las pequeñas cosas.

Le costaba salir de la cama, siempre quería 5 minutos más y no entendía cómo podía yo pararme de la cama con la primera alarma a las 4 am, si a ella le costaba salir con la tercera de las 7, lo decía con un puchero de culpa, con una cara de inocencia y de angustia, siempre fue tierno verla con esa expresión.

Miro el reloj, 15 minutos tarde, muchas veces han sido 15 minutos, no es grave ni su mejor marca, bajo la vista y sigo leyendo un viejo libro de Pérez Reverte, una novela de perros, Los Perros Duros no Bailan, es graciosa, realmente es un relato más policiaco que otra cosa una especie de thriller pero el recurso refresca y lo hace interesante, quiero seguir leyendo pero no puedo, no deja de llamarme la atención que ahora, justo hoy cuente el tiempo para reunirme con ella, en el fondo sigo pensando que ella nunca llegará a tiempo, que nunca podrá ganarle a mis ganas de que llegue antes, incluso hoy 30 años después desde la primera vez que lo hizo.

El tiempo es un concepto muy abstracto, no sirve mucho hablar de 30 años, pero han sido 10 vacaciones juntos, eso, claro por mi culpa, nunca he sido bueno descansando, tenía cuentas por pagar; si en algún momento va a uno a sacrificarse que sea cuando hay ánimos para ello, quería dejar pagas todas mis deudas antes de cumplir 40 años, lo intenté pero fue imposible, siempre lo supe, eran realmente los 43 la meta pero no dejaba de tentar la suerte a ver si me sorprendía, han sido cientos de tarde de domingos juntos, incontables domicilios, películas, cafés, fantasías gastronómicas, complaciéndonos… al final son esos momentos a los que siempre vuelvo cuando pienso en ella, en nosotros.

Cierro el libro con la certeza de que no voy a poder leer, voy a seguir recordando esos momentos, las caminatas, el despertar juntos, un maldito cliché, la ventana detrás de ella, la luz que llega desde la espalda, la forma en como el cabello le cubre el rostro, ella todavía a sus 30, con el pecho desnudo, en mi cama, en mi casa antes de que fuera nuestra casa, el tiempo derrotado, la vida congelada…

Por fin sale, es una cajita de música, sonrío entristecido, hoy es la última vez que llega tarde, ahora descansa, el cáncer ganó y yo soy el único que pierdo.

Contundente

La respiración agitada, la vista nublada y difusa… la confianza perdida al igual que el equilibrio, el mundo de repente acelera y se inclina, en medio de esa espiral expresionista brota el miedo y me entrego a la suerte, es estúpido, pero de alguna manera creo que quizá duele más si veo contra que me golpeo, entonces aprieto los párpados y solo siento el calor alrededor del fémur, en el radio y el cúbito, escucho el sonido seco del casco contra el pavimento… y entonces sé que todo ha terminado.

Es curioso que un golpe tenga temperatura, que se sienta caliente, antes de abrir los ojos me hago más preguntas tontas, quiero postergar el resultado, postergar las consecuencias que al final son siempre inevitables, cúbito y radio pienso, cómo es que olvido con cual mano debo frenar pero puedo recordar el nombre de dos huesos que estudié en cuarto de primaria para ganar educación física. Definitivamente La memoria es caprichosa cuando la atención es escasa. No escucho ninguna fractura, pienso que las fracturas tienen un sonido similar a cuando la uno se saca una espinilla, la piel se rasga, si se presta atención puede escucharse como ese desgarro se transmite por los huesos hasta el tímpano, con lo huesos supongo que es igual y no escuché nada así que no debe haber nada roto, espero, deseo.

Por fin junto el valor, abro los ojos, al hacerlo vuelvo a activar mi sistema nervioso al parecer, el codo, el codo que nunca sentí que pegara contra nada, que jamás se calentó como una resistencia eléctrica de cocina, ese que consideré intacto sangra, se siente como gelatina, el antebrazo derecho está tatuado en la acera, también sangra, la ropa pienso, intacta por fortuna, la gente alrededor no entiende, no se explica cómo ha pasado y me mira como pidiendo una aclaración… los decepciono, tampoco la tengo, no sé por qué sin nadie en frente, sin ningún carro cerrándome, sin nada que me sorprenda, mi mano izquierda se extiende, toca la palanca del freno y siente un cosquilleo ajeno a toda razón, y aprieta, aprieta fuerte, y yo me catapulto pero no, no hay nada, nada que justifique la acción, nada para contarles, necesito decirles algo, justificarme, caído sí, imbécil claro que sí, pero ellos no tienen por qué saberlo, y miento. -Estoy bien, me levanto y me sacudo el pantalón, las piernas me duelen, se encienden al tacto, que no sea grave, hijueputa que no sea grave. No me quiebro y continúo, me levanto, los miro y digo: -No me pasó nada.

Me monto a la bicicleta de nuevo, miro al frente no quiero encontrarme con sus miradas, no quiero más preguntas, la humillación duele más que el golpe, la estupidez es más contundente que el pavimento, desgasta más que el asfalto corrosivo, ellos sonríen, sé que sonríen, por dentro lo hacen, no están interesados en mi seguridad, solo quieren conocer mejor la historia para contarla bien, la inexplicable historia de un gordo cayendo en bicicleta, mentirán, estoy seguro que mentirán que dirán que la barriga me bajó la sudadera hasta las rodillas y que me vieron volar y rebotar en la cicloruta, que lo vieron pararse tembloroso, llorando, levantándose los calzones con una sola mano, otros más ingeniosos quizá digan que fue frente a una panadería, quien no les creería que un gordo cae conceptual y físicamente ante el olor de pan recién hecho, otros hablarás de helados y quizá alguno diga que fue una foto de una hamburguesa o una valla de una chocolatina, de todas las mentiras que puedan decir, el pan será la mejor, imagino el olor del pan, puedo casi saborearlo, conociéndome me parece lo más factible.

Pedaleo con dolor y adolorido, la idea no me abandona, y pedaleo con una leve sonrisa, porque la idea de un gordo cayendo porque el olor del pan lo distrae es poderosa, más poderosa de lo que pensaba.

Cotidiano

“No sos especial, al universo no le importas y el mundo puede seguir girando sin ti”

El flaco

Madrid un día de octubre del dos mil algo

Hay algo llamativo en ser extranjero, en estar lejos de casa, de las costumbres y las jergas que hacen que una persona pertenezca a un lugar, uno no es cotidiano, solo con hablar su acento rompe la monotonía, la gente gira te mira con los ojos despiertos, en busca de una especie diferente de humano, quieren encontrar un ser con una lengua amorfa incapaz desde la biología de marcar las Z, las S y las C, voltean apresurados, deseando encontrar al espécimen que ignoraron a su paso, es fácil también ver su decepción cuando se encuentran con mi imagen, no tan distinta a la de ellos, no tan extraña… sus ojos se duermen, y entonces dejan de mirarte.

Hay otro tipo de sorprendidos, los que hace mucho migraron y encuentran en tu forma de hablar, todavía originaria un golpe de la nostalgia, quizá sea solo una palabra, pero les recuerda a la forma en cómo la decía un amigo, un primo, quizá sus padres o abuelos y entonces sus ojos atemorizados por la diferencia en un comienzo se tornan emocionantes y emocionados, recuerdan algo que yo no puedo entender, pero los rompe, quizá sus juegos callejeros, sus apodos, su existencia siendo ellos, la mayoría, el decreto de la normalidad, quien nunca es el extraño, pero también los momentos felices, los sabores que allá lejos son costumbres y aquí solo recuerdos, anhelos, ellos te miran con una alegría extraña, agradeciéndote por existir, por hablar, por transportarlos a ese lugar al que pertenecieron pero donde hoy también serían extraños; el migrante nunca vuelve, su viaje lo cambia, deja de encajar de donde parte y nunca podrá hacerlo a donde llega, pero en esos pequeños momentos, es y lo agradece.

Para mí es extraño, aunque esa novedad llamativa va en doble vía, todo para mí es nuevo, no ellos, los lugareños son iguales sin importar a donde vayas, adormilados, se sienten dueños de, aunque no conocen nada de sí mismos, la historia de sus calles ni sus monumentos, para ellos es solo un lugar de tránsito, ignorar la belleza del contexto y la historia es un mandato claro del día a día, sin embargo como colectivo tiene sus costumbres, sus particularidades, sus acentos… aunque son levemente diferentes, su ropa, su forma de caminar, su noción del peligro que siempre me resulta exagerada. No crecí en medio de las balas como muestran las novelas, pero sí en un ambiente hostil y desconfiado, hay un radar natural que detecta el peligro, el real, no el infundado de la xenofobia, sino más visceral, un instinto animal que puede oler, sentir quien lo amenaza, no le temo a la imagen de los otros sino a su comportamiento; camino tranquilo entre ellos sin inmutarme.

La sensación no durará mucho, la beca es por 3 años, llegará el momento donde conoceré su inverno, su otoño, su primavera y su verano, donde aprenderé a pedir algo en algún local de cierta manera para que me atiendan más rápido, para evadir las filas, dónde comprar todo un poco más barato o conseguirlo de mejor calidad, donde doblas las esquinas, y cruzar las calles, a ignorar los andenes, los balcones tan pequeños y tan juntos… y entonces todo me será cotidiano, lo disfruto mientras tanto porque cuando pronto volveré ser otro, no tendré nada especial, el universo recuperará su rumbo y su mundo seguirá girando sin mí.