Torpe, llamarlo así a secas sería injusto, no era su coordinación lo que fallaba, podía con facilidad agarrar con una sola mano algo que le arrojaras, o bailar incluso lo hacía con cierta elegancia, nunca se ha cortado picando cebolla ni se tropieza de manera recurrente o notoria al caminar o correr, su motricidad no es el problema, y por eso torpeza no le hace justicia a lo suyo.
Le faltaba otra cosa, algo distinto, qué curioso que siempre se sabe cuando a alguien le falta algo, incluso si no sabes bien lo que es, hay algo que grita su ausencia, quizá por eso son tan difíciles de ocultar, porque se sienten, se presienten, porque siempre están presentes y son notorias.
No era imprudencia tampoco, no todo lo que salía de su boca carecía de tacto, ni tampoco ingenuamente ofensivo, no lastimaban sus palabras, no siempre, no lo suficiente como para que fuera eso lo que faltaba. Para que se sintiera como su identidad.
La astucia no le sobraba, pero tampoco era su punto más débil, es decir, tenía sus momentos, te agarraba con la guardia baja y te robaba una sonrisa de forma intencionada, no era que tropezara o abriera la boca y dijera algo fortuito, era evidente la intención, la planeación, así que no era eso, iba a su ritmo y definitivamente no era uno veloz, pero tampoco necesitaba que le azuzaran.
Era un poco de puntería porque sus observaciones, sus acciones incluso sus intenciones nunca caían demasiado lejos del blanco, era cerca, era muy cerca, rozaba con lo correcto, con lo adecuado, con lo justo y necesario, pero era evidente que no sabía como llegar hasta allí, que no reconocía las fronteras ni los límites, miope socialmente, sufría de astigmatismo moral y así iba por la vida a tientas, incapaz de leer un auditorio o de entender una indirecta, sin saber si quiera que algo le faltaba y haciendo que todos los demás simplemente sospecháramos.
Algo le falta, algo no está bien, haciendo que el instinto nos gritara al oído lo evidente, pero sin poder definirlo ni escucharlo, si se piensa de esa manera, algo también nos falta a nosotros, a su entorno, algo que solo nos hace sospechar, que nos hermana y al mismo tiempo nos distancia, carecemos de ideas o conceptos para definirlo, carecemos también nosotros de instinto para detectarlo.
Quizá sea eso, solo eso lo que nos permite no sentirnos del todo incómodos a su lado, lo que no nos ahuyenta, incluso lo que nos atrae, como dos perros oliéndose las colas, ambos pensando con la nariz a un par de milímetros de un culo ajeno. Algo no huele bien acá…
Quizá él piensa lo mismo y con la misma extraña precaución se acerca, sin saber, pensando quizá que lo imagina, imaginando quizá que lo sabe aunque no pueda expresarlo, al vernos quizá también se ve a sí mismo, y quizá también piensa que nosotros también sospechamos de él, que no está solo en su desconfianza ni solo en su pregunta, y por eso se queda, familiarmente incómodo como nosotros, porque su presencia, un poco distinta a la nuestra, le dice que todo está bien, que quizá eso es lo normal, que la gente vaya por ahí acompañada de extraños, de gente curiosamente rara, que hacen que uno se sienta anormal y que declare cotidiana esas ausencias indescifrables, que hagan que uno acepte que por dentro todos estamos rotos, a la espera de algo que quizá no llegue, de una palabra, un día una idea que siempre le será esquiva, que siempre permanecerá ausente.
—Pensaron un apodo para mí ya? Pregunta al fin el chico nuevo
—Sí respondo en nombre del grupo, el ausente, porque a ratos no sabemos siquiera si estás con nosotros.