El fin

Durante la noche se despertó varias veces con dolor en el pecho, agudo, punzante, pero no físico; era lo que solemos llamar un presentimiento, acostumbrado como lo estaba a no quedarse con ninguna duda, y ante la evidente imposibilidad de conciliar el sueño, el Doctor en Lengua estiró su pesada mano y tomó el celular para confirmar la hora, 2:30 a.m., indicaba la composición de los pixeles en la pantalla. —2:30 a.m., me vengo despertando cada 30 minutos desde la 1:00 a.m., eso quiere decir que no he pegado el ojo —Dijo en voz alta el Doctor aunque no tenía a nadie que lo escuchara, solo para confirmar lo obvio, costumbre que sus estudiantes solían reclamarle.

Permaneció allí en un rincón de la cama viendo hacia el frente y recorriendo con la mirada su biblioteca, a, b, c, d, propio de los estructurados, como a él mismo le gustaba llamar a las personas que a pesar de si mismos habían logrado acumular una pared de títulos, los metódicos, que pese a la falta del tiempo que todo el mundo se auto receta, se auto medican con disciplina para llenarse logros, ante este último pensamiento siempre sonreía, siendo Doctor le gustaba decir auto medican, aunque tenía claro que su doctorado no salvaría ninguna vida, sobre todo desde que había abandonado la creación para  dedicarse a la crítica literaria, en fin, propio como es de ellos el orden en medio del caos, que era finalmente como siempre terminaba esa seguidilla de auto halagos, continuó el recorrido hasta llegar al libro que buscaba.

“Dolores de muerte”, el título no era para nada creativo, y su contenido menos que científico, pero como estaba convencido que nada era nuevo, buscó durante años en todos los países cartillas, panfletos y gacetas y separatas que finalmente había recopilado y publicado durante su tesis doctoral literatura de la muerte, una justificación humana a la muerte.

Cualquier persona normal hubiera corrido a Google, a tipear los síntomas para encontrar como resultado dos opciones: cáncer terminal o la venta de algún suplemento de origen mediterráneo y oriental descubierta hace poco, y vendida por una red de mercadeo que había salvado miles de vidas a nivel mundial, y que ahora podía él comprar una membresía para vender el producto o comprarlo para él con un descuento.

Pero más que del dolor, este hombre estaba enfermo, profundamente enfermo de las enfermedades románticas, las realmente antiguas, estaba enfermo de angustia, de melancolía y padecía como quien muere de un tumor de un nihilismo que le atrofiaba el crecimiento de cualquier esperanza. Recorrió con desdén y desinterés propio su libro, en el fondo sabía a qué Capítulo iba a llegar, 33 página 207. “Sueños de muerte”, iniciaba así la página, y continuaba más adelante testigos de las premoniciones aseguran que los afectados habían dicho pasar la noche casi en vela, o apenas pegado el ojo, atacados por ardores, quemones, irradiaciones de dolor, que no tenían ninguna explicación física, lo único es que al igual que él la enfermedad era bastante indiferente frente a asuntos de raza y género, lo malo es que al igual que él la enfermedad era bastante pedante y parecía afectar solo a personas en posiciones de poder medio, es decir que en términos generales cualquier otra persona hubiera deducido con facilidad que lo suyo era estrés.

Un tanto decepcionado cerró el libro, y volvió a ponerlo allí junto con los otros, y con mucho calma se sentó de nuevo en la cama, tomó el celular para confirmar las hora: 3:20, curioso pensó, la gente suele pensar que el tiempo llega a su fin, cuando evidentemente deja de correr, y un síntoma, un buen síntoma que los demás habían pasado por alto, era que empezaba a hacerse eterno para el afectado, por eso los 40 minutos que le había tomado pararse de la cama, y caminar los 6 pasos en su aparta estudio hasta las paredes abarrotadas de libros, tomar el que quería y leer lo que quería leer, lo había sentido mucho m{as largo, pero eso no era lo peor, sino que ahora creía que le había tomado muchísimo tiempo teniendo cuenta lo poco que había hecho.

Caminó por su casa tratando de despertarse por completo, pero aunque él seguía somnoliento, algo había despertado en él, podía ver con claridad las diferencias y las sombras del pasar de los años en las cosas que lo rodeaban, el tiempo le abría los ojos, la sentencia era una sola, sonrió confiado, era previsible que así fuera el fin para él.

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