Estaciones

¡¡¡Taz!!! El aire acumulado entre la rama y la corteza estalló y Sara salió de su trance, del naranjado del fuego, de ese baile de llamas, sonreía con la inocencia de encontrarse a sí misma distraída, la idea de sorprenderse y de sentirse sorprendida al mismo tiempo le parecía fascinante -yo fuera de mí, viéndome-… pensó

Sandra la escuchó reír y con la complicidad que brinda la sonrisa le preguntó, – ¿Se te arrebolaron las ideas, se incendiaron los pensamientos? – y ya con una coqueta y atrevida sonrisa se acercó para besarla, rosando su nariz en las mejillas.

-Con vos siempre, pero no es eso, no siempre es eso-, le dijo con una morisqueta en la boca. Aunque ahora que lo mencionaba era difícil dejar de imaginar sus senos debajo de esa camisa sin sostén donde sabía que sus pezones sensibles se contoneaban rozando la tela y se endurecían mientras caminaba hacia ella; era difícil no pensar en sus piernas largas, en sus labios gruesos, en esa expresión de angustia y anhelo en que transforma su rostro cuando está a punto de venirse. Era difícil no hacerlo. Y se ruborizó al darse cuenta que estaba perdida ya en su humedad, pero se aclaró la garganta, intentó recuperar el aliento y el pensamiento. -No boba, aunque qué rico vos, pero no, me dio risa estar metida en la candela, concentrada, sin estar aquí, y cuando la rama estalló pues volví y estaba aquí, viendo la candela-.

Sandra asintió, -es lindo estar de paso por uno mismo, verse desde la ventanilla, y dejarse atrás-. Le extendió la hierba empapada de su saliva, sabiendo que a Sara la prendía sentir en sus labios la humedad de su boca; así había fantaseado muchas veces antes de darle el primer beso a Sandra, cuando le recibía una pata empapada, sentía sus labios aún allí pegados y soñaba, se rió al pensarlo, -qué besito tan rico me rotás- le dijo. -Sí, justo de eso me reía, verme aquí tan de paso, tan estaciones, tan verano con vos, tan primavera cuando coqueteamos con otras, con otros con nosotras a la distancia, tan otoño cuando no nos vemos, tan invierno cuando se acabe, y mientras tanto aquí, tan estaciones de paso-.

Sara le dio una calada y la besó con el humo aún en la boca, luego tomó la pata y la puso en sus labios. Sandra la succionó con fuerza, quería arrebatársela de los dedos, que pensara en sus labios haciendo lo mismo entre sus piernas, tiró para atrás su cabeza y le dijo: -Vos sos mucho Sarita, a la mayoría la hierba los calienta, a los que no los duerme o les da un hambre que podrían comerse fácilmente la comida de la semana; pero solo a vos, solo a vos te pone a pensar al mismo tiempo en cosas que enternecen, deprimen, alegran y calientan-. Todo eso lo dijo con una voz que progresivamente iba atenuándose, reduciéndose por el humo retenido en los pulmones. Todo eso lo dijo acercándose, y al terminar, le tiró el humo desde la frente bajando sobre la nariz, la boca, el cuello, los senos, el ombligo y terminó arrodillada frente a sus piernas, -solo vos sos tanto- dijo, y le abrió el botón de los shorts, -solo vos podrías ser tanto-. Mientras que Sara con una sonrisa cómplice, de esas complicidades que el morbo, el amor, el sexo y las trabas alcahuetean levantaba sus nalgas para que Sandra le quitara con facilidad todo, incluyendo las tanguitas que le gustaban. -Próxima estación, orgasmo-, le dijo Sara, en tono de pregunta.

-Esperamos que disfrute su viaje, mantenga las ganas vivas y agárrese fuerte las tetas, estamos próximos a iniciar el recorrido, por favor siéntase libre de pedirme lo que quiera.

Agentes del caos

La física tiene leyes que a diferencia de la moral no están en vilo ni en duda, la ciencia tiene de su lado que no requiere de atenuantes ni de agravantes, son o no son, se conservan o se pierden, Noether se encargó de definirlo, ley de conservación, ley máxima del orden, nada está por fuera de él.

Ley de la conservación de la energía y de la simetría, todo tiene unas condiciones específicas para funcionar, pero solo funciona porque para cada parte de ese suceso, para cada una de ellas, lo demás no importa, está diseñado para que funcione.

—Mientras que Andrea le decía esto a Julián, le tomaba la mano, y la llevaba directamente a su sexo, y el atónito solo escuchaba su corazón redoblar la marcha

Lo que te estoy diciendo es que tenés que dejar de pensar y aprender, la cadencia —Y mientras que le decía esto puso en contacto la yema de sus dedos con sus labios ya un poco húmedos —Sentís la diferencia entre esto y esto —Dijo mientras lo llevaba a explorar un poco más arriba —notas cómo cambian los pliegues, sentís esto, esta pequeña bolita —Le dijo mientras que Julián temblaba de nervios, aunque notó que la bolita estaba más dura, que su tacto estaba más húmedo —Ahí, pero no solo ahí, le dijo ella mientras lo miraba a los ojos, así, pero no solo así, le dijo ella mientras con sus dedos variaba de un: arriba abajo y de izquierda a derecha, y a veces también en círculos, —hace esto, siempre hace esto, por que si vas a hacerlo, tenés que hacerlo bien.

Julián ya no pensaba, solo reaccionaba,  a ella, a su cuerpo, y eso en el fondo no era lo que quería, pero puso atención, y cuando ella decía despacio, ahí, él escuchaba, había aprendido a sentirla, había incluso aprendido a sorprenderla, el ejercicio inicial propuesto, mimético y cíclico que ella le había propuesto, no bastaba para él, Julián, había escuchado lo suficiente, para descifrarla, la física que se quede con sus reglas, pensaba, y quería la sorpresa más que la orden, deseaba el caos.

Así aprendió y trasladó por ley física la condición de movimiento y presión a su lengua, y recorrió los mismos puntos, de la misma forma, e innovó con la temperatura y la intensidad, y añadió la succión y las lamidas, el sonido y liberó sus manos para buscar otros puntos, y los instrucciones se fueron perdiendo, ahora se convertían en lo que él anhelaba —ay jueputa sí, ay no sé que estás haciendo pero seguí, qué rico, diooooooooooos los espasmos se intensificaban, y ahora con sus dedos acompañaba en un ritmo frenético mientras que su lengua se escurría sobre, junto, alrededor, mientras succionaba, chupaba, lamía, apretaba y ella respondía cuando podía con respiración agitada, con su cuerpo convulso, con su voz casi grito.

Y lo que pasa cuando se violan las leyes del orden, es que el caos reina más allá de cualquier previsión, intenso y dramático, como había sido el cambio, había desencadenado una serie de factores inexplicables, de la satisfacción al gusto, de lo esperado a la sorpresa y la línea que habían cruzado demandaba entonces más de ambos, y más para ambos, el cuerpo electrizado de Andrea no había soportado más y en un impulso había estirado las piernas tanto como había podido, y Julián sonriente y sintiéndose victorioso, se había aferrado con todas sus fuerzas a su cadera, ella no sabía que pasaba en su cuerpo y él no tenía ni idea que podía ocurrir, hasta que sintió la humedad desbordarlo, bañarlo, y ella la explosión intensa y continua, la presión alterada y un jadeo, gemido felino írsele de la garganta.

Se levantó temblando, lo miró a los ojos y le dijo, es hora de devolverte el favor, y su cabeza se perdió entre sus piernas, ahora las leyes no importaban, ambos eran ahora agentes del caos.

Un poco de vida

Ser un restaurador de museo no era el trabajo que había imaginado cuando como biólogo había recibido la invitación a participar de la preservación de la historia. Durante sus años de facultad siempre había querido marcar la diferencia, soñaba con salvar las especies y el mundo, nunca imaginó que terminaría confinado en un cuarto rodeado de las especies que adoraba, de las que se había enamorado en la facultad, las increíbles, las míticas, las nobles, las majestuosas… muertas, total y absolutamente muertas.

Cuando cerraba el museo su horario comenzaba, cuando todos dormían, incluso los vigilantes, él trabajaba; trabajaba mientras buscaba las aletas de los pingüinos que debía volver a pegar; trabajaba en preparar las pinturas que les daban los colores adecuados a las pieles; trabajaba en los injertos de pelos, midiendo picos, patas, dibujando vida en unos ojos apagados, secos, fríos.

Fue a su escritorio, sirvió un vaso grande de un trago fuerte. Lo bebió sin tregua, el calor del alcohol salió por la nariz y quemó la garganta en el proceso, sacó su tabaco favorito, lo adobó con un poco de hierba, y fumó junto a los cachorros de los osos polares, bebió otro vaso y caminó sin ningún destino.

Quizá fue la hierba, particularmente crespa, particularmente fresca, pero al acariciar el pelo de la foca bebe, la imagen de una entrepierna casi depilada le llegó como un rayo, lo recorrió con escalofríos y lo hizo salivar, jugar con la lengua en sus labios, clavarse los dientes; por un segundo sintió una reacción casi animal. Atontado la recorrió de nuevo y esta vez la oyó gemir, la recordaba entre sus dedos, la entrepierna empapada, el sabor de los fluidos, resopló y cerró los ojos, volvió a tocar y sintió sus vellos en la nariz, en el labio, sintió su mano en la cabeza, de arriba abajo la escuchaba guiarlo, así, así, así ay, ay; la segunda vez fue mejor que la primera, las palabras le rebotaban en la cabeza, bufaba, bramaba, el instinto lo poseía, ahora el que gemía era él, el brío se le alborotaba y se curvaba como un animal herido.

El vello en su mano, en su boca, el orgasmo en su lengua, la humedad, la humedad era lo único que faltaba y la emulaba el licor, las facilitaba el licor, la brindaba con el licor; el control no pudo sostenerlo, se arrancó la ropa y se frotó como un perro en un sofá, como un perro en la pierna de la visita, como un perro castrado sobre una almohada, solo por instinto, a pesar del dolor, a pesar del daño que se hacía al recordarla, a pesar de todo, seguía mugiendo.

Al día siguiente el director del museo lo llamó a su oficina, mientras hablaba encendía un televisor y se veía así mismo caminando hacia su escritorio, con un vaso en la mano, los pantalones abajo, una foca en la mano, mientras que de su boca un hilo de humo se desprendía.

—Puede explicármelo—preguntó incrédulo el director.

—Sí puedo dijo el restaurador —intentaba darle un poco de vida al lugar, dijo con una sonrisa en la boca.

Gusto

A Alberto, y confieso que utilizo este nombre solo porque el artículo a, seguido de un nombre iniciado en la misma vocal me causa gracia, le gustaban los monólogos, más leer, escribía, porque podía siempre poner sus palabras y su cuerpo en otros labios, veía en la hoja en blanco la misma felicidad que un adolescente encuentra en que ahora el porno sea accesible desde el celular.

Alberto tiene sus años, sus canas, y ganas, siempre tiene sus ganas y solía escribirlas en medio de la jornada laboral, porque además de escribir, robar también lo estimulaba, mantenía entonces una especie de diario grotesco sobre el cual desparramaba sus manos untadas de tinta y mientras fumaba con un tinto denso al que casi podía vérsele y sentírsele una textura viscosa se dejaba llevar, escribía siempre en primera persona y siempre escribía confesándose así mismo. Este día en particular no tenía realmente nada de particular, salvo lo mismo que todos los días, tiempo y por eso comenzó a escribir.

Siempre me ha gustado todo lo que me deja un tufo de placer, un sabor con buen olor, de esos recuerdos que juegan tanto con mis papilas gustativas como con los pelitos de la nariz, es mi credo y mi única regla, si te gusta acábatelo, sin pensar en guardar para otro día, sin lamentarse al otro día.

Si sabe bien, si gusta, si cala hondo… adelante, no concibo por demás un placer menguado o a medias, un resistirse, un castigarse o un postergar, para qué, si todo va a pasar, pues que pase, pero que no se pase.

Eso me decía cada vez la veía pasar, 1,75 m de antojo, un cuerpo alargado, elegante y prometedor, no hay en ella demasiado de nada, solo lo justo de todo, esa imagen que te hace salivar de más,  guepardo, caminando con cadencia pausada. Sé que existe y sabe que existo, nada más sabemos el uno del otro al menos de manera consciente, yo sé un poco más de ella, he preguntado por ella, la he visto a lo lejos y en silencio, y el ego, el ego que no deja de ser tonto conserva la esperanza que al menos a alguien le ha preguntado también ella de mí, vístome pasar y acompañado con su mirada.

Cuando sonríe su labio superior sobrepasa las encías, cuando camina su pelo ondulado se revuelve un poco más, en su estilo sobrio, hay una apuesta casi segura de lucir fría y calculadora, ejecutiva y ejecutante, parece gritar, puedo si quiero, tomar decisiones fuertes de manera simple, estoy en control de todo lo que me involucre. Sé que es falso, que nadie lo está, que incluso cuando escribo muchas veces las cosas siguen su propio rumbo, y las voces encuentran sus propios tonos, sé que es una mentira, pero me gusta escribir, me gustan las mentiras bien contadas, así que me miento, me lo creo y me divierto.

Es quijotesco sin duda escribir de recuerdo un pensamiento que nunca se ha elaborado como recuerdo, que no ha acontecido sino simplemente imaginado, Dulcinea, jamás te diré que este caballero de la triste figura te ha visto como un ensueño, muchísimo menos que una oración tan mala me he comparado con él, el loco del manco, más teniendo en cuenta que estoy mucho más cerca ser Sancho Panza.

Cuando la veo, te veo, aprovechemos,  para tutear a quien no es consciente de que se le está hablando, estás congelada, y con la mirada lentamente te trazo, la comisura de los labios, los ojos casi siempre entrecerrados, el cuello elongado, separándose siempre de los hombros, inclinado levemente hacia arriba… me saboreo, las papilas gustativas se inundan y la boca se inunda, se represa y se desborda, que gusto cogerte el gusto.

Sonrío, ignoras que te veo de manera lasciva, quien lee debería a esta altura dudar de si existes, aunque es más probable que dude sobre si es ficción, quizá me vea como a un pervertido, quizá piense incluso que este accidente literario no es un reguero de tinta sobre una hoja, sino de esmegma adentro de un jean, quizá tampoco lo haya pensado y ahora se encuentre completamente disgustado frente a la imagen, la literatura no tiene rostros, debería solo y únicamente recordarte los momentos en los que has sido igual, en los que has apretado la entrepierna ante la humedad palpitante, o pensado… y ahora como me levanto sin que la erección se note.

Tu mirada se cruza con la mía, que ganas te tengo le gritan mis ojos, yo, en cambio, sonrío te saludo y me voy pensando, que gusto te tengo, que ganas de levantarme con el tufo de tu sexo en mi boca, pone un punto final, cierra su libreta y fuma hondo, fuerte y largo, igual a como un amante jadea.

Dar las gracias

Desde la primera vez que le habían pedido que se tomaran de las manos para dar las gracias antes de comer, supo que él también quería hacerlo… que necesitaba una tradición, un ritual, que la próxima vez extendería sus brazos cerraría los ojos mientras olía el delicioso aroma del banquete que iba a darse y agradecería por el favor otorgado.

Y es que él solo había agradecido de manera previa en los momentos importantes de su vida, cuando su equipo marcaba gol en tiempo de adición, cuando Franco rebotaba para sacar el balón 3 veces seguidas, o cuando a doce pasos les gritaba: no aquí, no ahora, no mientras yo viva, y cuando sus profesores no pronunciaban su nombre a la hora de entregar las tareas que se revisaban al azar; sólo en esos momentos en los que no quedaba duda de su poder ni de su infinita misericordia, pero nunca como un gesto real de agradecimiento sino más de alivio, por eso, sabía que si tenía que dar gracias por algo sería justamente en ese momento.

Así que aguardaba sonriente el momento correcto, la situación y el platillo adecuado, no se puede ir agradeciendo cualquier cosa, porque también se pierde el sentido del agradecimiento, pero finalmente llegaba la oportunidad, cena el lunes a la noche decía el mensaje y él ya podía imaginarse la secuencia:

El olor invadiéndolo, llenándole, derritiéndole la voluntad servida frente a él, manjar de manjares, la boca salivando, imaginando la textura, el sabor la consistencia… ese era el momento, no habría mejor ocasión, y entonces en ese momento alargaría sus manos, sus dedos temblorosos y con una voz entusiasmada y asustada pronunciaría en voz alta: Te doy gracias por este momento y el placer venidero…

Acto seguido bajaría la mirada, se saborearía y lamería sus labios mientras el corazón el marcaba un redoble acelerado. Ella estaría desnuda sobre la cama, las piernas abiertas a la altura de su rostro, y él arrodillado sonriente pondría sus manos en los muslos, la halaría hacia el borde de la cama, besaría suavemente sus muslos para acercarse más y más, posaría su nariz de manera juguetona, empujando, palpando para lentamente empezar a lamerla, mordisquearla… sintiéndose por fin agradecido.