Colgar los guantes

Cuando uno es algo, más allá de si lo hace, si lo ejerce o no, nunca deja de serlo, no se puede ser un ex de algo que se lleva en la sangre, uno se retira pero no deja de ser, uno se hace a un lado porque entiende que el sueño ya es inalcanzable, entiéndame, uno no ha dejado de soñar, pero uno entiende, las rodillas pesan, las costillas ya no aguantan igual, la campana suena bajo y distante, sí quedan buenas peleas todavía, porque ya entiende uno mucho más cuando lanzar un jab, cuando golpear el cuerpo y cuando buscar una quijada o un pómulo expuesto, las posturas se leen mejor, y se les sacan más provecho, pero uno sabe, el cuerpo presiente su hora, se vuelve lento y se rompe con más facilidad, se cansa, y cuando recibe un golpe, duele más, se desgarra a mayor profundidad, los buenos no son viejos, por los que la gente apuesta no son viejos.

No es que sean malo los viejos, es que ya no son baratos, la comida hay que cuidarla, tenerlos a punto para cada pelea es más costoso, necesitan dormir más, descansar más, más tiempo de recuperación, no pueden soportar una buena tunda tras otra, la primera vez que pasa, el primer aviso es el más duro, la perspectiva es diferente, intentas enfocar, recuerdas la vista de alguno de esos viejos leones a los que enfrentaste, piensas en ellos, en la admiración que les tenías, en el fondo estando del otro lado sabes que están venidos a menos, no fue fácil, te dolieron los golpes, pero no te sentiste acorralado, no perdiste de vista el plan, esquivaste, aguantaste y ahora está en la lona, así fue muchas veces, pero ahora eres tú, y no entiendes, cuesta entender, las luces de las cámaras exaltadas disparándose una y otra vez, el conteo, 6, 7 te levantas, comienzas a enfocar y piensas que ha sido una coincidencia, estás aturdido, muy cansado, falta mucho para la campana, son dos minutos, pero sientes que el tiempo ha dejado de ser constante, cuando él ataca es lento, se estira, te cuesta ver los golpes, evitas los peores, pero recibes muchos y cuando tú atacas, se acelera, no vez cómo puede esquivarte, por eso cuando en la esquina te gritan  dos minutos te parece una broma de mal gusto. Vuelves al centro, chocas los guantes, ves una mirada diferente, no es que el respeto desaparezca, existe, pero sabes lo que indica, sabes que te han visto a los ojos, te han medido las distancias y te han encontrado inofensivo, el resto de la pelea es un mero trámite…

Suena la campana, te golpean, pierdes un par de peleas, culpas alguna vieja lesión, te concentras en algún entrenamiento diferente, pero el enemigo ya no está en la otra esquina, para esta altura de la situación, el enemigo está adentro, lo vez asomado en cada arruga, en la intolerancia a leche entera, en la grasa después de las 9 p.m., en la resaca, en la espalda pesada y el lomo endurecido, en las visitas cada vez más frecuentes al médicos, en las peleas cada vez menos interesantes, sirven para mantener alguna racha, todavía no eres un sparring pero te acercas, la ira trae el segundo aire, te vuelves preciso, afinas golpe y puntería, K.O, K.O, K.O.

Si tienes suerte eso sucede, te conviertes en un francotirador, te dan una segunda oportunidad bajo la luz y las cámaras te preparas para la última función, para el show de despedida, estás nostálgico, no ha sonado la campana, está asolas en el camerino y lo sientes, el vacío en el pecho, el aire que se escapa en los pulmones, todo parece decir: adiós viejo amigo, pero te rehúsas a escucharlo, piensas que desaparecerá cuando él caiga por primera vez a la lona, cuando le pruebes, cuando te pruebes que aún eres de cuidado, te das ánimo, aunque al avanzar por el pasillo intuyes lo que va a pasar, la emoción es abrumadora… los ojos se humedecen, respiras profundo y sales camino a la lona, chocas guantes, y comienza la carnicería, la revancha no llega, solo hay dolor, no hay juego de piernas, te cansas, te golpean y entonces si tienes alguien que se preocupe por ti, si, de verdad hay alguien en tu esquina, la toalla vuela, y los golpes se detienen, K.O al ego,  uno no deja de ser, uno jamás se rindió pero sí es uno el que cuelga los guantes. Si no hay nadie en tu esquina, si estás tan solo como a veces sueles sentirte, los golpes borrarán los buenos recuerdos, y volverás a esos gimnasios donde no hay espectáculo ni pasión, a ser una sombra que recibirá golpes toda su vida.

Máximos y mínimos

A Alex le gustaban los video juegos, lo suyo no era un hobby, era como decían ahora una adicción, él no los jugaba, bueno, no solamente los jugaba, los habitaba, era diferente, huía de su realidad sumergido en una pantalla, no es tan diferente de los que lo hacen metiéndose en los libros o en los trabajos, o en la constante complacencia de una persona, todos son adictos, pero los demás no importan, ignoren ese recuerdo que los ha llevado a pensar en amigos, amantes, hermanos, padres, olviden a sus hermanas, a sus compañeros de trabajo y a sus madres, quedémonos con Alex, con su adicción…

No siempre fue así no siempre necesitó los video juegos y ellos tampoco siempre fueron una solución para él, creció siendo el menor, ser el menor es ya algo traumático, creció en medio de una relación dispar de poderes, y fue criado a la sombra, los adultos siempre están ocupados, los pequeños siempre son molestos, no importa a que edad leas esto, es casi un postulado. Creció, sí, pero es solo un decir, Alex se siento poco, pequeño, todo abuso lo justifica, está en deuda, se siente en deuda, y por eso al llegar a su casa, cada noche, apaga los audífonos, cierra la puerta, acaricia su gato, Quijote y enciende su consola, no es solo un botón, el mundo desaparece, ahora hay normas reales, plazos reales, el juego es más fácil de llevar, la música comienza y el olvida, olvida de apoco lo poco que se siente, su irrelevancia, no se trata de evadir el mundo y sus retos, se trata solamente de evadir sus mentiras, de personajes mezquinos de esbirros de las normas y los sistemas, ama profundamente ese caeos digital, ese algoritmo porque en el fondo es más humano, es más justo.

Alex ataca, y olvida que le han incumplido de nuevo, que el ascenso no llega, y que además lo acepta en silencio, piensa en quijote, en su tarjeta de crédito, tiene que aceptar, pero está cansado, sonríe, porque sabe que la semana siguiente habrá algún problema y él lo solucionará, sabe que es el mejor programador del área, así que el trabajo llegará, la responsabilidad se le exige, pero no se le paga, está acostumbrado a vivir así, en la sombra, no reclamará mucho… la cadena que lo oprime no está atada a nada salvo al recuerdo, tantas veces le han dicho que no, que ya hasta preguntarlo lo agota, en el video juego no, allí sabe que lo van a atacar tres veces desde la derecha, que si salta debe agacharse, que si el enemigo camina, lo hará para tomar impulso y el debe correr hacia él, hacer un ataque en carrera para conectar un crítico, el juego sabe jugar bajo las reglas, se respeta y por ende lo respeta, cuando las promesas se cumplen, solo cuando las promesas se cumplen las palabras tienen sentido. Y el juego cumple.

Por eso Alex llega a casal, saluda a su gato y prende su consola, por eso evita a su esposa, porque ella miente al decir que lo entiende, no puede hacerlo fue hija única, es incapaz de entenderlo, de verlo, realmente verlo, por eso empaca su ropa mientras Alex juega y olvida, olvida que escucha los ruidos de Lorena que azota la maleta, mientras que arranca los ganchos de la ropa, mientras taconea con un redoble de galera, mientras olvida sus risas juntos, sus sueños juntos, otro enemigo, otra mecánica, otro reto controlable, otra regla simple. Sentarse, pararse, rodar, atacar, sin engaños, sin trampas, sin egoísmos, un juego claro y justo.

Lorena se para en la puerta, él la ve reflejada en la pantalla y finge no verla, aunque ella ve cuando desvía la mirada, la rutina la conoce, tres pasos hacia atrás, derecho a la cocina a la caja de los fusibles, lo hizo llorar tantas veces así, arrancándole lo poco que le quedaba, la paz tan esquiva, Alex cierra los ojos, ella no baja la palanca, desaparece, vemos que ella se fue hace años, que es solo un recuerdo, Alex se pone de pie y se asoma a la ventana.

Las luces se apagan, y por corte vemos a Alex sentado en su sillón, apagar por primera vez la consola. Entra logo Poly Station 6 y el slogan supera todos los monstruos.  

—No será mucho, pregunta un cliente al escuchar el aproach

—Es lo que necesitamos, es real, potente, necesitamos mostrar la consola como una solución, afuera está el problema, ese mensaje debe quedar claro.

El cliente lo sabe, no se llama Alex, pero conoce su dolor, se siente expuesto y no quiere aceptar, pero en la mesa hay peces más gordos, Alguno sugiere que Alex no es un nombre muy local, debería ser Ramiro dice mientras mira Ramiro.

Ramiro se levanta, humillado, se puede ver porque tiene la cabeza agachada, herida, llega a su puesto y escribe.

Hasta luego dice, es lo máximo que va a decir le pregunta alguien él agacha la cabeza y responde bajito es lo mínimo que puedo darle.

Mitades

Ximena era una mujer curiosa, tenía la piel del color de una bolsa de empanas, y al mismo tiempo unos pómulos pecosos que servía solo para confirmar lo evidente, Ximena era mestiza, una combinación exquisita, aroma, cuerpo, textura, tenía esa facilidad para generar imágenes, sabores… era un mecatico a la vista.

De pocas palabras y de ojos gritones, tal vez era callada porque no necesitaba decir mucho, las pupilas se le abrían en un rango amplio de palabras, el ceño se le fruncía en un doloroso valle de insultos, la nariz pequeña y redondeada barría con facilidad una larga lista de disgustos, ella podía decirlo todo sin abrir la boca.

Edi en cambio, era uno de esos tan comunes, como moneda pegada al suelo del bus, como un candado al lado de otro candado en una reja llena de candados, lleno de significado vacío, de una habladuría esparcida, pero sin nada extraordinario, de esos que saben que carecen y por eso niegan a callarse, no pierde la oportunidad para hacerse notar, necesita que lo vean, y aunque habla, aunque grita, parece que no dijera nada, su rostro apaciguado, inmóvil, tieso, es incapaz de expresar algo, habla porque necesita decir, porque necesita contar y el resto de su cuerpo no sabe transmitir otra cosa que silencio, era en el mejor de los casos la noche de copas de una despechada, la venganza de una amante olvidada.

Ella era el vaso medio lleno, él un vaso roto y vacío, la una con ganas de desaparecer, de no destacar, molesta, siempre molesta por la frivolidad con la que la vida parecía tratarla, bajo una falsa idea de facilidad, no era fácil estar siempre en medio de la luz, nunca ser perdida de vista, no ser nunca anónima, ella tenía ese algo natural que atrae, que te hace girar e inclinarte, parecía tener control sobre las quijadas y todas giraban al verla pasar. Ella lo odiaba. Y no era solo su imagen, su voz era igual, diferente, llamativa. Estaba condenada a la atención pensaba. Lo había pensado tanto que se repetía a la tensión y se reía, quizá sea la única que lo haya notado, que la tensión viva dentro de la atención siendo ignorado.

Justo en eso pensaba y mientras lo hacía maldecía, se maldecía, a su reflejo sobre los charcos de agua en la acera, a los que miraba para evitar las miradas en la calle, y poder ignorar con éxito los mamacita, los venga le quito ese malgenio, la simple y vulgar existencia de los otros, y hubiera seguido así cabizbaja huyendo del reflejo de su imagen en ojos ajenos, pero él la cruzó en el camino, la algarabía en la que andaba era imposible de disimular, y aunque el ruido era real, él no, la gente escuchaba la bullaranga pero no recordaba a quién la hacía, y al verlo no puedo evitar plegar sus mejilla, retraer su nariz y abrir los ojos como quien sin saberlo confunde el pimentón con el rocoto.

Él no dejo pasar el gesto desapercibido, y hablador como siempre la abordó sonriente, acostumbrado al no, al olvido, disfrutó un segundo su atención, y al verlo pasar así frente a ella pensó, pobre, es insignificante, y de nuevo agachó la cabeza y sonrió a su reflejo en los charcos, y sonrió bajito, que suerte tengo de no ser ese renacuajo.

Voluntad

Llueve, llueve como solo sabe hacerlo la noche en la eterna primavera, quién carajos le puso eterna primavera a una ciudad que tiene 224 días de lluvia al año, llueve tanto que las gotas que impactan contra el techo del carro hacen imposible escuchar la canción que suena, en el parabrisas las gotas gordas se estrellan una tras otra y el carro avanza a 20 km por hora… va a ser un viaje largo y en tarifa dinámica; va a ser un viaje caro. La lluvia no me deja pensar con claridad, me gusta conversar, pero no alzar la voz, me duele la garganta y prefiero no hacerlo. Intento ver fuera, pero es imposible, una cortina de agua lo envuelve todo, entonces la veo bien por primera vez, la conductora del servicio que solicité a través de la app es bonita, tiene esa belleza triste que tiene la gente rota, me gusta la gente rota pienso, luego miro el panel del radio, s p o t i f y aparecen las letras una a una en esas animaciones lentas y así como sale cada una desaparece, parte del nombre le sigue, tu tanta falta… Mon Laferte, no la conozco pero la melodía es triste, sigo perdido tratando de ver algo más y entonces noto que el símbolo de repetición está activo, pero no el que reproduce una lista al terminar, sino el que repite una y otra vez la misma canción…

El agua da tregua., pero la radio no, con la calma el sonido recobra fuerza, la canción es triste como esperaba, —Es una canción poderosa le digo —Sí me responde y al ver que me gusta le sube un poco de volumen, —Se la escribió al ex esposo me dice, —me cuenta que ama la música que siempre escucha música así de una manera obsesiva, una canción a la vez hasta que eso que le hizo clic, vuelva a hacer clic desde el otro lado, dice que si no se queda con el alma abollada, me cuenta que no es de esta ciudad, dizque eterna primavera le dicen, dice con una mueca sarcástica, deberían decirle la eterna llovedera dice con esa sonrisa con la que los tíos borrachos cuentan siempre sus chistes, los mismos chistes reunión familiar tras reunión familiar. Pienso mientras habla, pienso mucho siempre, pero esa combinación de melancolía y sadismo me tiene perplejo, entonces pienso en lo que dice, asiento y la dejo hablar. Por fin logro hilar una idea, y la digo solo para participar del monólogo en el que parece convertirse el viaje, Hasta la tristeza engaña al tango, ya no hay nada sagrado le digo. Ella reacciona a esa frase, sonríe, —sí es triste dice, luego asiente y solloza.

En la radio la canción comienza de nuevo: hoy volvía dormir en nuestra cama y todo sigue igual, el aire y nuestros gatos nada cambiará, difícil olvidarte estando aquí… no se da cuenta pero sigue la canción, mueve los labios con suavidad pero lo suficiente como para que se note que canta, Te recuerda a alguien, le pregunto sabiendo que sí, que no canta la canción, sino que se cuenta una historia, yo he hecho lo mismo, me he recitado poemas de Jattin, de Sabines, de Girondo con la certeza de que fueron escritos para mí, para curarme un desamor, para aliviarme la desilusión, pero el que sufre hoy no soy yo y aún falta para el camino así meto el dedo en la llaga y lo hago esperando que haya reacción, pero no hay ninguna, el duelo ha avanzado, ya no hay ira, ni negación, —Sí, responde, a mí también me dejaron, sé lo que ella siente, pero no es el primero en dejarme, también yo he dejado, nadie se va riéndose, y ninguno de los que se queda la pasa bien, pero así es el amor, viene y se va, deja cosas buenas, este amor me dejo amor —dice con una resignación pasmosa, con ese dolor que deja claro que ella fue la que se quedó y él el que se fue.

—Ese amor te dejó amor repito, ella sonríe —Sí, dice y calla.

La canción se convierte en ruido de fondo, los dos vamos perdidos en ella y de repente pregunta, –—¿quedará lejos Tesalia? Mi hijo, explica, el amor que me quedó sonríe al decirlo y yo tenemos un juego, durante el día vamos pendientes a todas las matrículas de carros, las placas, y competimos por ver quien quiere desde más lejos, desde tesalia hasta envigado podría decirle hoy, si tuviera la certeza de que queda lejos, lo veo muy poco, vive con él y con su abuela, pero sabe que lo quiero desde y hasta siempre… Entonces entiendo, no es el amor que le quedó, es el único que le queda.

Me bajo del carro y me despido, camino bajo ya una leve llovizna, la canción sigue sonando en mi cabeza, ven y cuéntame la verdad, ten piedad y dime por qué… cómo fue que me dejaste de amar, yo aún podía soportar tu tanta falta de querer la garganta se cierra un poco, el corazón se contrae punzante, y casi sin darme cuenta comienzo a escucharla… no puedo resistirme, no sé decirle que no a una tristeza, no tengo la voluntad.

Presagios

Me resultaba naive, ninguna palabra lo definía mejor, era imposible discutir con el resultado,  aunque careciera de toda ciencia, pero como investigador había entendido con el tiempo que a la que el agnóstico o ateo le llama azar es a lo mismo que al creyente le llama fe, algo simplemente inexplicable, ridículo y atemorizante, la única diferencia es que el primero suele encontrarlo estadísticamente probable, mientras que el segundo siempre carece de cualquier interpretación lógica, pero para quien los experimenta se sienta igual, desconcierto, sorpresa, una negación de su estado anterior.

No importa si te curas del cáncer, sobrevives a un accidente, si te coge la tarde y evita eso que salgas a tiempo para tomar el bus que siempre tomas, n el paradero al que siempre llegas y donde hoy a la hora en la que sueles estar allí, esperando una motocicleta persigue con ferocidad un camión blindado que pierde el control y se estrella junto contra el asiento donde sueles subir tu zapatilla para fumar.

Tampoco si un boleto de navidad de esos casi casi parecen imposibles de ganar te es regalado en un bar, en navidad, un 22 de diciembre, por una chica hermosa y triste que reniega de su suerte alegando que no ha ganado nada, que es tonto aferrarse a la idea, que no lo quiere, y lo rechazas, para escuchar como en un par de horas la chica gana, con casi todos los del bar.

Era evidente ante las circunstancias que algo tenía que ver, aunque fuese estadísticamente demostrable que todo eso era probable y que no era nada especial, Carlos tenía claro que los días en que se apresuraba a salir y se ponía los boxer al revés todo le iba mal.

No era que cuando los usara al derecho todo le saliera bien, pero nada era tan malo, sí lo había mordido un perro usándolos al derecho, y terminado un par de relaciones, lo habían incluso echado de un trabajo, pero la sensación era también de suerte, y era consciente de ello porque le ocurría desde pequeño, lo había aprendido en la escuela en tercero de primaria, en un patio de recreo donde había un grado por cada año, 35 personas por cada grupo, en total unos 200 inquietos, bullosos y malvados niños que gritaban y corrían, 200 niños miserables y sin escrúpulos, ignorantes empáticos que gozan torturando a los más pequeños,  lo aprende un día como hoy, recuerda que lo aprendió en medio de la reunión donde Federico lleva una propuesta mejor que la suya, y la reconoce porque estaba ahí el día que perdió el vuelo, el día en que lulú no llegó a despedirlo al aeropuerto, el día en que el boleto de lotería le pareció mejor que un abrazo…

De nuevo está en medio de todos, de nuevo 200 voces ríen, parecen miles, cientos de miles, descubre ese día también que las paredes sí hablan pero solo saben reírse de quien se siente poco, la primera vez que le bajan sus pequeños pantaloncitos de tela, y las risas no son tanto por sus calzoncillos rotos como los de cualquier persona que no lo tiene todo y manchados como los de cualquier niño quedan expuestos y no es por ni por lo desgastados, ni por lo manchados que se burlan de él, sino por tenerlos al revés.

Han pasado 30 años, quizá un poco más pero es imposible de evitar, cuando alguien como Federico le hace algo como lo que acaba de ocurrirle Carlos baja la mirada, introduce la mano en su pantalón e intenta sacar el resorte de su calzoncillo, nunca falla, siempre, siempre está del otro lado.

Otras épocas

Es costumbre y menester renegar y desdeñar de todo lo que el otro hace, dice y sueña, es una regla invisible que devela a una humanidad envejecida, cuando la moral no se le ajusta y no es capaz de aceptar lo cotidiano rehúye al atril moral, se trepa en el palco de lo políticamente correcto para distanciarse de los demás, Pensaba Jaime mientras veía como Eva gritaba a la que parecía ser una enfermera nueva, ella era una señora de manual, sí de esa que parecía haber leído, creído y entendido los manuales para señoritas, por eso debería tenerle tedio y hastío, pero entendía que era una mujer de su época, que a sus 88 años pedirle que desconociera el mundo que llevaba en la sangre y la memoria era inútil.

Era una de esas sabelotodos, como todo anciano convencido de que el camino está perdido y que no hay futuro porque el presente desdeña de su pasado, y hablaba como la gente de su edad, y como esos que se piensan moralmente superiores, dando su opinión y asumiéndola como verdad, estúpida y arrogante como solo los viejos tienen derecho a ser, porque una cosa es vivir fiel a lo que se vivió, con ellos tenía paciencia y sentía hasta ternura, aunque detestaba y no podía tolerar el mismo comportamiento en los jóvenes, ineptos y arrogantes, y aunque a veces pensaba que quizá Eva había sido también como ellos, Francia, la vecina de Eva le recordaba que no, que 10 años habían bastado para cambiar algunos dogmas, pero que era imposible lograrlo con todos… Francia era al igual que Eva mujer de otra época, pero más espabilada, y lo trataba como pocas personas, no le molestaba su condición de migrante, ni su color apanelado, para ella además era evidente que en cuestiones de cama y sábanas Jaime tenía recorrido; con ella tenía las mejores conversaciones, ella había sido catedrática de filología y magister de filosofía, Jaime juraba para sus adentros que no había hecho doctorado solo porque no había otra titulación que sonara tan similar a las dos anteriores, porque aunque flexible socialmente, era una mujer de postura definida, había estudiado, se había preguntado, había formado un criterio sustentado, y combatido a las Eva de su generación.

Las mujeres de su época decía, para referirse a Eva y sus amigas suelen hablar sin fundamentos, son sofistas que confunden la opinión con el argumento, que usan como instrumento investigativo un aplausómetro de sectores sociales, hablan solo para ser escuchadas, pero no para decir nada, no para ser tenidas en cuenta, si no fuera por ellas y las que son como ellas, esa horrible característica sería quizá solo de los políticos,  decía y se reía, “pelimoradas” así son todas esas.

A Jaime le caía bien, siempre hay que ser amigo de las personas que insultan con gracia, son inteligentes y suelen ser grandes conversadoras, lo pensaba sacando el pecho, orgulloso de su idea, dicho sea demás para él su generación no tenía mucho que celebrarse, pero el se preciaba de su “Instinto Astral” yo puedo verlo claro, verlo bien, hay que tener el ojo entrenado para ver esas cosas que la gente es, me refiero a esas que realmente son, no las que dicen ser, ni las que intentan ser, si no la sombra sobre la cual camina y se paran, son diferentes, cambian de acuerdo al ángulo que el sol los alumbre, pero eso no evitaba que tratara con el respeto esperado y la diligencia adecuada como para que incluso las mujeres como Eva no le recriminaran su caminar afeminado, ni su discurso pérfido a inciensito y chamanería, a mercurio retrógrado y mindfullnes de podcast.  

Son de otras épocas distintas decía e iba rápido a consolarlas, pero a Reina no le importaba, —Para ser un cretino alienado dijo, no se necesita edad, ni género, ni sexo, ni condición especial alguna, los imbéciles, son atemporales, mi abuela dijo al final no es distinta, y mis compañeras de la u tampoco, lo único más viejas que ellas es su falta de empatía, y lo único que está más podrido que sus cuerpos es su tolerancia. Lo dijo firme, seco, en un tono tranquilo, pero vehemente.

—Necesitás algo, puedo ayudarte preguntó Jaime conmocionado al notar que no era una enfermera.

—Que dejés de defendarlas, a ellas y a sus otras épocas.

Descenso

El tiempo se lleva todo, siempre gana, eso decía el flaco cuando estaban en el colegio, un compañero suyo que lo único que ganaba era filosofía, era buen tipo pero demasiada cabeza para todo, y cuando se piensa mucho se hace poco, eso decía él, ese había sido su lema, su vida, su  carrera, ser así, un poco imprudente, lo había convertido a temprana edad en una promesa del downhill, tenía buena técnica, y parecía no tener mucho miedo, también mucha práctica, el resto comienza a practicar a las 14 o 15 años, pero para David, la vida misma era un entrenamiento, a los 8 que aprendió a montar cicla aprendió que para salir de su barrio tenía que descender, pasó sin darse cuenta de las rueditas de entrenamiento a pararse en los pedales y bajar escalas empinadas, trochas y zanjas porque eso era lo que había que bajar para poder salir, por eso cuando decían que tenía un talento natural, la gente no se equivocaba del todo, en su primera clase se notaba que iba al acecho, tenía una postura agresiva, se abalanzaba sobre las pendientes y evitaba los chicken way, siempre iba por los obstáculos y los atacaba sin pensarlo dos veces, lo que para los demás era una opción, para él era simplemente familiar.

Pero con el tiempo, se hizo lento, seguía siendo agresivo, pero ahora calculaba más, y a veces dudaba, sus tiempos no eran malos, pero ya no fijaba nuevas marcas y para colma de males, algunas de ellas empezaban a ser superadas. Venían mejores, podía sentirlos cerca y por primera vez sentía ese miedo sin adrenalina, no el otro, no el de peligro inminente, no el de la muerte saludando en una curva o un jardín de piedras, el miedo de no ser suficiente, ese que había hecho sentir a toda una generación al pasarles de largo en los entrenamientos y las competencias, ahora era él, y entonces empezó a recordar al flaco, el tiempo se lleva todo, siempre gana… puto flaco.

Eran vacaciones, estaba en Tigre, Argentina, visitaba un parque de diversiones, una atracción de esas que te meten en los planes de viajes, de esos planes de viajes que te arman para darte una degustación de todo y nada a probar, esos que te incluyen un paseo en bus por la ciudad, dos o tres restaurantes, un teatro, entradas a estadios, de esos que hacen al turista más turista y menos aventurero… la puta madre pensó, cada vez me parezco más a ellas, revisó su manilla escaneando el código QR que tenía y descubrió que había una sola atracción fuera de su pase, una que no la cubría, y sintió ese deseo, esa provocación con la que antes veía las rampas, las escaleras, sintió ese deseo de brincar.

Mientras lo preparaban empezó a sentir algo diferente, acostado como una ballena sobre una lona y atado a un cable flexible, comenzó a ser arrastrado hacia arriba, subía y subía y subía, no podía creer lo alto que estaba, nunca había pensado realmente en las alturas, cuando volaba nunca tenía ventanilla, y en los hoteles nunca pasaba del 5 o 6 piso, jamás se había sentido tan arriba, ni en los teleféricos donde solían llevarlo a los puntos de partida porque en esos momentos pensaba en el descenso y no era del todo consciente, pero ahí, ahí  donde estaba mientras subía no tenía nada en que refugiarse, por primera vez no tenía una excusa ni un objetivo, estaba solo en lo más alto, y de repente el intercomunicador lo despertó de su pensamiento.

—A la cuenta de tres liberás el arnés, entendido

—Sí, solo deme un minuto, quiero disfrutar un poco la vista dijo

—Tiene 30 segundos, hay otros clientes esperando su turno, —dijo una voz bastante molesta, y hubo silencio

Allá arriba volvió a pensar en lo que decía el flaco cuando estaban en el colegio, el tiempo se lleva todo, también ese pequeño momento de júbilo y nervios, puto flaco pensó, el tipo era un genio, sabía desde mucho antes que pasara que sus tiempos pasarían, por eso nunca se emocionaba mucho con nada, lo disfrutaba, pero no se enganchaba, sabía vivirlo sin depender de nada, iba y eso era suficiente.

—Tres, dos, uno —Dijo la voz desde el intercomunicador y él tiró fuerte de la línea que removía el pasador para liberarlo del arnés, y entonces comenzó la caída y gritó, gritó sus rabias, sus victorias, sus miedos, sus marcas, sus días pasados y su futuro lento, grito hasta perder la voz, con cada grosería que conocía, cada que el movimiento lo llevaba hasta arriba, volvía a sentir ese vacío en la boca del estómago, ese dolor en el pecho, esa ausencia de gravedad que lo dejaba inútil y expuesto y gritaba, entonces sí gritaba de miedo, aterrado, gritaba como lloran los que aprovecha cuando cortan cebolla para llorar por todo lo que no han llorado, así gritaba él porque el tiempo se iba y lo dejaba solo, como gritan los niños cuando quieren algo y no comprenden que no hay dinero para comprarlo, en una pataleta histriónica y lamentable, disfrazada de emoción para todos los demás, pero sabiendo lo que hacía, entendiendo que el segundero le había pasado de largo hace un par de vueltas y tenía que aceptarlo, también él le llegaba su tiempo.

Amargo

El primer café lo tomaba antes de que saliera el sol, seleccionaba los granos de una bolsa premium ya seleccionado, asegurándose que no tuvieran grietas, que estuvieran completos, se decía así mismo que necesitaba cada grano de cafeína que no podía permitirse perder ni una pizca.

Salía de su oficina con el molino en la mano y molía con un ritmo constante disfrutando el sonido de los granos al romperse, lo hacía caminando por la oficina, aparentemente despistado, con la mirada ausente, su recorrido mecánico, no alzaba se desviaba nunca hasta llegar a la cocina, allí sacaba una pequeña olla, medía el agua y la calentaba, vertía el café en una prensa francesa vertía el agua y mientras tanto lavaba su molino, dos minutos y medio después, salía con la prensa rumbo al balcón, un cigarro siempre prolijamente armado asomaba de su camisa lisa, gritando que era uno de esos hombre que todavía hoy planchaba su ropa, no con la vergüenza de quien lo duda pero no puede resistirse a la tentación, sino con la arrogancia de quien lo disfrutaba, no planchaba para sí mismo, sino para recordarle a los demás que estaban arrugados.

En el balcón se encontraba conmigo, saludaba cordial y siempre recordaba mi nombre, —Hola Andrés, decía sonriente mientras presionaba lentamente su prensa, qué tal todo, preguntaba formal y frío, con esa elegancia que solo la gente elegante tiene de recordarle a los demás que carecemos de gracia, yo asentía, sacaba un cigarro arrugado, y levantaba mi café instantáneo, y en ese momento, justo en ese momento el mierdecilla reía, vertía su prensa francesa en un mug especial y sonría, delicioso, uno de estos días te convido un poco para que pruebes un café de verdad decía, el imbécil lo hacía sin una maldad consciente, así son siempre los imbéciles, seguros de sí mismos, condescendientes e ingenuos, porque no solo creen que tienen razón, también están convencidos de estar en lo cierto.

Después del primer sobro aprieta los ojos, y los abre para regodearse de la calidad de su café, allí habla sobre el donde lo siembran, alrededor de cuáles árboles, del sabor que toma de estos, del cuidado con el que es sembrado, cosechado y producido, menciona que incluso, a pesar de todo ese proceso el elige cada grano antes de molerlo, para asegurarse de tomar lo mejor de lo mejor, lo escucho con hastío y asiento, mientras huelo mi café instantáneo, cierro los ojos y sonrío, no porque disfrute este café de mierda, nada más alejado de esa posibilidad, sino porque durante esos breves segundo en los que bebo no tengo que verlo.

—No sé cómo puede gustarte ese café, —dice, asiento sonriente, sé que le molesta el hecho de que alguien disfrute algo que él no puede o no entiende, me lo dijo hace unos meses, sé que no recuerda lo que charlamos, principalmente porque nunca le digo mucho, así que cree que estamos de acuerdo, asiento constantemente y eso lo hace pensar que somos iguales, en otros espacios seguro a alguno o alguna le ha hablado de nuestra amistad para demostrar que es un tipo humilde, y en ámbas cosas se equivoca, no somos amigos, y nadie que se jacte de ser amable con alguien como un acto de humildad a menos que en el fondo piense que es superior a la persona con la que dialoga… —En eso tiene razón le digo, —no sabes, no tienes ni idea de lo que puedo disfrutar y de lo que no, la segunda parte la pienso, pero la callo, —Me gusta eso de usted, es un hombre simple Andrés, —Dice simple, pero piensa en simplón, los mierdecilla no son buenos con las palabras, no suelen serlo, no tienen paladar para eso, sus delicadas papilas gustativas sus ausentes habilidades sociales le impiden comprenderlo, soy un amargo, lo sé bien, porque en el fondo a mí me quita el sueño este café oscuro y fuerte, pero a él, el sueño se lo quita el tenerlo todo y no saber disfrutarlo, prisionero de su corbatica, y de esa idea de realización y triunfo de quinceañero pobre.

—No, no soy simple, soy amargo le digo; se me acabó el descanso año, y feliz día me despido —son apenas las 4 am y su miedo a ser libre, lo lleva de la correa a sentarse en su oficina abrumadoramente sola, la odia, pero no lo sabe, tiene dinero pero no neuronas, un carro con silletería de cuero fino, pero no tiene piel ni tacto para la vida, pobre pienso, necesita tanto del dinero, que parece que quiere comprarse así mismo, mala suerte chico, la autoestima nunca está en oferta, él toma café todo el día solo para disimular que lo que lo mantiene despierto es que no sabe que ignora todo lo que vale la pena.