Gol en contra

Benjamín piensa que el fútbol es sagrado, la pelota y el potrero no se manchan repite de manera constante, fuera de esas líneas, a veces imaginarias, a veces no, el mundo es caos, pero dentro, es terreno sagrado, es su religión y su filosofía, por eso aunque no logró vestir oficialmente una camiseta las tiene todas, colecciona banderines, balones, álbumes y láminas, puede hablar de la estructura ofensiva de Holanda y sus marcas escalonadas, o de los bloques defensivos de los italianos, sabe en qué año se inventaron las reglas y debido a qué, recuerda los campeonatos, los guayos, los nominados a balón de Oro, y los que nunca estuvieron pero merecieron…

Ese hombre no solo transpira fútbol, lo vive, por eso para nadie fue una sorpresa que su cumpleaños lo celebrara con un partido, que invitara a sus amigos a un cotejo, a que se pusieran la 10, ese día todos jugaron con la 10, la del Diego, la del Pibe, la de Diño, todas eran suyas, por fortuna además del fútbol amaba el RAP y siempre las compraba XL así que a nadie le quedaba pequeña la suya.

Había logrado lo que pocos, vivir de su pasión, organizaba torneos en los barrios y le cumplía el sueño a más de uno de colgarse una medalla, de vestir un uniforme, de celebrar un gol con una gradería que coreaba sus nombres, y contaba con ese cariño de vuelta, y cada uno de los que había ido aunque no fuese necesario le había llevado algo. La cancha misma había sido un regalo, iban a inaugurar el césped, era una cancha semiprofesional, medidas reglamentarias, iluminación decente, césped natural, ese era el presente de la dueña del lugar, camisetas originales firmadas por jugadores profesionales que habían alguna vez jugado en sus torneos, él estaba chocho.

-El fútbol todo lo puede todo lo hermano, el potrero y la pelota no se manchan decían, feliz con cada regalo… siempre había sido así, incluso cuando la ciudad y las balas le desarmaban los equipos hace 10 años, muchos de los que estaban ahí podían hacerlo gracias a él, a sus torneos, que los hizo estar en una cancha a las 8 y no en una esquina y solo por eso habían escuchado un pito y no un estallido fatal.

Su novia decoraba el camerino mientras todos calentaban, a lo lejos otro partido, otra gente… les falta alguien para jugar preguntan -Vea la solidaridad del fútbol dice Benjamín, hermana, sana. -Nada ya estamos responde alguien, los otros no se van siguen ahí, y todos vuelven a ver sonreír al cumpleañero, guarda sus regalos en el bolso, un bolso deportivo, lo pone azul gastado, nada llamativo, se acercan a la mitad, lanzan la moneda y comienzan a elegir.

Corren, sudan, ríen, hay goles, hay juego, hay gambeta, nada del otro mundo, pero para los 22 que estamos allí es la final del mundo, corremos y sentimos que nos escapamos por la banda como lo hacía el 7 de Portugal, cabeceamos sintiendo que somos el 9 de la selección, los que patean al arco creen que rompen mallas y celebran saltando e imitando las celebraciones de los jugadores que idolatran.

Los otros se van, mientras los ven jugar, mientras pasan por detrás de la portería, cerca de los bolsos, de ese azul desgastado y nada llamativo con un bolso casi idéntico.

El partido termina 9-7 como solo las finales del mundo de barrio terminan, recogen las cosas, llegan a celebrar al camerino y la novia quiere ver los regalos, Benjamín está emocionado, pide su maleta, le pasen una azul roída, casi idéntica a la suya, pero no es la suya, no pesa como la suya, no tiene sus regalos, él sonríe, la pelota y el potrero no se manchan piensa, véalos ahí dice, son todos ellos que vinieron.

Se muerde la lengua, le hicieron el cambiazo, esos que se ofrecieron a jugar, esos que usó de ejemplo para hablar de la solidaridad… lo robaron ahí donde siempre se sintió a salvo, por confiado… siente que ha hecho un gol en contra.