Hombre Gato

Salvaje

Siempre había estado al tanto de su problema, era grotesco, había algo en lo visceral que le parecía digno de atención. De niño jugaba a apretar la nariz de los mayores para ver cómo la grasa brotaba de la piel como gusanos, pensaba que los seres humanos eran una capa de piel que retenía toda clase de cosas asquerosas… cagar confirmaba su teoría.

Con el paso del tiempo, su sentimiento crecía, el olor de su cuerpo cambiaba y también el de aquellos que estaban a su alrededor, la peste quería salir, destruirlo todo a su paso, aprendió a disfrutar rápidamente de todo aquello que revelaba la naturaleza del hombre, el salvaje olor que bañaba el cuerpo de sudor, la sutileza le parecía innecesaria y postiza.

Escupía en la calle, lo hacía sentirse hombre, la pulcritud la consideraba femenina, débil, no se peinaba y evitaba la ducha cuanto pudiera, a solas con su aroma se pasaba horas, lo disfrutaba y poco le importaba que estuviera fuera de toda convención, el olor detrás de sus orejas, sus axilas o sus genitales lo alegraba.

Le parecía que para el hombre el mal olor era esencial, los perfumes, las cremas, todo aquello que era artificial lo desconcertaba, a él no le importaba hacerle sexo oral a una mujer durante su menstruación, lo prefería, le gustaba el aliento a semen con el que quedaban después de una felación, lo excitaba más y más, era un buen amante, solo que uno sucio.

Había encontrado una forma de sobrellevar su vida, se anunciaba como actor para juegos específicos, generalmente para satisfacer la fantasía de una violación o la de sexo por caridad con un mendigo, poco le importaba, simplemente deseaba impregnar su barba del olor de un sexo húmedo, un recuerdo que lo acompañaría por dos o tres días.

Izaba su ropa interior blanca y manchada como bandera, no tenía un solo par que no estuviera percudido, ni una sola prenda libre de manchas y por supuesto menos de olores, sus excesos en este tema lo hacían correr de cada pensión tras algunos meses.

Con el tiempo la ciudad empezó a aburrirlo, los olores artificiales empezaron a  cansarlo y poco a poco se adentró en las montañas, acostumbrarse le llevó poco tiempo, pasó sus primeras semanas sin problema, revolcándose en lodo, comiendo frutos y marcando su territorio.

No era un gran naturalista, aunque creía que su instinto era tan fuerte como el olor que tenía, grave error, no comprendió que su hedor, esa prenda de aroma que tanto disfrutaba sería su peor enemigo, sentía los aullidos cada vez más cerca, sentía el hedor de otros seres a su alrededor y sentía miedo.

Corrió desesperado, los gruñidos estaban cada vez más cerca, corría, caía y se lastimaba, pero no había tiempo para lamentarse o cuidarse las heridas, tenía que seguir corriendo. El miedo le impedía hablar y pronto las balas empezaron a silbar sobre su cabeza, defecaba mientras corría a cuatro patas, estaba aterrado y no podía reaccionar, no podía ponerse sobre sus dos piernas y gritar: ‘‘soy un hombre’’, y aunque hubiera podido no estaba convencido de serlo.

Los disparos lo atizaban, el ladrido de los perros ya cargaban con su aliento, la sangre le hervía, estaba desesperado, corría, corría sin voltear a ver dónde venían sus perseguidores, corría sin importarle nada. Aunque fue herido, no pudieron encontrar el cuerpo, la bestia había sobrevivido y los rumores no tardaron en propagarse, un monstruo habitaba cerca de la villa, la temporada de caza sería entretenida.