Matices

No me gustan los claros ni los oscuros, son demasiado simples, saturados y faltos de perspectiva, son fáciles de seguir, ven la vida en un solo tono, no flotan, no pueden seguir la corriente, están condenados al arraigo, ellos son una sola cosa, es deprimente si se piensa bien, una vida, un universo, una posibilidad, la realidad es una posibilidad, y para aprovecharla es necesario más que defender una verdad, comprender que tenemos una perspectiva, que desde otro ángulo todo cambia, la luz cambia, entiendes, las sombras se proyectan dependiendo desde donde la luz la toca, y la expande, intentando desterrarla, pero si el ángulo es incorrecto, solo hace que se extienda. Por eso no me gusta.

Pienso eso, pero no puedo contestarle a la profesora de pintura de esta manera, si lo hago va a volver a humillarme como la ha hecho en ocasiones anteriores, a cuestionar mi percepción del arte, no puedo perder la beca, la necesito para poder estudiar y necesito estudiar para poder escaparme del trabajo en la mina, así que ni loco voy a confesar que pinté a propósito sin seguir sus instrucciones.

Una vez acompañé a mi padre a la mina durante una semana, me aterraba esa abertura gigante en la montaña, esa oscuridad represada, concentrada, dentro de la mina, el mundo desaparece, no hay posibilidad de escapar de ella, te acostumbras, las pupilas se dilatan, la luz estorba, en casa papá siempre apagaba las luces, no se podía leer cuando el llegaba, ni se podía vivir, no quiero vivir a oscuras, así que solo tengo una carta, mi pasado, no puedo contarle esta historia porque a ella no va a importarle, necesito contarle algo que la incomode, algo que haga que todos los compañeros estén de mi lado, no puedo simplemente decir que no me gusta el claro oscuro, así que digo lo único que puede despertar la humanidad en el mundo.

La entiendo y tiene usted razón maestra, pero el pigmento es muy costoso; sé donde están mis errores, porque no son errores, son omisiones, leves, sutiles, detalles, llenan de vida mi pintura, la mía es mejor que el resto, pero ella solo quiere la reproducción de la técnica, es el problema de los curadores, no saben crear, solo su visión del mundo es válida, solo su mirada del arte, pero tienen otra debilidad, no solo son castrados creativos, también son vanidosos. Sé que acá, acá, y acá, no debería haber luz, también que acá no debí mezclar el tono con otro pigmento, no lo hago para molestarla; sí, sí lo hago para molestarla, para restregarle que sé pintar mejor que ella… lo hago porque soy pobre.

Cuando lo digo escucho algunos murmullos, veo que ella baja su mirada, ha mordido el anzuelo, y debo continuar, no puedo comprar pigmentos puros, debo hacer mezclas, intento acercarme lo más posible, pero en algunos momentos salen estas deficiencias a flote, falta fuerza en el pigmento, falta definición, cuando lo noto tengo intentar suavizarlo, darle una intención porque no puedo costearme el repetir el trabajo, si no tengo suficiente pigmento para una, se imagina para dos, tendría que dejar de comer y solo como tortillas con vegetales, no es un error en el sentido estricto de la palabra, sé que falta, y dónde falta, pero así somos los pobres maestra, aprendemos a ver oscuridad en la luz y un poco de luz, de esperanza en la mayor de las penumbras.

Esta histérica, pero no puede gritarme, no delante de todos, me da su nota, un 8, un 8 es suficiente, con un 8 mantengo la beca, con un 8 esquivo la mina, no es un 10 tampoco un 0 y menos mal pienso, porque odio los claro oscuros, lo mío es esto, un 8, los matices.

La Musa del Tedio

Solía hacer algo en lo días así, alargados y aburridos. Días en los que ni el aire alteraba las hojas de los árboles, días con una actitud mezquina, claro, si es que los días tuvieran actitud alguna; en todas sus acepciones, poco generosos, insuficientes, días en los que el tedio en lugar de sentirse se respira. —Si algún día enloquezco, será en un día como estos, se decía mientras caminaba.

—Es el día perfecto para hacerlo, tiene tan poco para ofrecer que estoy seguro de que cada uno está a solas con sus remordimientos, con sus pendientes, sus libros por leer, sus películas por ver, recordando todas esas veces que pudieron ser un beso, un revolcón, una gran fiesta; pero todo se escapó de las manos. Los días así de vacíos tienen un efecto absorbente, atraen como la oscuridad del agua profunda, como la oscuridad en el fondo del bosque, los días así son precipicios a los que la cordura se asoma con ganas de saltar.

Camina por el fijo de reojo, intenta pensar en lo demás, en lo que va bien, en lo que está bien. Pero siente un deseo de brincar a lo profundo de esa desesperación, de dar un paso al frente, de caer, y sentir que el mundo cae con él, el vértigo, la angustia oprimiendo el pecho.

Y para no ceder, ni caer, caminaba, con el cigarro en la boca, con los audífonos en los oídos, pensando cómo la cordura de todos está siempre en una cuerda floja. Y los imaginaba por grupos, los nerviosos caminan por pasillos de cordura de los cuales igualmente dudas como si se tratara de una línea angosta, de una tira, de un hilo. Los seguros, en cambio, caminan por un hilo que imaginan puente colgante, que vibra, se mueve, nunca cae; siempre están bien, sobre todo cuando van cayendo, aunque no lo parezca esos que están seguros de todo son los únicos peligrosos, porque nunca saben que están cayendo.

Luego está él y los que se le parecen, los payasos alegres, los payasos deprimidos, esos que con cierta ironía miran el vacío, sienten el deseo, pero no se resisten a su caída. Por último, casi, los trapecistas, brincan, saltan, vuelan, hasta que caen, y aun así lo hacen con gracia, son osados pero ingenuos, brincan confiados en que todo saldrá bien, en que nada va a fallar, brincan uno tras otro, y cuando caen, ¡ah! cuando caen creen que así estaba escrito. Después, finalmente, están los de verdad transgresores, nihilistas astutos, caminan como esas viejas caricaturas, con gracia y energía, sin mirar abajo, saben bien lo que hay, pero ellos no caen, cuando se cansan, cuando nada los entretienen ellos se dejan caer.

En los días así la cara le cambiaba por completo. Se amarraba la cordura al tobillo y caminaba por el borde, rodeaba el lienzo e intentaba dibujar ese inhóspito lugar, de sombras, de profundidades, hombres junto al ombligo de las guitarras, mujeres en telas convertidas en estalactitas.

En los días así, pinta. En los días en los que todo está perdido… esto escribió para la gaceta Arte, el editor, anunciando la próxima muestra.

—Qué piensa sobre su editorial, maestro, le preguntó finalmente un estudiante que había estado leyendo en el micrófono la reseña del diario.

—Es muy creativo. Se nota que en los días así escribe, dijo él finalmente, y continuó el coloquio.