Cuando un carro va rápido y frena, la armonía de la velocidad se interrumpe y las llantas dejan de girar para aferrarse al suelo. Milímetro a milímetro se queman, se graban en el pavimento poroso y quedan visibles, humeantes. El ruido que provoca la fricción del derrape rasguña el silencio, y en cualquiera que lo haya escuchado, se graba estruendoso y sorpresivo; si te acercas lo suficiente esas marcas sobre el asfalto tienen también olor, caucho quemado.
La taza que sostienes en las manos tiene una línea gris que recorre de manera anecdótica los pedazos que se separaron de ella antes de volver a pegarlos. Una cicatriz que de manera curiosa la hace un poco más interesante, una pista a seguir, una historia a preguntar, mala, pero aún así una historia.
El sonido de un plato de cerámica, de una copa de cristal o un vaso de vidrio, el sonido de un carro pitando, de un lazo golpeando el piso, el llanto de un niño o de un perro, el maullido de un gato, un halo de luz, una estela de frío, una Estela, un orgasmo de Estela, un gemido de Estela, un grito de Estela, los de Lina, Laura, los ocurridos y los imaginados, las canciones, las madrugadas, los ‘salud’, y los ‘no vuelvo a beber’, los bajones, las elevadas, la salsa regándose en la cara, la risa, el picante del picante, los domingos con vos, y los domingos sin vos. Todos dejan un rastro, las palabras, y si tienes buena memoria cada palabra.
Por eso lo que vos me pedís no es cuestión de voluntad, si no de física, de metafísica, y hasta la patafísica. Esta última porque quizá sugiera que lo más importante para olvidar algo es evitar que ocurra, o inventar un recuerdo alterno que sobreescriba cada estímulo. Es decir que lo mejor para olvidar sea, quizá, en lugar de vivir un hecho traumático, recrear uno mejor. Simplemente imposible es que, TODO marca, nada desaparece, la energía se transforma, nada pasa sin hacer estragos, los daños colaterales son incontenibles, tenemos el cuerpo hecho cicatrices, pecas, lunares, dolores… recuerdos.
Que más somos sino un rostro del rastro que nos contiene, una cicatriz físico emocional que se escarifica sobre sí misma y adquiere forma, formas, de continuar. Las ciudades tienen sus edificios viejos, las calles sus huecos, y cada uno de nosotros su universo dentro, adentrico de sí mismo, y vos venís aquí, me tomas las mano, me miras a los ojos y me pedís que no recuerde los recuerdos, que me olvide de todo lo malo, como si lo malo existiera sin lo bueno, que sea selectivo en la forma en cómo te pienso, como si fuera cuestión de voluntad y no de acción, como si mía fuera la culpa por no omitir el daño, como si el pecado fuera mío en pensamiento palabra y falta de resignación. NO, NO y NO. Es por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa que estamos en esto, aquí no voy yo a ganarme padrenuestros con acciones ajenas, faltaba más.
Los errores también tienen consecuencias. Aunque posen de santitos junto a sus amiguitos los atenuantes, aunque frente a las excusas quieran ponerse y levantarse las banderas del perdón. Aquí no hay perdón ni olvido, aquí no hay tregua, esto es la guerra.
Mariana miraba con una abrumada expresión. —De qué estás hablando, preguntó al fin.
De tu egoísmo, de tu falta de consciencia, de tu comodidad.
¿Qué? ¡Qué!
Que no has puesto el bizcocho del baño y por tu culpa me fui de culos en la taza.