La primera vez que me plantó tenía 15 años, nunca ha sido puntual ni de buena memoria, quizá debí haberlo sabido en ese entonces, pero como todo comienzo altera la realidad, no me importó. Pensaba que de todas maneras siempre llegaría tarde porque mi deseo siempre la reclamaría antes. Aprovechaba su demora para leer, en ese entonces y ahora, los libros siempre fueron mi aliado en la espera, mitigaba la ausencia de sus labios, de sus manos alrededor de mi pecho, y disfrutaba en ese otro mundo previo a su llegada.
Llegó tarde a casi todas las citas que tuvimos, incluso alguna vez prometió que no volvería a suceder y pensé que iba a terminarme porque sabía de antemano que nunca, nunca, podría llegar a tiempo. Estuvo cerca, sí, un minuto de más, 2 o 3, en esas ocasiones llegaba risueña, orgullosa, lo había casi conseguido, no tuve el corazón para decirle nunca que dos minutos tarde no era a tiempo. Me gustaba verla sonreír y bailar como lo hacía cuando era feliz con las pequeñas cosas.
Le costaba salir de la cama, siempre quería 5 minutos más y no entendía cómo podía yo pararme de la cama con la primera alarma a las 4 am, si a ella le costaba salir con la tercera de las 7, lo decía con un puchero de culpa, con una cara de inocencia y de angustia, siempre fue tierno verla con esa expresión.
Miro el reloj, 15 minutos tarde, muchas veces han sido 15 minutos, no es grave ni su mejor marca, bajo la vista y sigo leyendo un viejo libro de Pérez Reverte, una novela de perros, Los Perros Duros no Bailan, es graciosa, realmente es un relato más policiaco que otra cosa una especie de thriller pero el recurso refresca y lo hace interesante, quiero seguir leyendo pero no puedo, no deja de llamarme la atención que ahora, justo hoy cuente el tiempo para reunirme con ella, en el fondo sigo pensando que ella nunca llegará a tiempo, que nunca podrá ganarle a mis ganas de que llegue antes, incluso hoy 30 años después desde la primera vez que lo hizo.
El tiempo es un concepto muy abstracto, no sirve mucho hablar de 30 años, pero han sido 10 vacaciones juntos, eso, claro por mi culpa, nunca he sido bueno descansando, tenía cuentas por pagar; si en algún momento va a uno a sacrificarse que sea cuando hay ánimos para ello, quería dejar pagas todas mis deudas antes de cumplir 40 años, lo intenté pero fue imposible, siempre lo supe, eran realmente los 43 la meta pero no dejaba de tentar la suerte a ver si me sorprendía, han sido cientos de tarde de domingos juntos, incontables domicilios, películas, cafés, fantasías gastronómicas, complaciéndonos… al final son esos momentos a los que siempre vuelvo cuando pienso en ella, en nosotros.
Cierro el libro con la certeza de que no voy a poder leer, voy a seguir recordando esos momentos, las caminatas, el despertar juntos, un maldito cliché, la ventana detrás de ella, la luz que llega desde la espalda, la forma en como el cabello le cubre el rostro, ella todavía a sus 30, con el pecho desnudo, en mi cama, en mi casa antes de que fuera nuestra casa, el tiempo derrotado, la vida congelada…
Por fin sale, es una cajita de música, sonrío entristecido, hoy es la última vez que llega tarde, ahora descansa, el cáncer ganó y yo soy el único que pierdo.