Día de pago

María recordaba el sabor de la sangre en la boca, el mordisco que había recibido de Alberto no sólo la había inflamado, sino que la había cortado, y fluía como su propia humedad, libre y sin contención. Con él terminaba su venganza, habían sido cinco en total las humillaciones que Mario le había hecho cuando estaban casados, y había prometido cobrárselas, con intereses, por eso uno a uno, Jair, Camilo, Alex, Javier y Alberto pasaron por su cama y por sus piernas, de todos grabó videos y tomó fotografías, a todos los grabó diciendo cosas como ¡Qué imbécil Marito, perderse semejante catre!, ¡Ay mamita querida lo que se perdió Marito!, ¡Jueputa increíble que Marito te haya dejado escapar!, ¡Pobre imbécil y ahora que anda con Estela una frígida que sólo le gusta follar a oscuras y en la cama!

Jadeantes habían caído en su juego, sin saber que eran grabados, risueños habían hablado de su nueva esposa, una secretaria bonita y joven pero fría mentirosa, que se vendía como muy muy pero que no tenía ni idea de cómo usar los dotes que tenía. Así, con cada confesión María sintió su deuda saldada, su orgullo recuperado, Jair y Alex además no follaban nada mal, pero incluso ellos habían dejado su cama agotados y doloridos.

—Decile lo que quieras a todos, tus amigos van a saber que mal cogido no estabas y dos de ellos saben además lo mal cogido que estás.

Ese mismo placer que sentía María al enviarle ese mensaje lo sentía Lucecita cada noche mientras leía sobre dominación, mientras aprendía cómo convertirse en una dominatrix, mientras tomaba las medidas del cuero, y soñaba con los juguetes que iba a utilizar con Armando, su profesor de educación sexual que cada que hablaba de vírgenes la miraba, que cuando quería llamar la atención caminaba hasta su puesto y entonaba los discursos de mojigatería y morronguería apoyándose en su silla.

Y por eso cuando lo contactó a través de una aplicación de citas. Tras calentarlo y contactarlo, tras vestirlo de muñeca, depilarlo y amordazarlo usando su antifaz, tras golpear sus huevos con una fusta y hacerlo llorar como niñita, acercó a sus nalgas peludas un ariete sexual, y paseó frente a él un dildo, el mismo que le habían regalado todos en su curso, el mismo tamaño y el mismo color, pero no lo reconoció, hasta le dijo: ¡sonría para la cámara, mojigato!, y sin una gota de lubricante y máxima velocidad sintió el rencor de Lucecita tocarle dentro.

Lo mismo que cuando Ernesto fue nombrado obispo, y confesor del gobierno. Porque al fin su día llegaba, y tras 15 años de celibato, tras 15 largos años de guardar confesiones y pecados, escribía ahora su libro Un gobierno arrodillado y publicaba develando las confesiones. Transcritas de cada uno de los ministros, senadores y del presidente mismo, sus matanzas, sus adulterios, sus humillaciones, narraba el arrepentimiento inicial y luego la naturalidad gélida con la que contaban todo.

Así supo Jaime que su mujer, actriz, había estado en la alcoba presidencial. Como anestesiólogo se las arregló para ingresar al staff médico del gobierno, logrando simular una peritonitis en el presidente, y tras anestesiarlo falsamente pudo abrir, cortar, raspar y maltratar el cuerpo del presidente sin que este pudiera defenderse ni impedirlo, tuvo que sentir cómo revolvían sus vísceras, tuvo que sentir cómo era aprisionado con odio y sin esperanza alguna.

—Tranquilo presidente, no va a morirse, solo a desearlo, mucho gusto, y muchas saludes le manda Albita, considere nuestra deuda saldada, hoy es día de pago, dijo sonriente al notar que los labios del presidente no podían ya delatarlo.