Límites.

Los hay territoriales, intelectuales, físicos y morales, los hay numéricos, sensoriales, los hay en todos lados y en todas las direcciones, al final no solo nos contienen, también nos empujan.

Todo tiene límites, es normal, después de todo, dicen, la matemática es universal, por eso cuando establecieron que un límite es la intuitiva aproximación hacia un punto concreto de una sucesión o una función, la verdad es que no se equivocaron. Sin embargo, y contrario a lo que se cree, el límite no indica el fin, sino el comienzo, cuando transgredes uno, rara vez es la última vez, por el contrario, casi siempre es tan solo la primera. Tiene sentido, algo que las matemáticas no omiten, si se sobrepasa se rompe y entonces deja de contener, el material se fatiga y la fuga comienza.

Para la música esa fuga constituye también un exceso, La fuga es un procedimiento musical en el cual se superponen ideas musicales llamadas sujetos, y es claro que cuando se camina sobre la línea, su capacidad de retenerte se ha perdido, es obvio, como una línea para Pollock, siempre llena de hastío, abrumadora, acosando siempre su fin de manera perpetua, siempre corriendo tras de sí misma, visceral, lasciva no se detiene en formas, ni en cuerpos, y su continuidad no es una variable.

Mientras que Alberto pensaba en esto martillaba cada tecla, de su teclado, era mecánico y sonaba, pero bajo las yemas había furia, podía escuchar el pequeño contacto pidiendo auxilio en cada digitación, y a todos en la oficina comenzaba a irritarlos.

Es el problema de los artistas, estúpidos, impulsivos, sensibles, esa necesidad de sentir los entorpece, son tan pesados, en todo buscando una interpretación, en todo llenándose de algo, un lienzo vacío para ellos es inútil, no ven la posibilidad, solo la frustración o la derrota, ahhhh pero si Duchamp lo bañara de blanco, entonces de repente el blanco sería simbólico, liberador y extenuante… cretinos, narcisos, idiotas.

Nada había hecho Alberto más que sufrir para molestar a Ligia, la economista que era vecina de puesto del Arquitecto, y mientras que Ligia peleaba con él en su mente, y lo insultaba, a dos cubículos, Jimena no soportaba más a nadie, pero en especial estaba cansada del silencio, de ser ignorada, por eso volcaba toda su energía a su tesis, gastaba su vida en la creación de la etimología en el discurso científico matemático para desarrollar ingenieros empáticos, capaces de calcular no solo el peso de los materiales, ni la lubricación necesaria para el desplazamiento y funcionamiento de un mecanismo, ni la rugosidad de la superficie… Jimena intentaba desarrollarlo porque necesitaba que Gabo pudiera leer las emociones en los textos para transmitir de manera adecuada las opiniones y demostrar que sus palabras, eran lógicas, pero no sensatas, y mucho menos pertinentes, que aunque sus ideas tenían una base únicamente sintáctica no carecían de significado semántico, que las emociones sí alteraban las palabras y que tampoco era gravísimo que él la hubiera dejado solo porque no se pintaba las uñas, y tuviera una dicción en la que algunas consonantes carecían de fuerza; que su argumento sobre cómo debe lucir y hablar su mujer, era impropio, y mucho más después de pasar una noche haciéndole felaciones, muchísimo más después de haberla presentado a sus padres, que su argumento era intolerable y que eran mucho más que palabras.

Estaba claro que en dicha oficina, la dicha no abundaba ese lunes en la mañana, aunque la verdad es que no se alteraría ni el martes, ni el miércoles, ni en agosto, allí se bebía a cántaros llenos la frustración y la rabia. Todos eran un desastre, nadie se explicaba como careciendo de parentesco alguno, podían parecerse tanto todos.

Era un problema de toda la vida, eran insufribles, ellos se toleraban quizá, solo porque padecían el mismo tedio, las circunstancias los hermanaban, ninguno allí podría llevar con dignidad alguna una sonrisa, pero la verdad es que a nadie le caen bien los diseñadores de mausoleos muy alegres.

No parecían haber sido gestados en dos óvulos muy diferentes, de hecho todos eran universos parecidos, aunque definitivamente en corrientes filosóficas opuestas, todos emanaban un almizcle a libro viejo que de manera penetrante, espantaba a todos.

Eran inteligentes pero tontos, Ligia, Alberto, Joan, en especial Joan, la inglesa, eran víctimas, que carecían de peso, y por tal motivo lo hacían también de culpa, ya que ni siquiera tenían realmente razones para estar, y el problema era simple, ellos habían nacido sobre sus propios límites, tan cerca el uno del otro, que no podían ser reflejos útiles para nadie, demasiado cerca de si mismos, y por lo tanto su vida consistía en repelerlo todo y su profesión en un: enterrarlo todo.

Eran parecidos, pero estaban del otro lado del espejo, al límite de sí mismos.