Para gustarle a Gabriel bastaba con que la mujer tuviera dos tetas, un culo y un coño, si tenía pelo negro y una boca de labios gruesos le era indiferente a si era rubia y de boca delgada, eso sí, ayudaba si contaba con una sonrisa pícara y no le molestaban que el rostro antes que bello fuera endemoniadamente sexy.
No había mujer perfecta, él lo sabía, por eso le gustaban por partes, las tetas regordetas lo atraían, redondas, jugosas, de esas que no solo abarcan el pecho, que se escapan por los costados, esas le provocaba olerlas y morderlas, bañarlas en semen… también le gustaban los pies, las uñas arregladas, dedos proporcionados ni muy largos ni delgados, le encantaba masturbarse con ellos, descargarse en ellos y luego lamerlos.
El cabello le gustaba largo para halarlo, para enredarlo en sus dedos mientras penetraba con fuerza un coño empapado, esos coños le gustaban de dos formas, rasurados o con un puñado de vello que pudiera halar mientras lo devoraba con la boca o mientras lo penetraba con su miembro tieso.
Adoraba los traseros, tomarlos a nalgadas, poner las mujeres boca abajo, sujetar las manos con una de las suyas y empujar su miembro de un solo tirón dentro de ellas, le excitaba sentirse poderoso, arrancar en gritos mudos halagos e insultos, creía dominar el juego con facilidad.
Y entonces en la multitud la divisó, era pequeña, parecía carente de malos pensamientos, ah pero los había, en sus ojos brilla con fuego propio la lujuria, ella era tentadora y a la distancia lucía inmóvil y letal, sabía que desearía cogerla para arrancar de sus labios gemidos y jadeos…
Contrario a lo que esperaba, ella caminó hacia él.
−Te he visto a menudo aquí, te he escuchado, he reído con tus bromas y me has hecho mojar la entrepierna al escuchar de manera furtiva tus conversaciones, hoy quiero que pruebes lo que me has hecho sentir−
Estaba mudo, no sabía si había imaginado las palabras que habían salido de esa pequeña y sucia boca, así que preguntó:
−¿Segura que es a mí a quién buscas?, no aprecio mucho las bromas que me dejan con una erección entre las manos−
Ella rió por lo bajo y contestó −Estoy segura, no es casualidad que lleve tacones y una falda, que traiga las tetas desnudas bajo la camisa, ni el coño al aire libre. ¿Sabes?, no aprecio mucho el frío, aunque el roce me excita−
Pese a su declaración, su osadía no era su mejor arma. Su mejor secreto, es su aroma, la forma como su cuerpo olía haría que las piernas te tiemblen, que la voz se te ahogue, que la respiración te falte, a Gabriel el pantalón le restringía la erección que las palabras le habían causado, así que bebió de un golpe el trago que sostenía y dio una calada a su último cigarrillo, la tomó de la mano y empezó a descender lejos de la vista de las personas. Otro parque estaba cerca, uno silencioso, cómplice, solitario, durante el camino manoseó sus tetas, y cuando descendió se encontró con un coño húmedo y caliente.
No resistía la tentación, para su fortuna la oscuridad le favorecía, además era día de partido y tras el pitido inicial minutos atrás las calles estaban desiertas. la llevó hacia él de un jalón, la besó con fuerza y luego la giró, la tomó del cuello y presionó su rostro contra el capó de un carro, levantó la falda y entró con tanta fuerza como era posible, ella gemía, jadeaba y su respiración agitada empañaba el capó encerado sobre el que se encontraba, él apretaba sus senos, y amasaba sus nalgas con furia, la giró y nuevamente, tras subirla al capo, penetró ese pequeño coño con facilidad, subió su camisa hasta desnudar las tetas y las tomó entre sus manos, ella continuaba jadeando, y de repente le clavó las uñas en el culo y lo ayudaban a aumentar la fuerza de sus arremetidas, él tomó sus piernas levantó el tacón hasta su rostro y empezó a oler sus pies, a lamerlos, las uñas se aferraban a él con más fuerza y en un grito silencioso pero desesperado descargó su semen dentro de ella, mientras ella vibraba como en un ataque epiléptico que revelaba que al igual que él había terminado.
Lo Besó con fuerza y hasta hacerlo sangrar.
−Ha sido un placer−, dijo mientras encendía los dos cigarrillos antes de partir.
−Espero verte otro día− y caminando sin ritmo, falta de fuerzas desapareció entre las sombras.
El volvió a su parque, trago en mano, sonrió como un idiota durante toda la noche, mientras daba vueltas y vueltas a ese cuerpo endemoniado que había arrebatado de él más que un orgasmo y que había avivado sus aberraciones.