—Existe el amor como emoción independiente y el sexo como acción independiente, la felicidad puede vivir sin el amor, podes ser feliz sin amar, podes estar triste sin amar, incluso puedo amar sin sexo y tener sexo sin amor, elevo mi apuesta y te digo que lo disfruto más de esa manera—
Ella lo miraba con los ojos vacíos, cada palabra que decía le confirmaba que aquel hombre que podía despertar tantos sentimientos a través de sus cuentos no comprendía el poder ni la dimensión de los mismos, para él todos eran parte de su ficción, era eso o que tenía miedo afrontarlos, era bien o cobarde o ciego. Su reflexión le parecía tan alejada de aquel hombre de ojos abiertos y con la boca tan grande que parecía podía comerse al mundo.
No podía ser de esa manera, no podes escribir de lo que desconoces, aunque puede emularse. Entonces, era un insensato o un manipulador, no había maldad en él, pero carecía de bondad, era un tipo raro, primitivo, tan frío y racional que reducirlo a palabras se tornaba confuso.
—Vos estás un poco loco, no es nostalgia, es demencia creer que todo carece de magia al perder la novedad, tengo que decirte que desaprovechas los momentos, que no los disfrutas en su totalidad por ese miedo a perderlos, es como ver una vela consumiéndose y no alegrarse con la flama si no entristecerse con la cera que se derrama y se agota. —
Podría tener razón, pero lo creía improbable, no hay una moral que se amolde al individuo, y por ende dos personas no pueden estar bien o mal con base a ella, son diferentes, pero sus elecciones y visiones no los hacen estar acertados o equivocados, solo diferentes. ¿Era tan difícil de comprender?, era tan extraño que él, jadeante, sudoroso y después de haber disfrutado de una cama tan ardiente como había sido ese sofá se le negara el placer sentido simplemente porque pensaba que de existir otro encuentro nunca podría igualar en deseo y furia el que se había desatado…
¡No!, su visión del mundo no podía ser desacreditada simplemente porque otra fuera diferente, sin duda el encuentro era enriquecedor, y en eso estaba la magia, pero como todo truco, una vez develado el secreto, solo era una acción mecánica y repetitiva, su belleza era fatalista, la de ella esperanzadora, era solo eso, eran diferentes.
—Quédate—, —Vamos a la cama y dormí— le dijo ella al notar que sus ojos se cerraban y ver que no conseguía la siguiente erección que ella necesitaba, soñar seguro lo convertiría de nuevo en un orgasmo, recuperar sus fuerzas, era lo único que él necesitaba para acallar sus diferencias.
—No puedo— dijo él secamente, no era que no quisiera comerse de nuevo su entrepierna, no era ausencia de deseo, él había devorado su cuerpo teniendo presente que quizá nunca volvería a verlo de la misma manera, que una vez levantado el telón no podría de nuevo imaginar el tamaño o el color de sus pezones, el olor o el sabor de su coño empapado, el sonido de un jadeo o un gemido, él había lamido cada centímetro que deseaba, mordido cada rincón que le apetecía y su orgasmo era prenda de su palabra, pero para ella era insuficiente, su deseo de ser devorada una y otra vez con la misma pasión, era una demanda que estaba lejos de poder cumplir.
Había aceptado que sus diferencias no necesitaban una tregua de sábanas, él debía apartarse del camino, recorrían sentidos diferentes, se habían cruzado por casualidad y si se quedaban su encuentro podría retrasarlos, sumergirlos en una burbuja de insatisfacciones que tarde o temprano explotaría, llevándolos a los dos a sentir que todo lo sucedido o había sido mentira, o digno de arrepentimiento, y eso no lo permitiría.
Él estaba seguro de haber disfrutado el ver como al igual que la cera de la vela su esperma se desparramaba por el abdomen sudoroso de ella, y sabía que ella había disfrutado como la flama que al consumirse devora el pabilo hasta extinguirse…