La evacuación transcurría con normalidad, salvo porque no había terror, ni angustia, no sonaban sirenas y parecía cumplirse esa frase de cajón de que la sangre es la que escandaliza, y en su ausencia, una estructura de cinco pisos que temblaba parecía no ser nada del otro mundo, así que atónitos entre los insensibles y los que sienten un temblor, bah qué temblor, orgasmo, vibración, y movimiento de cualquier vaivén como un temblor.
Pero temblaba, por alguna razón, temblaba, de una manera constante y fuerte, la primera parte fue normal, creían que era pasajero, pero la intensidad no menguaba ni la duración, luego los alertaron, ese bloque era el único que temblaba, ¡pánico!, creían que era la estructura cediendo frente a su propio peso, y supusieron que era peor cuando riesgos laborales subió a decirnos que evacuáramos… que había razones de peso para hacerlo.
En esa “tranquilidad” bajaron, descendimos cinco pisos por las escaleras porque claro en emergencias el ascensor no se usa, con esa cara de tedio y otros de alivio piso a piso bajaban, buscando en el celular si era cierto que temblaba, porque para un detractor no hay mayor victoria que la negación de la tesis enfrentada, la edificación se movía, pero no temblaba y no importaba si estaban ante el colapso de una estructura por fallas en la construcción, lo importante era probar que no morían en un temblor, tampoco creían que pudieran llegar al primer piso a tiempo en caso de colapso así que bajaron sin prisa, llegaron abajo con una sonrisa en el rostro, no temblaba, abajo las caras eran desahuciadas.
Todos esperaban que el edificio se desplomara, esperaban las alarmas, las alertas, el cordón de seguridad retirándolos, pero desde afuera no había ningún signo de alerta, las demás edificaciones se veían quietas al igual que esa, y pasaba el tiempo, pasaba el tiempo, pasaba el tiempo hasta que la tensión se convirtió en tedio, hasta que el desinterés general ganó la batalla, y uno a uno se fueron armando de desazón, de exasperación y empezaron a retornar a sus lugares de trabajo, claro, por las escaleras porque el ascensor no se usa en momentos de emergencia…
Así, vencidos por una angustiosa y alargada espera, las razones de peso parecían haber sido infundadas, no fue hasta que iban subiendo el tercer piso cuando por fin colapso… la situación, era el gimnasio, la vibración venía del gimnasio, repitieron, era Daniel, el gordo, el grande… un hombre de dos metros de alto y uno ochenta de circunferencia corría en la banda, a paso tan firme, tan constante, que parecería que dejaba atrás su vida de gordo, sus apodos, todas las veces que le han dicho, no señor, en su talla no hay, que le daba por fin la espalda al haber crecido siendo un niño con senos, que ya nadie podría decirle gordo y con esa decisión de alejarse de todo corrió con los audífonos puestos y de manera desaforada, no sabía que justamente eso sería su perdición, ahora es el gordo del temblor, ahora es un mastodonte que puede tumbar edificios, ahora cuando camina y da un paso la gente brinca para recordarle que su pisada es una razón de peso, para evacuar el edificio. Pobre hombre