Casi algo

No sé qué tienen esas cosas que nunca ocurren del todo, la magia del romanticismo es sin duda esa tensión creciente que nunca deja de acumularse, me gusta, me gusta y sabe que me gusta, me gusta y sé que le gusto, pero no pasa nada, llevamos años así, cerca y no tanto, si nos vemos en la calle sonreímos, así como se sonríe cuando de la nada, en el metro o en el bus se acaba la carga de los audífonos y se sube un músico callejero, uno bueno, uno que de verdad es músico y callejero, uno que tiene algo, ese algo que no se aprende, ese duende gitano que le rompe la garganta al cantar y a uno el corazón, la vida, los sueños… así con esa sorpresa melancólica de que ser bueno podría no ser suficiente, de que gustarse podría no bastar, una risa que duele, una risa que además se irá transformando, vernos es una señal de que sé que quizá pase y sí no, al menos nos acechamos, a veces nos decíamos pendajas así, un solo whats app inútil pero poderoso, te vi hoy, te queda bien el rojo, estabas en?, qué linda te queda esa camisa… fueron tantos, tantas veces, y no desaparece nunca.

Pero verte, aunque me encanta me jode, me saca, me quita la paz cuando tu ausencia es de nuevo la que ronda, y me muero de ganas de verte y no besarte, de abrazarte y continuar sin quitarte la ropa, cuando pasan más días, el dolor se intensifica, se vuelve irracional y ya solo grita:

Vos te me aparecés y empiezo a recordar tantas conversaciones 3:16

tantos momentos cercanos 3:16

íntimos 3:16

tanta historia 3:16

es como un panal de abejas zumbándome 3:16

la deseo 3:16

la deseo mucho Fer 3:16

y me muero de ganas de recorrerle la piel 3:16

de morderla detrás de las rodillas 3:16

cerca de las nalgas 3:16

de tomar su cabello y presionar su cara contra mi almohada 3:16

quiero verla sobre mí, debajo de mí, a mi lado 3:16

quiero verla durmiendo con la piel brillante por el sudor 3:16

quiero sentir el olor de su sexo en mi barba al despertar 3:16

lamer despacio la punta de sus pezones y sus labios 3:16

besarla después de bajarle 3:16

acurrucarla 3:16

arruchármela 3:16

así, así todo el día, como abejas zumbando 3:16

Los envío continuos, pero no simultáneos, los envío de una manera obsesiva y constante, los envío con las ganas susurrándome al oído, mordiéndome la boca, las envío sin pensar en la respuesta, sin importarme la respuesta, las envío porque estoy cansado de verte a lo lejos, fatigado de esperar a que quizá pase, aterrado de que quizá no, pero estoy jugado.

Pienso eso y también pienso en sus ojos verdes, en que no le gustaban sus ojos verdes, en que de niña la hicieron sentir diferente, es curioso ese sentimiento, el sentirse extraño por primera vez, es saber que no se encaja, que existe el otro como concepto, que no se hace parte de algo, es curioso porque de grande ser mayoría generalmente significa estar equivocado, pero en la niñez ser diferente es oler diferente, es la segregación el miedo a la soledad que aún no se ha vuelto buena compañera.

Recuerdo sus llamadas a media noche, a menudo después de follar con alguien más, quizá un poco high, ahora que lo recuerdo, quizá también esas llamadas eran un poco como los mensajes que yo acabo de disparar, un grito de guerra, un reclamo airado, ¿por qué no fuiste vos? Por qué no estás aquí acurrucándome, por qué no es tu sudor el que me llena la boca, por qué no fue tu carne la que me dejó temblando las piernas, quizá también esas llamadas eran un no te soporto más tu ausencia presente, quizá, también podría ser que no sea nada, que fuera tan solo parte del viaje, ganas de hablar y de conectarte con alguien más para no sentirte atada, quizá.

Vuelvo a pensar con ternura, menos lascivamente y de repente un recuerdo, un dije colorido en medio de su saco desabrochado, no se ven sus tetas, no del todo, pero la forma, el tamaño se realzan, su cabello arrebolado, fuerte, revuelto como el mar rompiente, y luego otro recuerdo, a contraluz su piel blanca casi se funde, con ella, sus pezones casi imperceptibles pero presentes, y luego otra, de espalda, su vientre expuesto…

No voy a parar en esta montaña rusa, su recuerdo me tiene secuestrado y postrado ante él, no puedo y no quiero huir de él, tampoco sé si quiero que sea recuerdo o si prefiero que siga siendo anhelo, casi algo, casi mía, casi suyo, casi juntos, no me molesta, casi casi no me molesta.

Corotos

Joe era un muñeco de plástico que tenía una camisa polo amarilla, cabello castaño y un jean azul. Andrés lo recordaba con el cariño que se suele tener por aquellas cosas inventadas, por esas a las que se les controla todo, la historia, el futuro. Joe no era realmente un GI.Joe, para Andrés era evidente que no, tenía ropa de civil como la de su padre; quizá fue eso, nunca podría ver a su papá en un traje de comando, o que la camisa mostaza de Duke guardara cierta similitud en tonalidad y forma con la camisa de su muñeco y la de él. Allí, lo mejor de ambos. Su héroe de acción, y el hombre fuerte y tierno que podía a su voluntad bajar y subir su bicicleta tres pisos todo el día, repararla; el hombre que inflaba globos sin marearse y silbar como un huracán usando solo sus manos.

Lo recordaba justo hoy que había escuchado una expresión que su padre solía utilizar: recoja sus corotos. Se la decía cuando dejaba sus juguetes por ahí regados, la ropa en el lugar que no era. Tenía una sonoridad que le gustaba, corotos, servía para designar ropa, juegos, juguetes. -Corotos-, pensaba y le causaba cierta gracia, precisamente con sus muñecos era con lo que más la oía.

Habían pasado muchos años y esa imagen se había disuelto, pero recordarla hoy le hacía bien, hoy pensaba en su padre en su mejor momento, hoy pensaba en su padre y lo recordaba fuerte e invencible, y eso le hacía bien. Ese hombre había vivido siempre con una sonrisa; sabía ahora que muchas veces esa sonrisa era falsa, que era solo para tranquilizarlo, que su padre sentía miedo, zozobra, pánico, hambre, que había llorado, que nada estuvo nunca bien, aunque él nunca lo había sabido.

Le venía bien el recuerdo y empacaba con una sonrisa y sin notarlo, tranquilo, con una calma ajena a la situación. Los que lo veían a la distancia pensarían que tenía todo solucionado, que no necesitaba el trabajo, o que ya tenía una oferta de algún lado; pero Andrés no tenía ni idea de que iba a hacer, sin embargo, había entendido que nadie nunca lo había sabido. Y cuando escuchó: —¡Es una orden López, y si no le gusta pues coja sus corotos y lárguese con su metodología y procesos a otro lado!, pensó que su vida se acababa, creyó que sería difícil mirar a los ojos a sus amigos, a su mujer, creyó que hasta el gato lo miraría con una reprobación mayor a la cotidiana. Pero no, nadie, absolutamente nadie podría decirle nada, ni siquiera Joe; curiosamente hoy vestía una polo amarilla, un jean, como él, tal y como lo hacía su padre. Al igual que ellos sabía que pasaría lo que tuviera que pasar, pero que él estaría de su lado, el mundo puede estar en contra, es más, el mundo lo estaba, pero no él.

Agendas, calculadoras, algunos elementos de decoración iban entrando a su caja de cartón. Fotos, cables -todo sonriendo- abre los cajones y empaca sus libros, sus ideas, sus benditos papelitos llenos de rayones, sus juegos. Sonríe y tiene la mirada alta.

El jefe pasa, ve lo que pasa y no lo cree. ¿Todavía está acá, López? Grita al sentirse desafiado, al sentir la correa suelta, a López libre.

— Sí, tengo muchos corotos, dijo. Y continuó guardando recuerdos. Sin inmutarse por el presente.

Rastros

Cuando un carro va rápido y frena, la armonía de la velocidad se interrumpe y las llantas dejan de girar para aferrarse al suelo. Milímetro a milímetro se queman, se graban en el pavimento poroso y quedan visibles, humeantes. El ruido que provoca la fricción del derrape rasguña el silencio, y en cualquiera que lo haya escuchado, se graba estruendoso y sorpresivo; si te acercas lo suficiente esas marcas sobre el asfalto tienen también olor, caucho quemado.

La taza que sostienes en las manos tiene una línea gris que recorre de manera anecdótica los pedazos que se separaron de ella antes de volver a pegarlos. Una cicatriz que de manera curiosa la hace un poco más interesante, una pista a seguir, una historia a preguntar, mala, pero aún así una historia.

El sonido de un plato de cerámica, de una copa de cristal o un vaso de vidrio, el sonido de un carro pitando, de un lazo golpeando el piso, el llanto de un niño o de un perro, el maullido de un gato, un halo de luz, una estela de frío, una Estela, un orgasmo de Estela, un gemido de Estela, un grito de Estela, los de Lina, Laura, los ocurridos y los imaginados, las canciones, las madrugadas, los ‘salud’, y los ‘no vuelvo a beber’, los bajones, las elevadas, la salsa regándose en la cara, la risa, el picante del picante, los domingos con vos, y los domingos sin vos. Todos dejan un rastro, las palabras, y si tienes buena memoria cada palabra.

Por eso lo que vos me pedís no es cuestión de voluntad, si no de física, de metafísica, y hasta la patafísica. Esta última porque quizá sugiera que lo más importante para olvidar algo es evitar que ocurra, o inventar un recuerdo alterno que sobreescriba cada estímulo. Es decir que lo mejor para olvidar sea, quizá, en lugar de vivir un hecho traumático, recrear uno mejor. Simplemente imposible es que, TODO marca, nada desaparece, la energía se transforma, nada pasa sin hacer estragos, los daños colaterales son incontenibles, tenemos el cuerpo hecho cicatrices, pecas, lunares, dolores… recuerdos.

Que más somos sino un rostro del rastro que nos contiene, una cicatriz físico emocional que se escarifica sobre sí misma y adquiere forma, formas, de continuar. Las ciudades tienen sus edificios viejos, las calles sus huecos, y cada uno de nosotros su universo dentro, adentrico de sí mismo, y vos venís aquí, me tomas las mano, me miras a los ojos y me pedís que no recuerde los recuerdos, que me olvide de todo lo malo, como si lo malo existiera sin lo bueno, que sea selectivo en la forma en cómo te pienso, como si fuera cuestión de voluntad y no de acción, como si mía fuera la culpa por no omitir el daño, como si el pecado fuera mío en pensamiento palabra y falta de resignación. NO, NO y NO. Es por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa que estamos en esto, aquí no voy yo a ganarme padrenuestros con acciones ajenas, faltaba más.

Los errores también tienen consecuencias. Aunque posen de santitos junto a sus amiguitos los atenuantes, aunque frente a las excusas quieran ponerse y levantarse las banderas del perdón. Aquí no hay perdón ni olvido, aquí no hay tregua, esto es la guerra.

Mariana miraba con una abrumada expresión. —De qué estás hablando, preguntó al fin.

De tu egoísmo, de tu falta de consciencia, de tu comodidad.

¿Qué? ¡Qué!

Que no has puesto el bizcocho del baño y por tu culpa me fui de culos en la taza.