La condena

Oscar Wilde decía que cualquier hombre puede ser feliz con una mujer que no ame, dijo la profesora de literatura mientras depositaba su argolla de matrimonio sobre el escritorio de su abogada, —lo dijo como una provocación, con la intención de herir, de ver sangrar, era un corte limpio al orgullo, al amor propio, porque ella había sido su compañera, porque marido y mujer, próximamente ex esposo y ex esposa, habían estudiado juntos una maestría en literatura, porque con ese comentario, él la había abordado un sábado en la tarde, y luego le había propuesto —te querés ir a tomar algo y luego ir a ser felices… —lo recordaba, era su recuerdo favorito y ahora que él había claudicado, ahora que ella iba a firmar, lo hacía con dolo y sobre su recuerdo.

—Bueno, ya que esto es un juzgado diré la verdad, lo decía Lord Henry, que era un personaje creado por él, y saben que, tenía razón. —En la sala se hizo silencio, la voz se había quebrado, y nadie había podido alzarla de nuevo. Así que ella, metódica y frívola, la recogió. —Les dije que, de usarlo, este sería el mejor regalo de bodas.

—Los abogados eran sus amigos, sus padrinos, por una broma, cruel y sobre todo justa, habían jurado que si se separaban la madrina defendería los intereses de la novia, y el padrino los del novio, era cruel porque ambos se conocían, porque eran además sus cuñados, porque en un momento en que ninguno de los dos tenía empleo, habían decidido regalarles unos bonos notariados, contratos, juramentados y firmados de que en caso de separación ellos serían los abogados bajo grave multa económica; y ante el dolor había decidido usarlo.

—Lord Henry, retomó ella, era un hombre astuto, inteligente, siempre quise encontrar uno como él, supongo que sigo en su búsqueda, todo lo decía en una posición difícil de soportar, medio borracha, con la pluma en la mano, inclinándose como si estuviera a punto de liberarlos a todos, y volviendo a erguirse sin haber terminado de firmar, es más, sin haber comenzado a hacerlo.

Mientras insinuaba su firma, ella habló mal de todo lo que se le ocurrió y apretó el corazón de él en sus manos cuanto pudo, no hubo terreno sagrado, ni íntimo, no hubo honor, ni respeto, a sus padres, a sus hermanos, sus amigos, a su trabajo, a sus sacrificios, a todos los ninguneó con una facilidad que entristecía, pero él, a pesar de su dolor, de su duelo, se veía aliviado, y eso la enloquecía, en el fondo ella empezó a notar que su berrinche, aunque preparado y bien ejecutado, no era efectivo y entonces firmó.

Cuando fue su turno, se tomó su tiempo, apoyó bien las manos en los brazos de la silla, y se impulsó, digno, con una dignidad pocas veces vista, sus amigos estaban impresionados, y el juez, el juez no dejaba de mirarlo con una cara que a todas luces estaba desencajada, estoico ese hombre caminaba sin dolor, sin pena, por el contrario, caminaba orgulloso, frente en alto, había visto a otros humillados rendirse a los insultos, reconocía además que él había soportado menos dignamente su vida laboral y marital y ese hombre lleno de vida y de alegría se acercó al papel, tomó su lapicero, la miró a los ojos, a ella, a ese ser despreciable y alcoholizado que había frente a él y sonrió.

—La libertad es algo difícil de definir, y más aún de entender, la libertad, después de un tiempo a tu lado, he entendido por fin que es un deber; sé que parece que no tiene nada que ver, pero lo tiene todo que ver, la libertad, es una decisión, una opción constante y latente, la libertad solo existe por medio del sacrificio, y me costó mucho entenderlo, aplica en el trabajo, en el amor, en la amistad, se es libre cuando se decide, y se asumen las consecuencias entendiéndolas, yo ya estaba preparado para esto, para tu berrinche, para tus golpes bajos, y quizá pensabas que revoloteabas como una mariposa y picabas como una avispa, pero has sido torpe, te has tambaleado como un borracho gordo, cada palabra con la que has intentado herirme ha sido un vidrio sobre el que te has parado, lo tomás como una falta de lealtad, el que te haya dejado, sin darte cuenta que la decisión no es apresurada ni nueva, lo hablamos, en más de una ocasión, pero nunca entendiste que no era solo metafórico, yo no estoy abandonando nada, por el contrario, me voy porque tu ausencia se ha vuelto evidente. Vos ya no habitas tu propia vida.

Y sí, Cada que lo pienso, cada que la idea viene a mí, siento que Wilde, bueno Henry, porque lo dijo todo, lo hizo bien al decirlo todo, y nada más puede decirse, tenía razón. La felicidad no es amor, pero yo no me voy porque quiera encontrar la felicidad, sino porque estoy harto de la seguridad con la que asumís que la vida es, y no con la que puede ser, desde hace años comenzaste a ceder frente a lo que el mundo quiere, sin hacerle frente, resignada al qué dirán, y yo, jummm me importa un bledo, sí, soy el mal escritor y eso te jode, y me voy porque ya no me duele quedarme, porque vos perdiste de vista algo, tu realidad no me gobierna.

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