Retornos

Vuelve solo aquel que nunca pudo irse por completo
El flaco.

Cuando encontré en un papel de galleta del infortunio ese mensaje, supe que basta una posibilidad para que algo se haga real. El papel lo había escrito yo, eran 100 mensajes que había entrado de contrabando a la fábrica de galletas de la fortuna donde trabajaba, y me había costado, resulta que era una broma usual alterar los mensajes. Algunos habían intentado imprimir número de lotería, números de teléfono, chiquilladas, pero yo me proponía algo diferente, algo que necesitaba de 100 hombres.

Había pensado en manipularlos, para construir una pequeña revolución bohemia. Cuatro años se había tardado en diseñarlo todo, necesitaba alterar el orden. Su idea no era cambiar el presente, sentía que por los próximos 30 años todo estaba perdido; así que para iniciar una revolución necesitaba tiempo, y una forma de trascender -un hombre son sus ideas se había dicho- así logró descifrar cómo viajar en el tiempo, aunque fuera solo hacia el futuro, y fragmentar 100 partes de sí que, al estar completas, si todo resultaba bien, crearían un reflejo borroso de sí mismo. 100 hombres sería su nombre, aunque no supieran escribirlo. 100 hombres soñarían sus sueños sin saberlos ajenos. 100 hombres recorrerían sus pasos, sus tristes y cansados pasados.

Era simple enloquecer el futuro, hacerles perder la razón. Había logrado identificar a sus víctimas potenciales, hombres letrados, con buena familia, malos vicios y fascinados con las ideas de la predestinación; era consciente de que no todos cumplirían con su propósito, de 100 quedarán 30, de 30 lo intentarán 10, de ellos quizá 3 lo logren.

Las galletas del infortunio eran el primer paso, así encontraría a los 100. Y justo uno de ellos, uno que había conocido hace poco, uno amable como pocos, había decidido darle su galleta, su comida, su puesto.

No había dejado notas, ni indicaciones, creyó que era un pedido equivocado; algunas semanas atrás había sucedido lo mismo. Seguro había sido él también, pero debido a que estaba poniendo en marcha su plan lo había pasado todo por alto. Como no esperaba bondad del mundo, el azar era una explicación viable. En sus planes jamás contempló el regalo como una posibilidad y ya todo estaba en marcha. A la galleta le seguía un horóscopo, al horóscopo una sesión de espiritismo, a la sesión de espiritismo, un correo con algunas páginas escritas por el flaco. Llegarían por correo, bastaría una o dos, serían remitidas desde Buenos Aires, desde Lima, desde Medellín, Barcelona y Madrid, nada conclusivo, capítulos aparte; las voces serían fuertes, los suficiente para grabarse en sus mentes, lo suficiente para obsesionarlos, los marcaría a fuego por el azar cada uno tenía una idea sencilla.

Desorganizar las bibliotecas, vender películas piratas cambiando el contenido de las carátulas, realizar videos en redes sociales sobre un hombre que hacía árboles genealógicos de los políticos electos para recalcar el poder, y al mismo tiempo hacer videos en otra red social sobre un hombre que critica al hombre que hace estos árboles, y al mismo tiempo hacer un canal con videos de un hombre que toma el video de los otros hombres y los ponía lado a lado. Mandaba a aflojar saleros y pimenteros, a desconectar cafeteras, a llevar pescado en los tupper de oficina y jugo de guayaba en las loncheras de los críos. La revolución de este hombre era un desenfreno de idioteces; les pedía a las personas presionar todos los botones del ascensor al bajar, ser egoístas, mezquinos, una revolución del ridículo.

Los 100 hombres, los 99 hombres y él, hicieron lo propio, se rieron de la galleta, crearon publicaciones sobre el hombre que habría puesto todo en marcha, hicieron podcast, videos, artículos, se convirtió en una leyenda urbana. Los 99 hombres lo habían perpetuado, nacieron los cultos y los fanáticos, los trolls, salieron a las calles a alterar el orden a ralentizar elevadores, a sabotear los buses, 30 años de bromas tontas, 30 años de espera paciente, el fin de los 99, quedaban tres, él incluido, y cada uno recibió una galleta.

Adónde habéis ido, regresad a casa mis niños. El éxodo era masivo, Europa no había sido no sometida sino corrompida por algo de lo que nunca podría librarse, el flaco los habitaba.

Agentes del caos

La física tiene leyes que a diferencia de la moral no están en vilo ni en duda, la ciencia tiene de su lado que no requiere de atenuantes ni de agravantes, son o no son, se conservan o se pierden, Noether se encargó de definirlo, ley de conservación, ley máxima del orden, nada está por fuera de él.

Ley de la conservación de la energía y de la simetría, todo tiene unas condiciones específicas para funcionar, pero solo funciona porque para cada parte de ese suceso, para cada una de ellas, lo demás no importa, está diseñado para que funcione.

—Mientras que Andrea le decía esto a Julián, le tomaba la mano, y la llevaba directamente a su sexo, y el atónito solo escuchaba su corazón redoblar la marcha

Lo que te estoy diciendo es que tenés que dejar de pensar y aprender, la cadencia —Y mientras que le decía esto puso en contacto la yema de sus dedos con sus labios ya un poco húmedos —Sentís la diferencia entre esto y esto —Dijo mientras lo llevaba a explorar un poco más arriba —notas cómo cambian los pliegues, sentís esto, esta pequeña bolita —Le dijo mientras que Julián temblaba de nervios, aunque notó que la bolita estaba más dura, que su tacto estaba más húmedo —Ahí, pero no solo ahí, le dijo ella mientras lo miraba a los ojos, así, pero no solo así, le dijo ella mientras con sus dedos variaba de un: arriba abajo y de izquierda a derecha, y a veces también en círculos, —hace esto, siempre hace esto, por que si vas a hacerlo, tenés que hacerlo bien.

Julián ya no pensaba, solo reaccionaba,  a ella, a su cuerpo, y eso en el fondo no era lo que quería, pero puso atención, y cuando ella decía despacio, ahí, él escuchaba, había aprendido a sentirla, había incluso aprendido a sorprenderla, el ejercicio inicial propuesto, mimético y cíclico que ella le había propuesto, no bastaba para él, Julián, había escuchado lo suficiente, para descifrarla, la física que se quede con sus reglas, pensaba, y quería la sorpresa más que la orden, deseaba el caos.

Así aprendió y trasladó por ley física la condición de movimiento y presión a su lengua, y recorrió los mismos puntos, de la misma forma, e innovó con la temperatura y la intensidad, y añadió la succión y las lamidas, el sonido y liberó sus manos para buscar otros puntos, y los instrucciones se fueron perdiendo, ahora se convertían en lo que él anhelaba —ay jueputa sí, ay no sé que estás haciendo pero seguí, qué rico, diooooooooooos los espasmos se intensificaban, y ahora con sus dedos acompañaba en un ritmo frenético mientras que su lengua se escurría sobre, junto, alrededor, mientras succionaba, chupaba, lamía, apretaba y ella respondía cuando podía con respiración agitada, con su cuerpo convulso, con su voz casi grito.

Y lo que pasa cuando se violan las leyes del orden, es que el caos reina más allá de cualquier previsión, intenso y dramático, como había sido el cambio, había desencadenado una serie de factores inexplicables, de la satisfacción al gusto, de lo esperado a la sorpresa y la línea que habían cruzado demandaba entonces más de ambos, y más para ambos, el cuerpo electrizado de Andrea no había soportado más y en un impulso había estirado las piernas tanto como había podido, y Julián sonriente y sintiéndose victorioso, se había aferrado con todas sus fuerzas a su cadera, ella no sabía que pasaba en su cuerpo y él no tenía ni idea que podía ocurrir, hasta que sintió la humedad desbordarlo, bañarlo, y ella la explosión intensa y continua, la presión alterada y un jadeo, gemido felino írsele de la garganta.

Se levantó temblando, lo miró a los ojos y le dijo, es hora de devolverte el favor, y su cabeza se perdió entre sus piernas, ahora las leyes no importaban, ambos eran ahora agentes del caos.

Don nadie

Mucho o muy poco.

Parecía que caminaba con la cabeza gacha, a su paso nunca encontraba un saludo o una mirada curiosa y la vista de las personas parecía atravesarlo, era invisible.

Cuando lo mirabas, cuando los ojos lo encontraban, era como ver una sombra, el reflejo difuso de un hombre, pero carecía de identidad, era imposible recordarlo, retener su imagen en la memoria era un sin sentido.

Era un tipillo carente de gracia y empatía, solitario por condición y eso era lo que lo convertía en un desgraciado. Un tipo torturado por la vida y la sociedad, si en verdad existe un Dios y todos somos su creación, él era la demostración de que la mediocridad era también una característica divina.

Tenía sus ventajas ser invisible, una vez había dejado de ir a trabajar durante un mes completo y su pago no dejó de llegar ni una sola semana, lograba burlar los esquemas de seguridad y asistir a grandes eventos sin invitación, si contaba con la ropa necesaria, se convertía en decoración para la fiesta.

Había sido testigo de los desmanes más desagradables, de las situaciones más extraordinarias, esto era lo único que lo entusiasmaba, se pensaba extraordinario, aunque era consciente que su don lo hacía un cero a la izquierda. Muchas veces pensó en sacar mayor provecho de su habilidad innata, ser un asesino o un violador, nadie podría saber de él, nadie lo vería venir… la idea iba y venía, la escuchaba palpitante en su cabeza, podría matar al presidente, al Papa y nadie tendría la seguridad de qué había pasado, si un hombre había estado allí o no; era seductor, la adrenalina corría por su cuerpo con solo pensarlo.

Ya en ocasiones anteriores había cedido ante deseos similares, robando en fiestas le había ido bien, joyas relojes que luego empeñaba o que conservaba por el simple placer de la impunidad, pero la falta de reconocimiento y riesgo le había hecho perder el interés, por eso de hacer algo con esta idea debía ser algo grande y bien planeado.

Se las ingenió para ingresar a la imprenta de un periódico y cambiar uno de los anuncios en los clasificados, las rotativas imprimieron el anuncio más alarmante de toda su historia: ‘‘Yo mataré al Presidente’’ impreso en un anuncio de media página. Firmado por Don Nadie.

El revuelo no fue tanto como él se esperaba. Pese a no haber encontrado rastros de quién había hecho el anuncio, se consideró una broma de mal gusto, del borracho o el detractor de la imprenta, ambos fueron echados de su trabajo y aprehendidos por la policía.

Esto lo enfureció, así que en otro diario repitió su amenaza: ‘‘Voy por usted señor presidente’’. Tras este segundo anuncio en el diario, los dos hombres fueron liberados y el pánico empezó a apoderarse de todos.

La guardia presidencial fue duplicada, los diarios cerraron para evitar nuevos anuncios, ahora solo la radio servía como medio de noticias y pese a las advertencias de la agencia presidencial, todos hablaban sobre cuál sería el próximo movimiento del ‘‘Don Nadie’’ todos lo buscaban, todos deseaban saber quién era él.

La guardia presidencial empezó a registrar a las esposas de los trabajadores, los delincuentes más buscados fueron encontrados, los terroristas, los opositores encadenados y ejecutados en público. La ira, el miedo estaban presentes en cada persona.

La vida del presidente se transformó en una pesadilla constante, porque a pesar de la seguridad, él seguía recibiendo en su escritorio día tras día una nota que decía: ‘‘Vengo por usted señor presidente atte. Don Nadie’’.

Nadie se explicaba de dónde venían las notas, quién estaba detrás de esto… los expedientes de clínicas mentales fueron revisados, miles de perfiles realizados por los mejores criminalistas, capturaban a cada sospechoso, a cada persona que cumplía con el perfil de un sociópata se le había interrogado, torturado y encarcelado.

Pero a él nunca lo visitaron, jamás estuvieron siquiera cerca de él, en cada redada era ignorado, no valía la pena ejecutar la premisa, y así lo hizo saber: ‘‘Baje la guardia señor presidente, me excitaba la idea de ser perseguido, pero ni siquiera su vida levantará de la mía el sello que me aqueja. Respire tranquilo no dejaré de ser un Don Nadie, ni siquiera a costa suya’’. 

Pese a su última nota persistían las redadas, el miedo, incluso en el fin de su guerra, su bandera de paz fue ignorada, no había amenaza, pero el equilibrio había sido afectado. Los diarios y la radio anunciaban: ‘‘Victima del estrés el presidente claudicaba a su puesto’’. Y él, tan tranquilo como siempre bebía el café de las 8 trago a trago, negro, sin azúcar, viendo a través de las ventanas y ojeando las páginas del diario, en búsqueda de una nueva escena donde pasar desapercibido.