— ¿Otra vez estás aquí? —Preguntó al verla
—Como cada día, le respondió al viejo sin inmutarse.
— No le molestaba su presencia, a él lo divertía, era una chica delgada, no superaba los 25 años y sabía cuidar los libros, pasaba desapercibida para los clientes y había recorrido tanto sus pasillos que incluso a veces lograba ubicar libros y autores que los vendedores no recordaban, en especial aquellos a los que su trabajo no les interesaba mucho.
Se escabullía con tanta ligereza por los pasillos que ante los demás era invisible, sólo él podía seguirle el rastro, su aroma, ácido con tonos de sudor y café se alternaba según la sección que visitara y tarde o temprano lo guiaban siempre hacia ella.
— Creo que el viejo me persigue, no hay otra explicación, cada día me encuentra de una u otra manera, hace tiempo que dejó de asustarme, pero estoy segura que siempre tiene la certeza de donde doblar, a veces me habla antes de que yo me dé cuenta que viene hacia a mí, anuncia su llegada 3 o 4 estantería atrás, eso me hace pensar que ese día me vio masturbándome en el salón de lectura.
No me molesta, pero es muy inoportuno, en especial cuando leo a Sade o a Bukowski, hay días en los que no me resisto, que no logro llegar al baño para tocarme y mi entrepierna ya está empapada, y cuando lo veo con esa cara, con ese olor a libro viejo, a hoja amarilla y reventada, quisiera que me desvistiera y me tirara contra las estanterías, que me rompiera la ropa, y usara ese viejo tomo de Los Crímenes del Amor que me prestó el primer día y lo destrozara contra mis nalgas, que golpeara los pechos y la cara con él, pero es incapaz, antes de dañar un libro el viejo preferiría morirse, supongo que mi carne no vale tanto para el viejo.
Las miradas, la forma en como sus ojos se transforman en un vacío que quiere tragarse el mundo parece ficción, tienen que ser ficción, pero no dejo de pensar que es cómplice, me mira como Lolita a su Profesor a ese viejo verde de Nabokov seguro se la pondría tiesa con solo verla entrar, con solo olerla… igual que a mí, pero el impulso siempre me llega tarde, cuando estoy a punto de abrir la boca, ella se despide y huye a un nuevo lugar.
— Es Filóloga, tiene cara de devoradora de letras, sabe mucho para no serlo, y por eso tiene tras ella, su imaginación negra y fuerte como el café, me atrae más que ese cuerpo de vidrio, que esa debilidad hecha carne. Cada día que la veo es igual.
Justo le da por llegar ahora, hace 20 años la hubiera hecho pagar por cada una de sus indiscreciones, como ese día en el que podría jurar que estaba tocándose en la sala de lectura, pero mi corazón no anda muy bien y el doctor me tiene prohibido alterarme, cada consulta siempre me repite:
—No entiendo como un librero puede mantener la presión tan elevada, te va a reventar una vena en cualquier momento Cristóbal
El matasanos, es tan estúpido que sigue creyendo que es por la alimentación y la dieta a la que me tienen sometido es casi tan tortuosa como verla caminar.
— No se imagina, nadie se imagina que desde que ese viejo me indicó donde estaba el Libro del Marqués me he vuelto un espasmo, un orgasmo caminante, las palabras del libro caminan en mi cerebro y estimulan mi cuerpo como nadie lo ha hecho, como nadie nunca lo ha hecho, esta puta virginidad que nadie se atreve a arrancarme me lastima, me quema y todos parecen esconderse tras mis gafas, apartarse de mi vista y mis deseos.
Estaba seguro que en el incidente de la sala de lectura bastaría para hacerle saber de mis intenciones, pero el viejo está acabado, seguro ya no puede mantener una erección o lanzar una mirada lasciva y no curiosa, una lástima sin duda, porque un hombre que ha leído tanto ha de saber algunos trucos.
Quizá sea solo un invento mío, a lo mejor el tipo ni lo notó, quizá es incapaz de imaginarme desnuda o quizá es un maricón que disfruta rompiéndole el culo a niños quinceañeros en lugar de comerse un coño empapado. No sabría decirlo, aun así me gusta, incluso si es un viejo maricón me gustaría que él fuera el que se llevara mi última inocencia.
— La chica me tiene al borde del infarto, me han duplicado las pastillas y reducido las raciones, a la lista de prohibiciones han agregado el viagra, pero como efecto secundario de una de las nuevas pastillas no puedo bajarme la maldita verga nunca, estoy tan caliente que no puedo pararme de mi oficina en todo el día cuando llevo puesto pantalones de paño, así que para no perderla de vista he empezado a usar Jeans.
— Algo ha cambiado, el viejo debe estar entendiendo, aunque se ve ridículo en vaqueros, parece uno de esos hombres que desconoce que su edad no lo estropea ni lo aleja sino que por el contrario lo acerca a la cama de las vírgenes olvidadas, de esas que hasta para cometer una atrocidad con un anciano nos está cogiendo el pudor y la tarde, que hasta para hacer tonterías nos está dejando el tren, así que estoy dispuesta a pasar esa crisis y actitud de idiota.
— Me veo ridículo con los Jeans, cada reflejo camino al trabajo me lo asegura y lo grita a la cara, un viejo de sesenta años con zapatillas y camisa con blazer queriendo parecer un ejecutivo de 30, no puedo más, esto tiene que terminar…
¿Hará caso a mi nota, subirá la pequeña bravucona a mi oficina a sabiendas de lo que pasará cuando transite la puerta, tendrá la astucia de los libros que lee, o tendré que enfrentar sus acusaciones después, maldita sea?, estoy viejo para estos juegos pero ya solo puedo esperar.
— ¿Qué pretenderá este viejo decrépito, me echará de su librería, será tan cobarde para pedirme que no venga más, o tendré yo el valor para aprovechar la oportunidad?, supongo que todo se aclarará al pasar esa maldita puerta…
— Cuando apagaron el cigarrillo los dos estaban agotados, ambos sangraban, Cristóbal estaba seguro que si el polvo que acaba de echarse no lo mataba, lo haría su médico.
— El viejo no puede ser maricón, lo que acaba de pasar no dejaría jadeando a un maricón como ha hecho con el pobre viejo, había faltado la parte del libro, pero no porque pensara que sería incapaz, al contrario al sentir la primera nalgada sintió terror de lo que podría hacerle si tomara un libro para azotarla, el viejo era más de lo que ella había imaginado, más de lo que podía intuir.
— Había algo animal en él, un morbo alimentado por miles de fantasía, por millones de hombres y mujeres. Caminó con las piernas encalambradas en búsqueda de su ropa, todo le dolía, los moretones no podría disimularlos, se sentía machacada como un boxeador, pero la perilla no giraba…