Otras épocas

Es costumbre y menester renegar y desdeñar de todo lo que el otro hace, dice y sueña, es una regla invisible que devela a una humanidad envejecida, cuando la moral no se le ajusta y no es capaz de aceptar lo cotidiano rehúye al atril moral, se trepa en el palco de lo políticamente correcto para distanciarse de los demás, Pensaba Jaime mientras veía como Eva gritaba a la que parecía ser una enfermera nueva, ella era una señora de manual, sí de esa que parecía haber leído, creído y entendido los manuales para señoritas, por eso debería tenerle tedio y hastío, pero entendía que era una mujer de su época, que a sus 88 años pedirle que desconociera el mundo que llevaba en la sangre y la memoria era inútil.

Era una de esas sabelotodos, como todo anciano convencido de que el camino está perdido y que no hay futuro porque el presente desdeña de su pasado, y hablaba como la gente de su edad, y como esos que se piensan moralmente superiores, dando su opinión y asumiéndola como verdad, estúpida y arrogante como solo los viejos tienen derecho a ser, porque una cosa es vivir fiel a lo que se vivió, con ellos tenía paciencia y sentía hasta ternura, aunque detestaba y no podía tolerar el mismo comportamiento en los jóvenes, ineptos y arrogantes, y aunque a veces pensaba que quizá Eva había sido también como ellos, Francia, la vecina de Eva le recordaba que no, que 10 años habían bastado para cambiar algunos dogmas, pero que era imposible lograrlo con todos… Francia era al igual que Eva mujer de otra época, pero más espabilada, y lo trataba como pocas personas, no le molestaba su condición de migrante, ni su color apanelado, para ella además era evidente que en cuestiones de cama y sábanas Jaime tenía recorrido; con ella tenía las mejores conversaciones, ella había sido catedrática de filología y magister de filosofía, Jaime juraba para sus adentros que no había hecho doctorado solo porque no había otra titulación que sonara tan similar a las dos anteriores, porque aunque flexible socialmente, era una mujer de postura definida, había estudiado, se había preguntado, había formado un criterio sustentado, y combatido a las Eva de su generación.

Las mujeres de su época decía, para referirse a Eva y sus amigas suelen hablar sin fundamentos, son sofistas que confunden la opinión con el argumento, que usan como instrumento investigativo un aplausómetro de sectores sociales, hablan solo para ser escuchadas, pero no para decir nada, no para ser tenidas en cuenta, si no fuera por ellas y las que son como ellas, esa horrible característica sería quizá solo de los políticos,  decía y se reía, “pelimoradas” así son todas esas.

A Jaime le caía bien, siempre hay que ser amigo de las personas que insultan con gracia, son inteligentes y suelen ser grandes conversadoras, lo pensaba sacando el pecho, orgulloso de su idea, dicho sea demás para él su generación no tenía mucho que celebrarse, pero el se preciaba de su “Instinto Astral” yo puedo verlo claro, verlo bien, hay que tener el ojo entrenado para ver esas cosas que la gente es, me refiero a esas que realmente son, no las que dicen ser, ni las que intentan ser, si no la sombra sobre la cual camina y se paran, son diferentes, cambian de acuerdo al ángulo que el sol los alumbre, pero eso no evitaba que tratara con el respeto esperado y la diligencia adecuada como para que incluso las mujeres como Eva no le recriminaran su caminar afeminado, ni su discurso pérfido a inciensito y chamanería, a mercurio retrógrado y mindfullnes de podcast.  

Son de otras épocas distintas decía e iba rápido a consolarlas, pero a Reina no le importaba, —Para ser un cretino alienado dijo, no se necesita edad, ni género, ni sexo, ni condición especial alguna, los imbéciles, son atemporales, mi abuela dijo al final no es distinta, y mis compañeras de la u tampoco, lo único más viejas que ellas es su falta de empatía, y lo único que está más podrido que sus cuerpos es su tolerancia. Lo dijo firme, seco, en un tono tranquilo, pero vehemente.

—Necesitás algo, puedo ayudarte preguntó Jaime conmocionado al notar que no era una enfermera.

—Que dejés de defendarlas, a ellas y a sus otras épocas.

Descenso

El tiempo se lleva todo, siempre gana, eso decía el flaco cuando estaban en el colegio, un compañero suyo que lo único que ganaba era filosofía, era buen tipo pero demasiada cabeza para todo, y cuando se piensa mucho se hace poco, eso decía él, ese había sido su lema, su vida, su  carrera, ser así, un poco imprudente, lo había convertido a temprana edad en una promesa del downhill, tenía buena técnica, y parecía no tener mucho miedo, también mucha práctica, el resto comienza a practicar a las 14 o 15 años, pero para David, la vida misma era un entrenamiento, a los 8 que aprendió a montar cicla aprendió que para salir de su barrio tenía que descender, pasó sin darse cuenta de las rueditas de entrenamiento a pararse en los pedales y bajar escalas empinadas, trochas y zanjas porque eso era lo que había que bajar para poder salir, por eso cuando decían que tenía un talento natural, la gente no se equivocaba del todo, en su primera clase se notaba que iba al acecho, tenía una postura agresiva, se abalanzaba sobre las pendientes y evitaba los chicken way, siempre iba por los obstáculos y los atacaba sin pensarlo dos veces, lo que para los demás era una opción, para él era simplemente familiar.

Pero con el tiempo, se hizo lento, seguía siendo agresivo, pero ahora calculaba más, y a veces dudaba, sus tiempos no eran malos, pero ya no fijaba nuevas marcas y para colma de males, algunas de ellas empezaban a ser superadas. Venían mejores, podía sentirlos cerca y por primera vez sentía ese miedo sin adrenalina, no el otro, no el de peligro inminente, no el de la muerte saludando en una curva o un jardín de piedras, el miedo de no ser suficiente, ese que había hecho sentir a toda una generación al pasarles de largo en los entrenamientos y las competencias, ahora era él, y entonces empezó a recordar al flaco, el tiempo se lleva todo, siempre gana… puto flaco.

Eran vacaciones, estaba en Tigre, Argentina, visitaba un parque de diversiones, una atracción de esas que te meten en los planes de viajes, de esos planes de viajes que te arman para darte una degustación de todo y nada a probar, esos que te incluyen un paseo en bus por la ciudad, dos o tres restaurantes, un teatro, entradas a estadios, de esos que hacen al turista más turista y menos aventurero… la puta madre pensó, cada vez me parezco más a ellas, revisó su manilla escaneando el código QR que tenía y descubrió que había una sola atracción fuera de su pase, una que no la cubría, y sintió ese deseo, esa provocación con la que antes veía las rampas, las escaleras, sintió ese deseo de brincar.

Mientras lo preparaban empezó a sentir algo diferente, acostado como una ballena sobre una lona y atado a un cable flexible, comenzó a ser arrastrado hacia arriba, subía y subía y subía, no podía creer lo alto que estaba, nunca había pensado realmente en las alturas, cuando volaba nunca tenía ventanilla, y en los hoteles nunca pasaba del 5 o 6 piso, jamás se había sentido tan arriba, ni en los teleféricos donde solían llevarlo a los puntos de partida porque en esos momentos pensaba en el descenso y no era del todo consciente, pero ahí, ahí  donde estaba mientras subía no tenía nada en que refugiarse, por primera vez no tenía una excusa ni un objetivo, estaba solo en lo más alto, y de repente el intercomunicador lo despertó de su pensamiento.

—A la cuenta de tres liberás el arnés, entendido

—Sí, solo deme un minuto, quiero disfrutar un poco la vista dijo

—Tiene 30 segundos, hay otros clientes esperando su turno, —dijo una voz bastante molesta, y hubo silencio

Allá arriba volvió a pensar en lo que decía el flaco cuando estaban en el colegio, el tiempo se lleva todo, también ese pequeño momento de júbilo y nervios, puto flaco pensó, el tipo era un genio, sabía desde mucho antes que pasara que sus tiempos pasarían, por eso nunca se emocionaba mucho con nada, lo disfrutaba, pero no se enganchaba, sabía vivirlo sin depender de nada, iba y eso era suficiente.

—Tres, dos, uno —Dijo la voz desde el intercomunicador y él tiró fuerte de la línea que removía el pasador para liberarlo del arnés, y entonces comenzó la caída y gritó, gritó sus rabias, sus victorias, sus miedos, sus marcas, sus días pasados y su futuro lento, grito hasta perder la voz, con cada grosería que conocía, cada que el movimiento lo llevaba hasta arriba, volvía a sentir ese vacío en la boca del estómago, ese dolor en el pecho, esa ausencia de gravedad que lo dejaba inútil y expuesto y gritaba, entonces sí gritaba de miedo, aterrado, gritaba como lloran los que aprovecha cuando cortan cebolla para llorar por todo lo que no han llorado, así gritaba él porque el tiempo se iba y lo dejaba solo, como gritan los niños cuando quieren algo y no comprenden que no hay dinero para comprarlo, en una pataleta histriónica y lamentable, disfrazada de emoción para todos los demás, pero sabiendo lo que hacía, entendiendo que el segundero le había pasado de largo hace un par de vueltas y tenía que aceptarlo, también él le llegaba su tiempo.

Desencuentros

La primera vez que me plantó tenía 15 años, nunca ha sido puntual ni de buena memoria, quizá debí haberlo sabido en ese entonces, pero como todo comienzo altera la realidad, no me importó. Pensaba que de todas maneras siempre llegaría tarde porque mi deseo siempre la reclamaría antes. Aprovechaba su demora para leer, en ese entonces y ahora, los libros siempre fueron mi aliado en la espera, mitigaba la ausencia de sus labios, de sus manos alrededor de mi pecho, y disfrutaba en ese otro mundo previo a su llegada.

Llegó tarde a casi todas las citas que tuvimos, incluso alguna vez prometió que no volvería a suceder y pensé que iba a terminarme porque sabía de antemano que nunca, nunca, podría llegar a tiempo. Estuvo cerca, sí, un minuto de más, 2 o 3, en esas ocasiones llegaba risueña, orgullosa, lo había casi conseguido, no tuve el corazón para decirle nunca que dos minutos tarde no era a tiempo. Me gustaba verla sonreír y bailar como lo hacía cuando era feliz con las pequeñas cosas.

Le costaba salir de la cama, siempre quería 5 minutos más y no entendía cómo podía yo pararme de la cama con la primera alarma a las 4 am, si a ella le costaba salir con la tercera de las 7, lo decía con un puchero de culpa, con una cara de inocencia y de angustia, siempre fue tierno verla con esa expresión.

Miro el reloj, 15 minutos tarde, muchas veces han sido 15 minutos, no es grave ni su mejor marca, bajo la vista y sigo leyendo un viejo libro de Pérez Reverte, una novela de perros, Los Perros Duros no Bailan, es graciosa, realmente es un relato más policiaco que otra cosa una especie de thriller pero el recurso refresca y lo hace interesante, quiero seguir leyendo pero no puedo, no deja de llamarme la atención que ahora, justo hoy cuente el tiempo para reunirme con ella, en el fondo sigo pensando que ella nunca llegará a tiempo, que nunca podrá ganarle a mis ganas de que llegue antes, incluso hoy 30 años después desde la primera vez que lo hizo.

El tiempo es un concepto muy abstracto, no sirve mucho hablar de 30 años, pero han sido 10 vacaciones juntos, eso, claro por mi culpa, nunca he sido bueno descansando, tenía cuentas por pagar; si en algún momento va a uno a sacrificarse que sea cuando hay ánimos para ello, quería dejar pagas todas mis deudas antes de cumplir 40 años, lo intenté pero fue imposible, siempre lo supe, eran realmente los 43 la meta pero no dejaba de tentar la suerte a ver si me sorprendía, han sido cientos de tarde de domingos juntos, incontables domicilios, películas, cafés, fantasías gastronómicas, complaciéndonos… al final son esos momentos a los que siempre vuelvo cuando pienso en ella, en nosotros.

Cierro el libro con la certeza de que no voy a poder leer, voy a seguir recordando esos momentos, las caminatas, el despertar juntos, un maldito cliché, la ventana detrás de ella, la luz que llega desde la espalda, la forma en como el cabello le cubre el rostro, ella todavía a sus 30, con el pecho desnudo, en mi cama, en mi casa antes de que fuera nuestra casa, el tiempo derrotado, la vida congelada…

Por fin sale, es una cajita de música, sonrío entristecido, hoy es la última vez que llega tarde, ahora descansa, el cáncer ganó y yo soy el único que pierdo.

Cotidiano

“No sos especial, al universo no le importas y el mundo puede seguir girando sin ti”

El flaco

Madrid un día de octubre del dos mil algo

Hay algo llamativo en ser extranjero, en estar lejos de casa, de las costumbres y las jergas que hacen que una persona pertenezca a un lugar, uno no es cotidiano, solo con hablar su acento rompe la monotonía, la gente gira te mira con los ojos despiertos, en busca de una especie diferente de humano, quieren encontrar un ser con una lengua amorfa incapaz desde la biología de marcar las Z, las S y las C, voltean apresurados, deseando encontrar al espécimen que ignoraron a su paso, es fácil también ver su decepción cuando se encuentran con mi imagen, no tan distinta a la de ellos, no tan extraña… sus ojos se duermen, y entonces dejan de mirarte.

Hay otro tipo de sorprendidos, los que hace mucho migraron y encuentran en tu forma de hablar, todavía originaria un golpe de la nostalgia, quizá sea solo una palabra, pero les recuerda a la forma en cómo la decía un amigo, un primo, quizá sus padres o abuelos y entonces sus ojos atemorizados por la diferencia en un comienzo se tornan emocionantes y emocionados, recuerdan algo que yo no puedo entender, pero los rompe, quizá sus juegos callejeros, sus apodos, su existencia siendo ellos, la mayoría, el decreto de la normalidad, quien nunca es el extraño, pero también los momentos felices, los sabores que allá lejos son costumbres y aquí solo recuerdos, anhelos, ellos te miran con una alegría extraña, agradeciéndote por existir, por hablar, por transportarlos a ese lugar al que pertenecieron pero donde hoy también serían extraños; el migrante nunca vuelve, su viaje lo cambia, deja de encajar de donde parte y nunca podrá hacerlo a donde llega, pero en esos pequeños momentos, es y lo agradece.

Para mí es extraño, aunque esa novedad llamativa va en doble vía, todo para mí es nuevo, no ellos, los lugareños son iguales sin importar a donde vayas, adormilados, se sienten dueños de, aunque no conocen nada de sí mismos, la historia de sus calles ni sus monumentos, para ellos es solo un lugar de tránsito, ignorar la belleza del contexto y la historia es un mandato claro del día a día, sin embargo como colectivo tiene sus costumbres, sus particularidades, sus acentos… aunque son levemente diferentes, su ropa, su forma de caminar, su noción del peligro que siempre me resulta exagerada. No crecí en medio de las balas como muestran las novelas, pero sí en un ambiente hostil y desconfiado, hay un radar natural que detecta el peligro, el real, no el infundado de la xenofobia, sino más visceral, un instinto animal que puede oler, sentir quien lo amenaza, no le temo a la imagen de los otros sino a su comportamiento; camino tranquilo entre ellos sin inmutarme.

La sensación no durará mucho, la beca es por 3 años, llegará el momento donde conoceré su inverno, su otoño, su primavera y su verano, donde aprenderé a pedir algo en algún local de cierta manera para que me atiendan más rápido, para evadir las filas, dónde comprar todo un poco más barato o conseguirlo de mejor calidad, donde doblas las esquinas, y cruzar las calles, a ignorar los andenes, los balcones tan pequeños y tan juntos… y entonces todo me será cotidiano, lo disfruto mientras tanto porque cuando pronto volveré ser otro, no tendré nada especial, el universo recuperará su rumbo y su mundo seguirá girando sin mí.

Otro día

Dicen que el arte importa por lo que te hace sentir, más allá de su técnica, su artista, su momento en la historia, es arte porque trasciende la experiencia del reconocimiento porque al exponerme a la obra él se fractura o se recompone, porque reacciono ante ella de manera involuntaria, porque algo, no sé qué con exactitud resuena con y entonces deja de ser solo un dibujo, solo tinta, solo historia, y estalla.

Pienso esto para intentar entender cómo un perro con sombrero en medio de una habitación en llamas, con el techo repleto de humo permanece impávido frente a un café, lo veo y solo puedo pensar, soy yo, carajo soy yo, algo en él me recuerda que estoy ahí en medio de esa habitación junto a él o que él está aquí conmigo, en este mundo, que las llamas se expanden, que los tres trabajos lo incendian todo, que no puedo hacer nada salvo continuar ahí, disfrutando un café, quizá también que siempre habrá caos, que hay que mantener la calma porque no vale la pena echarse a morir por lo que no puedo controlar, es un meme, ¿es ridículo que signifique tanto?, pero si existe el arte rupestre que no es más que una representación gráfica de la cotidianidad prehistórica, ¿no es también esto arte?, “Digital art” si se quiere, pero, ¿no es exactamente lo mismo?, mi duda es genuina pero no hallo respuesta, odio cuando me lanzo preguntas retóricas sin tener listo un remate.

Debe ser notorio que algo me conmueve, levanto la vista y quien me acompaña me mira con esa expresión de quien sospecha o intuye que algo ocurre, ­-¿todo bien?, pregunta infiriendo un no, la conozco bien, su preocupación es genuina pero no hay nada que pueda hacer, si le digo que no mi angustia será también suya pero no podrá aportar en nada, por lo tanto es innecesario, no puede salvarme del conversatorio que voy a dirigir el fin de semana y del cual no tengo nada planeado aún, no puede comprender si quiera el agotamiento en el que vivo, estar despierto 20 horas de las 24 que tiene el día, tampoco de esa lucha constante con la hoja en blanco, con esa sensación de impotencia que ofrece el lienzo, con la luz blanca, intensa y angustiante que me arroja el computador cuando lo enciendo, no hay nada, nada más que pueda hacer sino respirar hondo y mentirle, decirle que sí, que recordé algún pendiente, y que me distraje, pero sé que es mentira, tengo miedo, miedo de no poder, de no alcanzar, de fallarme, de haber mordido más de lo que puedo masticar.

Siento un nudo en la garganta, me tiemblan las manos, el pecho se encoje, no es inusual la sensación, lo sé y eso me jode más, me jode que sea frecuente, que lo acepte, me siento acorralado y contra las cuerdas, pero no vale la pena que ella lo sepa, que nadie lo sepa, así que sonrío y contesto

-Sí, -miento, -todo bien, recordé que tenía algo por hacer, solo eso -respondo

– Tranquilo, me dice, mañana será otro día

Y ahí sí me quiebro y siento las lágrimas asomarse a mis ojos mientras pienso, sí, otro día igual, inmóvil en medio de un cuarto lleno de fuego. Es arte, más que un meme es arte digo y disimulo las lagrimas con una sonrisa.

Cauchito

Los mejores apodos tienen historias, esta es la mía pero para entenderla habría que contar un poco más, algo así:

Ese día mientras que almuerzo frente a mí se encuentran dos personas, las conozco, somos compañeros de trabajo y amigos, hablamos de algo, un almuerzo cotidiano, sin tensiones, y de repente sus ojos se abren, las caras cambian, los rasgos se tensan y sus cuerpo se mueven un poco hacia adelante, no sabría bien expresar lo que me dicen sus gestos, es obvio que pasa algo, hay angustia, su rostro no dice, GRITA que algo ocurre, el momento pasa rápido, y por eso las palabras no se articulan, de repente el suelo sobre el que estamos se estremece, hay sonidos de platos y vasos golpeando el suelo, platos finos y pesados, vasos robustos… nada se quiebra, son golpes secos y sonoros.

Me cubro la cabeza, tengo miedo, aunque el sonido es distante, pero al instinto, la razón le habla en otro idioma. Imagino que lo que ellos ven es parecido a lo que yo veo pero diferente, mis ojos nerviosos entrecerrándose, mis manos que intentan convertirse en un escudo se cierran sobre mi cabeza, la boca torcida, patética, una imagen patética si se tiene en cuenta que mido 1.90 y peso 110 kilos no debería temer a los golpes, incluso si son inesperados.

A mi espalda dos meseros han tropezado, sus piernas han olvidado la sincronía y el espacio cerrado los ha puesto en una situación impensable; generalmente los restaurantes delimitan zonas, territorios, y como todo territorio el conflicto suele darse en las fronteras, en esos espacios donde la silla de la mesa 8 está muy cerca de la mesa 9, los meseros son recelosos con sus espacios, un solo tropezón puede costarles todas sus propinas, y arruinar su noche y dependiendo de lo que lleve en sus manos o su bandeja quizá todo su mes…

Por alguna razón la idea de cuanto dice un rostro, de que tanto narra… pienso en las veces que la cara me ha arruinado la mentira, los momentos donde el cerebro de alguien que me mira a los ojos dice: no es cierto, no se cree, no le caigo bien, sí me rompiste el corazón…

Los gestos, la gestualidad marca, un buen orgasmo, una buena noche, una decepción… todo se graba por medio de ellos.

Pasan las horas y la idea me abandona, estamos en una reunión, estoy inquieto, no tenemos todo lo que el cliente espera ver, estamos tratando de solucionarlo en caliente, como si fuéramos una puta cocina y no un estudio de arquitectos, cuando eso ocurre pierdo la capacidad de estar tranquilo, el cuerpo se mueve solo, y en medio de esa ansiedad voraz meto la mano al jean, siento las gomas de los frenos y pienso que mientras que los demás terminan esta horrible presentación debo ponérmelos antes de que terminen, engancho el canino izquierdo inferior con el incisivo superior izquierdo, uno más y todo está listo, lo tomo lo engancho en el canino derecho inferior y cuando lo estiro se suelta y sale volando, veo el rostro de todos, se descomponen, el caucho vuela, los rostros tienen una mirada de compasión premonitoria, una vergüenza entretejiéndose, una burla lastimera que me acompañará toda la vida, el caucho sigue volando y golpea al cliente justo en el ojo, su rostro desconcertado y asqueado congela el tiempo.

-Ojalá se haya cepillado cauchito, dice… el sobrenombre nunca va a olvidarse, todos contarán una historia divertida al llegar casa y yo, una humillante.

Cuentas pendientes

Mientras que espera fuma, Cristofer, siempre ha fumado, pero nunca con tanta intensidad, da una calada, luego otra, y otra, la ceniza se acumula sin romperse, es frenético, pero delicado, mira el celular, mira de nuevo, solo silencio.

Eso de esperar nunca ha sido lo suyo, apaga la colilla, y se levanta nervioso de la mesa, camina de un lado a otro, no puede quedarse quieto, se rasca la palama de la mano, la cabeza, solo cuando fuma tiene algo de control, el humo lo calma, como a las abejas.

La espera se alarga, pide una cerveza la mira como quien busca respuestas, la toma como quien encuentra una gota esperanza, fuma y toma, sus cuerdas vocales se calientan y se enfrían, eso parece ponerlo en un trance, similar a poner un tiburón panza arriba. Olvida, olvida que espera y su semblante cambia.

Ahora observa, ve a la gente pasar apurada, el sol como un reflector sobre ellos, tienen prisa, y caminan sin notar que hace un buen día, el primer día soleado en semanas pero ellos están corriendo, hacia algún lugar, no lo disfrutan ni lo aprecian, en su rostro incluso se ve el desagrado, no los culpa caminar con el sol encima es molesto, por suerte el tiene su cerveza, pide otra, saca otro cigarro, comienza a perderse en la cotidianidad ajena, a pasear a sus perros con ellos, a imaginar sus conversaciones, a adivinar sus emociones.

Se ve Jovial, ya nada lo inquieta, la mala memoria es felicidad, continúa tomando y fumando, de a pocos hace chistes, brinda con otras mesas, se entrega al momento, y olvida, olvida para que es la plata que tiene en los bolsillos, olvida a quienes espera, y el peligro que representan, olvida que la plata debe estar completa, que no hay más oportunidades, que ya no va a haber más plazos. Él brinda, brinda por la vida, porque a pesar de todo, ha sido buena con él, por sus amigos, aunque está solo, por su familia, aunque se ha alejado de ella, brinda porque cada brindis lo ata a su estado de paz, a su presente eterno, y lo aleja de ese otro presente incierto y eso lo lleva al miedo.

El alcohol no le de valor, pero le quita el miedo, y eso basta, toma, brinda, fuma, ha pasado una hora y ya no le queda un solo pensamiento sobre sus acreedores, ni sobre el pago que debe realizar, ahora le importa es que tiene los bolsillos llenos y la botella vacía, pide y el licor llega. Se levanta y va al baño esquiva el espejo, cuando bebe el espejo le habla, le recrimina, no quiere eso, nada que lo altere, sale sin lavarse las manos, enciende otro cigarro y cuando está por llegar se da cuenta; su mesa no está sola, lo esperan.

—Muchachos, concédanme un último deseo, tómense alguito —Les dice conciliador y coherente, la sobriedad le llegó de golpe, como un shot de tertulia. Se sienta, y comienza a hablar —Seamos razonables, y sensatos, ya sé que voy a morirme, no tienen nadie a quien cobrarle después de a mí, y aún tengo casi la suma que les debo, pero igual van a matarme, así que bebamos hasta alcanzar la mitad, y luego hagan lo que tengan que hacer, piénselo bien, ustedes van a cumplir con su trabajo, a recuperar parte del dinero, y además podrían mientras tanto escapar de ese sol horrible, acá en la sombra, con un par de cervezas, no les parece que una buena idea, véanlo como un último deseo de un condenado a muerte, no van a negarle su último desee a un desahuciado, eso no sería muy cristiano de su parte.

Brindemos, por mi hasta hoy buena salud, por ustedes, no, no es broma, no me mire feo, salud por ustedes, los sensatos, los, el dolor en la quijada le impide seguir hablando, el puñetazo lo deja inconsciente.

Se despierta en un sitio oscuro, amarrado y con cinta en la boca.

—Lo que me debés no es tan poco como pa que lo pagués tan barato, matarte no me da nada, con vos es como con los carros, toca desguazarte.

Mira a su alrededor y ve los recipientes llenos de hielo. Debí pedir Whiskey piensa.

La dictadura de las sábanas

Era una mujer jovial, de una risa continua y estridente, alborotada como su cabello y a todas luces encantadora, le gustaba decir que era una sorpresa constante, y en verdad lo era, incluso para ella, cada día encontraba su propio camino y a cada hora un nuevo viento para ir hacia algún lugar o hacia otro, la vida era una posibilidad irresistible, un antojo, un deseo… un arrebato, como su peinado.

De repente llega un mensaje, hace cosquillitas en la entrepierna, de la nada otro no quiero que vengás hoy a dormir, boté tu libro, se me olvidó subir el mercado, salimos de viaje a las 6… así súbitos, sin pistas, inminentes, toda su vida diurna transcurre en un movimiento imposible de predecir o seguir. Ella baila sola, la compañía le viene bien para una o dos canciones, pero después cambia el ritmo, la cadencia, los pasos, solo quiere moverse, desbordarse y entonces no hay pareja que le sirva.

Él era astuto había aprendido con el tiempo que el agua tiene un flujo que no puede controlarse, que los caudales encausados suelen matar la vida, que canalizarla sería lo mismo que perderla porque ya no habría arrollo, ni rápidos, ni cambios, nada de torbellinos ni de piscinas naturales, nada de ella, así que no procuraba cambiarla, y se sentaba a lo lejos cuando ella cambiaba el paso, ya volverá pensaba él si ha devolver se decía a si mismo. A él le gustaba pensarse como un gato, cariñoso cuando se le antojaba, pero cauteloso, cariñoso en la seguridad de la intimidad pero apenas perceptible delante de los demás, así que su relación iba bien sobretodo cuando nadie los veía.

Eran casi exiliados voluntarios, haciéndose compañía en los lugares adecuados, abrazándose, besándose, y curándose las heridas más profundas, con la fuerza justa, con el ritmo justo hasta que llegaba la noche, ahí ambos perdían la guerra contra sí mismos, ella queriendo desconectarse del mundo, apagar pantallas, aislar sonidos, él extendiendo el día, golpeando teclas, jugando y corriendo como un gato a la media noche de un lugar para otro, queriendo leer, cocinar, escuchar música o ver televisión, deseando robarle al día un poco de su vida como lo había hecho la oficina con él y entonces en ese ying y yang que en el día encontraba el equilibrio, en la noche se transformaba en la guerra, y como toda guerra tenía daños colaterales.

Platos, ollas, cenas, botellas de vino sin empezar o sin terminar volaban, cada noche peor, cada noche más oscura, más larga… al final ambos sucumbían al cansancio, y dormían, eso y el aceite de CBD que él usaba para cocinar, eso y el vino que ella tomaba siempre con la cena, eso sumado a las pastillas que ambos tomaban ya en su habitación.

Al despertar, era extraño, el sol a ella le dibujaba una sonrisa, el café a él le despertaba las ganas, follaban cada mañana hasta sacarse la rabia, se mordían, se escupían, se castigaban por su comportamiento del día anterior y al mismo tiempo se complacían a un nivel que siempre los dejaba extrañándose, su intimidad cómplice, su pacto secreto lo sellaban cada mañana viniéndose el uno sobre el otro.

Dictadores de las sábanas, se miraban, se reían, veían la cama desajustada, lejos de donde había empezado la faena, la estamos torturando, pensaban deberíamos pasarla a mejor vida… bromeaban, y cansados se alejaban el uno del otro.

Renacimiento

Cuando despertó lucía confundido, la verdad es que le pasa a todos… —Nos pasa a todos querrás decir —No, les pasa a todos, yo soy una futura presente, es decir, nací aquí concebida por futuros pasados, —Esa era la forma en cómo se referían a los hijos de quienes habían viajado en el tiempo y se reproducían allí, eran, como los mismo viajeros irregularidades, anormalidades espacio temporales, los presentistas, hombres y mujeres de la época se habían visto en la necesidad de nombrarlos y de ocuparlos en algo porque con el descubrimiento del viaje en el tiempo y su desafortunado resultado habían tenido que tomar cartas en el asunto.

25 años atrás en el 2987, Adrián, una joven promesa de las ciencias había hecho la primera abducción espacio temporal, el viaje era solo posible hacia el futuro y su tripulantes debían ser personas que habían roto su cadena espacio temporal, en otras palabras suicidas, personas que habían decidido acabar con su vida antes de tiempo, sus intenciones eran buenas y egoístas como casi todas las buenas intenciones, Adrián había quedado huérfano y él se vio obligado a crecer añorando el amor de una familia que había preferido dejar de existir, en el presente futuro, es decir en nuestro futuro y en el presente de Adrián ya no hay religiones monoteístas que condenen el suicidio, los estados tampoco se angustian por eso, la muerte se compra a cuotas, el procedimiento es costoso y muchas personas pasan 20 años trabajando reuniendo el dinero suficiente para poder costearlo.

Cada cuerpo está modificado, en el presente futuro, los cuerpo cuentan con un kit de primeros auxilios, las muertes accidentales han desaparecido, la última real registrada data de 2530, el resto se comprobó que habían sido suicidios, el caso es que con la NanoUCIS es muy difícil morirse, y los resultados de intentarlo son las deformidades, la pérdida de conciencia, y el perdón de los pecados en este nuevo tiempo, ser considerado improductivo. Cuando mis padres escaparon, apenas empezaba la década de las pandemias, el planeta alcanzaba el punto de no retorno y la economía estaba enferma, decidieron suicidarse juntos, quizá por eso sus padres habían sido salvados. El punto es que la NanoUCIS está programada para evitar más suicidas, tenemos miedo de lo que pueda hacer la máquina de Adrián en el futuro.

Pese a que muchos de los problemas que agobiaban a los suicidas en el pasado han sido erradicados en el futuro, sigue allí su miedo irracional y latente, después de 1 siglo sin ellas parece que hemos importado a través del espacio a una enfermedad, por eso existe este departamento, el departamento de dilemas.

—Di-le-más respondió el nuevo recién nacido, el nombre los tomaba por sorpresa a todos, el diálogo de Diana, no estaba ni implantado ni trabajado, sino moldeado. Después de todo ella entendía que la vida iba a un lugar mejor, que no había perdido nada, que sí, que claro, que sin dudarlo ella era hija del futuro, pero no hacía parte de él, pero eso no le impedía disfrutarlo ni tampoco se negaba al placer de la melancolía de no pertenecer, entendía ambas partes, era un sistema limpio, funcional, incluso justo, con tiempo para todos y para todo, sí, claro ella entendía, no era la primera vez en la historia que creía entender al final era el futuro el que decidía qué verdades queremos contarnos. El pasado es un fantasma poderoso, un dolor inacabable…

Bienvenido al futuro, el dilema está en que puede vivirlo o viajar de nuevo.

Tomarle gusto

Dicen que hay sabores naturales y gustos adquiridos, dicen, los que saben, los críticos, los molestos, los quisquillosos que hay cosas que aprendemos a querer a pesar de que el primer, el segundo incluso el tercer contacto no sea el mejor. Sucede con los quesos y los embutidos, con los licores, dicen los que saben dicen que el paladar simplemente no codifica bien sus matices, se abruma y la lengua colapsa, que no resiste la presión y no le queda de otra más que cerrar el apetito…

Yo he aprendido con el tiempo que a ellos pueden gustarle sus quesos putrefactos, sus jamones salados y esos licores que se sirven como bofetadas, se han acostumbrado y ahora según lo que ellos mismos dicen tienen el paladar para disfrutar de sabores que yo no sabría ni siquiera comprender.

No mienten quienes dicen eso que dicen, no puedo apreciar un queso nauseabundo, ni me interesa con qué alimentan al cerdo durante un año para probarlo, no tengo el paladar para encontrar los tonos a mora, tabaco, ni los aromas de lavanda o de zarzamora… no distingo uno del otro, pero he desarrollado otro gusto… a mí me gusta un sabor más fuerte, más abrumador, no solo te cierra el apetito, te cierra la vida si te descuidas. Me gusta ser pobre, Alex pensaba en eso mientras fumaba en su descanso detrás del restaurante donde trabajaba como mesero, había escuchado a muchos someliers hablando de vinos, había visto a muchos chef gritar como desquiciados cuando una carne no estaba del color que le gustaba, también había visto a cientos de niños y niñas lindas dejar su plato servido después de fotografiarlo, todas esas cosas lo enfermaban, Alex vivía con una gastritis punzante, que se agravaba cada vez que un episodio de esos se presentaba, el vino era vino, que importaba a la que oliera, el pollo, el cerdo, el pescado, la res, los cortes raros los desechos, los escupidos y devueltos, la comida en la basura, y su recuerdo de las noches con hambre, de sus vecinos con hambre, de su madre con hambre, la fotos preciosas, con los platos llenos que ni siquiera disfrutaban, le gustaba ser pobre pensaba mientras fumaba.

Jamás  un frívolo engreído, jamás un tonto alienado, prefería acostarse con hambre a convertirse en uno de esos tipos que botaba la comida habiendo gente que se acostaba con hambre, pensaba en su madre fingiendo que no quería cuando solo había una salchicha o un huevo y de inmediato se curaba de los sueños vacíos, de esa estupidez de querer llenarse la barriga con un vino que costaba su año de salario a sabiendas que sus vecinos se acostarían con hambre, Alex le había tomado gusto a conocer el valor de las cosas, a saber de las necesidades y conocerlas, su paladar sabía encontrar un sabor que para ellos, refinados sin entendimiento ni causa era imposible, el sabor del último plato compartido, los años que se había añejado el deseo de compartir con los suyos, el color de un guiso, aunque no tuviera más que cebolla.

Ellos no lo sabrán nunca, y no extrañarán como él los tamales de la abuela, ni los cafés con su tío, jamás sabrán el sabor que tiene un sánguche con mortadela compartido, esos bastardos no tienen el paladar, una sola prueba de mi realidad los dejaría con la guardia baja, con la boca abrumada, con las tripas hechas corazón, él lo sabía, lo había formado, tenía las vísceras para ver a la pobreza a la cara y decirle: Me gustas.