La mirada del chico estaba perdida en la irrealidad del embotellamiento en que se encontraba, ya no había esperanza, la reunión a la que se dirigía ya había empezado y la radio anunciaba que la malla vial había colapsado, tardaría al menos 2 horas más en su trayecto y no llevaba consigo nada que lo rescatara del tedio, ni un libro, ni una sola hoja para distraerse…
Lo único que podía hacer era pensar, ignorarse así mismo no estaba siendo de ayuda, ya no tenía sentido bajarse a recorrer esas calles inundadas de motores, de humo, y se resignaba a estar allí en esa pequeña prisión de metal y vidrio.
Estaba completamente sumido en sus pensamientos y de repente un sonido lo llamó de nuevo a la realidad. Una chica leía en voz alta, no pretendía ser escuchada pero para él era imposible omitir ese tono de voz, no había ni una palabra que al salir de su boca no le causara gracia, carecía de acento, pero lo dominaba, era un susurro que lo esclavizaba y ya no quería hacer nada que no fuera escucharla.
El bus estaba casi vacío y acercarse sin motivo parecía tonto, seguro la asustaría, pero de pronto su cuerpo empezó a moverse, iba rumbo a ella y en su embelesamiento no lo notaba.
—Te puedo ayudar en algo
Estaba impactado, no era tan chica, tan joven, era una mujer madura, unos 35 años, pero parecía que el tiempo también se hubiera fijado en ella, en su voz, y la había congelado, impermeabilizado a su paso.
—Me trajo tu voz —contestó
Ella sonrió. —Deben decírselo a menudo, pero no puedo pensar en fingir, ni siquiera fui yo el que me moví, te puedo asegurar que estaba inconsciente del movimiento hasta que me hablaste
— Tengo mala memoria, vení, sentate, ya no quiero seguir leyendo y me vendría bien tu compañía
No había opción, su cuerpo se sentaba junto a ella, parecía verse desde lejos, escuchaba las palabras pero él solo podía escuchar notas musicales, ante sus ojos ella era una caja musical, y cada palabra, cada nota erizaba su piel, era un saxofón, un violín, un piano, un clarinete, viento y cuerdas que nublaban por completo su atención. No le importaban sus labios, el tamaño de sus pechos, ni el color o la forma de sus ojos, no había podido repararla, no podía sentir ni percibir algo diferente al estímulo de su voz, era como estar bajo una piscina, nada podía penetrar la barrera entre él su voz. Ella le pedía que hablara, él sonreía, cautivo, completamente cautivo de su voz, era incapaz, cada sonido que él emitiera significaba un momento de silencio de ella y era un precio demasiado alto a pagar, no el no hablaría, mientras la tuviera frente a frente, y en su ausencia solo buscaría símiles de aquel sonido, no valía la pena escuchar nada más.
—Sos presa del silencio, o sos el silencio, —dijo la mujer y retomó, — con vos es muy difícil saberlo, muchos son un eco, repiten hasta que se quedan sin fuerzas las ideas escuchadas, palabras que a lo lejos les resuenan en los tímpanos, pero vos, te fascina el sonido y creo que omitís completamente el contenido, has de ser músico, mi vos tiene ese efecto en los afinadores de piano, pero nunca había conocido uno tan joven.
—No quiero hablar, porque para mí sos un cuento, yo un lector, no quiero ser este sujeto, porque vos, sos y para no darle muchos rodeos, sos la mujer a secas y en mi cuento no paras de hablar, de suponer, de increpar y algunas veces, pese a la melodía de tus palabras, a la gracia con las que las elegís, eres hiriente, en esos
momentos podés darle sabor a las palabras, y todo depende del desprecio con el que las digas, entendés tu poder, no solo las escucho, cuando se te da la gana tus palabras tenías saben a una cucharada de café molido rancio y para colmo les das olor, olor, un olor a pañal podrido, pero yo sigo aquí, enmudecido.
—Las personas suben y bajan del bus, el tráfico reanuda su lenta marcha y a él nada le importa, sigue meneándose en esa voz, como el tono de una nota regordeta escalando en un solo coral.
—Yo como lector y personaje debo prevenirlo, debo convertirme en griego, pedirle que no escuche a la sirena, que no las siga, que lo llevará a la muerte, pero tengo curiosidad e igual si lo dicho, yo no me hubiera escuchado, y que cuando me pidas bajar yo baje, te siga hasta tu casa sin dudar un solo paso, y que cuando me pidas embalsamarse y meter mi corazón en una botella, sincronizándolo en un latido fijo, me rinda sin dar pelea.
El silencio reinaba, y ella sonreía, —con tu imaginación y mi voz, los vecinos morirán de la envidia, me bajo en la próxima parada, si querés, nos bajamos juntos. El bus chirrió tan agudo como en cada parada, la compresión del aire haló hacia adentro la puerta, había llegado a su próxima parada.