Una ventana

Ventaneando

—Me gusta la gente que ve por la ventana, me parece que se han dado cuenta de algo más, que se reconocen prisioneros y expectantes, no se consideran mejores que el resto por eso, solo están más tristes, con el alma rota, quizá es eso, quizá es el hecho de que creo que piensan, pero me agradan, la verdad es que no tengo nada que lo pruebe más allá de mi propia experiencia y no puedo confiar en ellos frente a lo que dicen pensar cuando ven por la ventana porque muchos dirán en nada, también por mi experiencia sé que cuando se dice que se piensa en nada, realmente esa persona está pensando en cosas que considera insignificantes o poco relevantes para los demás, eso o en sus mayores perversiones y deseos. En ambos me gustaría ojear, pero de nuevo no puedo confiar en ellos.

Mientras Pedro decía esto fumaba con los ojos perdidos, en dirección a los ojos de Andrea, pero tan ausentes de foco que su mirada la incomodaba no por una de esas otras miradas que ella conocía y en las que al preguntarle ya le había dejado claro en lo que pensaba, en chuparle de nuevo las tetas, en cómo se veía su cabello suelto mientras tenía sus manos sujetas sobre su cabeza, en su respiración agitada, en la pequeña mancha de humedad que debería estarse haciendo en el borde de su tanga… no, no era esa mirada, en esta mirada ausente, ella no existía, Pedro estaba ignorándola completamente, hablaba con él mismo y eso ella, ella no podía tolerarlo. Andres era una morena que nunca en la vida había sido ignorada, 1.70 delgada, labios gruesos y ojos tan oscuros que la pupila casi se fundía con el iris, le gustaba la atención además así que su ropa no solía ser solo elegante, sino sensual, sugerente pero con clase, era una mujer para follarse en tacones, y una cara de sé lo que estoy haciendo que hacía una sola promesa, me hacés venir o te mato, esa es la verdadera cara de una femme fatale, así que estiro su mano larga y delgada, agarro por los huevos a Pedro y le hablo clarito: Miré Pedro, miráme bien, no soy una ventana para que mirés a través de mí, soy el paisaje, soy el fin y no el medio, cuando me mirés a la cara vas a mirarme a mí y no a tus pensamientos, si estás acá, estás acá, porque a mí no vas a ningunearme pasándome la vista de largo.

Pedro se escurrió como una babosa en una lluvia de sal, la ventana la habían cerrado violentamente, los huevos producían ese dolor aguda que doblega a todos los hombres y que hermana naciones, el único lenguaje universal es el dolor de huevos, todos los hemos sentido, la reacción es siempre la misma, se cierran los ojos para luego abrirlos tan grande como se puedan, se baja el tono de la voz, (como calibrando una consola de audio) y se expresa en un grito de niño cantor que calma, que pare, que por favor se hagan las paces, esa fue la cara que Pedro, ese fue el movimiento realizado, y cuando ella finalmente dijo: Está claro Pedrito, —Está claro— respondió él con la voz ya entre cortada.

Así que pedro aprovechó el momento en que la mano de Andrea dejaba de asfixiarle las ideas, para pensar seguir hablando con el mismo, pero esta vez en voz baja: Dicen que los ojos son la ventana del alma, pero no para ver el lama de los demás, NO, el alma no es más que la consciencia y la consciencia no es más que nuestra construcción pero sí es real que son solo una ventana, para explorar el afuera, que la consciencia era solo producto de la reflexión y seguramente hubiera llegado a otras ideas, más profundas, pero también descubrió que toda ventana se torna borrosa para sentir, porque ahora la mano de Andrea ya no apretaba demasiado, sino que lentamente masajeaba de arriba abajo los huevos y el tronco de su verga, y así, así no hay tiempo para pensar.

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