Saber vivir

Hay hombres y mujeres, entre los hombres y las mujeres, que saben, y quiero decir, realmente saben lo que es el placer. Ellos poseen una ventaja, algo que los epicúreos intentaron definir seducidos justamente por éstos, por su imagen, pero nunca pudieron dilucidar bien. No respetan cánones, para ellos el statu quo es una mera casualidad, porque no precisan de lo más costoso o exclusivo, son hombres y mujeres que saben disfrutarse, onanistas en el sentido profundo de la palabra, personas que saben complacerse, que se exploran en gusto, sabor y textura. Tienen pulso se saben vivos y más que eso, es como si conocieran el momento justo en el que van a morir.

Jorge lo sabe, Jorge ama el arte, Jorge ama estar vivo. Desde que su ojo se acercó al visor de la cámara de su papá sabe que a él le parecen más hermosas las fachadas rústicas, los colores quemados por la luz, la fuerza de los motores; a Jorge le gustan las cosas por lo que generan, por la experiencia que brindan, las betas de los techos de madera, las betas de los pisos de madera. Y Jorge no puede dejar de ver a Smith comer, dos mesas a lo lejos, un irlandés calvo que le recuerda a Humpy Dumpty.

—Lleva cinco postres y no ha repetido ninguno, dice, lo envidio, dice.

Jaime mira por encima del hombro -es normal es gordo-, responde con una simplicidad pragmática -y es turista- añade. Como si de repente quisiera justificar que la experiencia de estar en una mesa en un restaurante y pedir cinco postres, antes de cualquier otra cosa, se debiera a las nacionalidades o las divisas.

No se trata de eso, dice Marcela, un arrebol de ojos grandes y labios gruesos. — ¡Já! Ese hombre tiene todo lo que a muchos les falta, él sabe que va a morir, un nihilista; si nada importa, que todo sepa rico, dice con una risita pícara mientras le mete el dedo a su postre y le lame la crema de él. Nada de poseer verdades, él sabe experimentar vidas, es un anárquico, abajo la imposición de entrada, menú y postre, él ha hecho del menú una azucarada delicia, lo mira, y ríe. Aunque bueno, es gordo, y sí, cada postre para él vale centavos.

Desfilan hacia la mesa del huevo gigante mermeladas de fresa, cupcakes de frambuesa, galletas de melocotón, porciones de torta. Es un glotón, dice Jaime. No, dice Jorge, él sabe a qué vino, primero el postre, mierda vamos a comer todos, así que primero el postre, la salud se va a acabar igual, así que primero el postre, el amor se va a acabar igual, así que primero el postre, el sueño no va a alcanzar, primero el postre, no todo es posible y la vida es un sofisma, te levantas, trabajas por necesidad o por gusto, pero trabajas, no tenés tiempo y si tenés no sabés qué hacer con él, querés siempre lo que tenés, deseas algo que no existe. Todo espejismo se pierde al acercarse, así que primero el postre.

Ya saben qué van a ordenar. —Pregunta el mesero

Sí, un pie de limón, una fiesta de frutos rojos y un cheescake de mora.

Junky

—Andrés tiene 23 años, estudia Filosofía, quiere ser escritor, pero es mesero, quiere ser escritor, pero hace semanas que no escribe, tiene un bloqueo. Andrés no tiene un bloqueo, Andrés tiene la idea de que la musa debe raptar su consciencia, Andrés no tiene ni idea, de que para escribir no son necesarias las respuestas, sino las preguntas. Así que Andrés -terminó por fin su profesor de hablar-, Andrés tiene tarea, la misma que la humanidad se ha planteado desde siempre: averiguar cuál es el sentido de la vida. ¡Ah! Andrés, una última cosa, es un texto reflexivo desde la observación, no una argumentación desde la investigación.

—Julio es profesor de Andrés, tiene 63 años, es filósofo, ha escrito, pero ya no quiere ser escritor. Escribe y publica, pero ha perdido la forma del concepto, sus textos académicos y ficcionales son solo un hobbie, un entretenimiento, una forma de ser. Julio necesita escribir, pero nadie necesita leerlo.

—Pablo es Chef, no le gusta la palabra, ni los clientes, ni los meseros. No les gusta por su condición, pero le parece que su actitud frente a la comida habla mucho de ellos, de su simplicidad frente a la vida, frente a la gente, la que no ve a los ojos a sus parejas, a sus acompañantes, ni a los meseros, ni a sus amigos, nunca al chef, no miran la comida, no la saborean.

—Andrés fuma, fuma en su descanso y piensa en la pregunta, mira al chef, a los comensales, a su profesor, mira su reflejo, y llega a una conclusión.

—La vida no tiene ningún sentido, —escribió sin titubear, también sin tristeza ni rencor. Era la declaración de un hombre convencido de su palabra. NADA IMPORTA, es lo que realmente deseaba haber escrito; pero no era su estilo, la palabra, si bien carecía de un fin, no lo hacía de forma, y al encontrar esa respuesta, encontró la suya.

Placer, provocar placer, el placer de los estetas, exaltar aquello que es bello, la búsqueda de la exaltación artística. Grotesco en su búsqueda del placer, comprometido con su satisfacción, onanística búsqueda de la última droga, la existencia.

Es el simple existir, el simple placer de satisfacerse la única voluntad deseable. En cuanto piensas en ganarte la vida has perdido, pensó exaltado mientras continuaba hilando las ideas. Todo está perdido repitió, el tiempo ha ganado, somos transitorios, y por ende solo combustible, abono, insignificancia.

El hombre solo puede existir en la memoria colectiva, en el testigo fosilizado de su civilización, como cuadro, como lienzo, como pintura. El hombre sobrevive a través de su obra, sanguijuelas de las civilizaciones, despreciables lazarillos de los bancos. Los hombres poderosos y adinerados no son recordados -se consoló-, sirven solo como mediadores, patrocinadores de las artes, se conservan por medio del sustento que dan a los verdaderos hombres. Y los mediocres, los empobrecidos, los anhelantes de poder social y político son muertos vivientes, carroñeros insensatos, faltos de visión, solo existen para sus seguidores, trajes del emperador hechos carne, solo voluntad y envidia, una construcción social endogámica que genera solo retrasados paridos de su mismo encanto, y cada vez son peores, cada vez entienden menos sobre su naturaleza, convencidos de merecer las posiciones que han ganado, que han recibido. Simplemente recibido, sin esfuerzo alguno.

Junkys, los junkys son la respuesta, la real, la única verdadera, la droga, el placer de drogarse con una obra, pero no los que se inyectan ni la esnifan, no es el placer del subidón. NO. No es el placer vacío del placer, por el contrario, es el placer consciente de la obra; solo quien la mezcla, la siembra, la prepara, arquitectos de su propio viaje, reposteros de ideales, chefs que huelen, prueban, palpan, cortan, asan, funden, gratinan, que acoplan, mutan y cocinan mientras catan, juegan y exaltan sus papilas gustativas, esos que sexualizan su paladar para prostituir las bocas del mundo, esos que diseñan un bocado para sorprender, para encausar, para anhelar.

Los últimos estetas son los cocineros, los únicos estetas, los únicos hombres que saben moverse en la cocina. Hay que entender la humanidad, hay que saborear la existencia, y hay que estar dispuesto a dejarlo pasar, ellos no buscan el resultado, el resultado es la mierda, y no hay ningún sentido en ello. Su obra se digiere, los idiotas lo consumen sin saberlo, la eternidad los ha alcanzado, la han comido, obras maestras irrepetibles lo han llenado y aún sí fracasan, llenos de gloria que transforman en nada más que materia orgánica.

La respuesta es esa, la forma. La respuesta está ellos los gastrónomos, la humanidad es solo un panquecito convertido en bolo alimenticio, el tiempo nos mastica, nos devora, y nos transforma en combustible, y solo ellos, solo los grandes escapan.