De los sentidos sin duda el más provocativo es el gusto, quizá tenga que ver el hecho de tener un par de kilos de más, sería lógico que lo relacionen con el peso, decía con una pequeña risa dibujada el escritor mientras comenzaba su discurso, lo hacía, saboreándose, con las manos en la espalda, con el placer en el rostro, y la mirada hecha fuego.
Mariana estaba leyendo nerviosa su texto, como toda estudiante de colegio perdía esa impertinencia juvenil cuando perdía el poder el anonimato, cuando sentía que como en todo banco o grupo, si era perseguida las demás la dejaban sola. Así que continuó, con esa fría y falsa postura de nada me importa, también tan propia de su edad.
Por sí solo puede sorprendernos y cuando se combina… ahhhh el paraíso queridos, el paraíso, porque nada puede vencer la fusión del gusto con cualquier otro sentido, el gusto y el tacto por ejemplo, las texturas invadiendo las papilas gustativas, los labios húmedos empapados, la firmeza de un arándano que juega en la punta de la lengua, la temperatura llenando la boca… e igual sucede con todos.
No es casual que El Buen Gusto sea considerado como lo es, un atributo admirable, y olvídense de las posturas acartonadas, o las distinciones sociales, el buen gusto no es como se piensa una postura elitista, la yema de huevo desparramándose sobre el arroz, es de buen gusto, siempre y cuando el huevo no esté con la clara cruda ni quemada, porque no es solo cuestión de estética, sino de naturalidad y de sincronización, de contrastes, de colores, de cortes, moldes y hormas, de encajar.
El gusto con el aroma, la mitad de la comida y de los orgasmos serían insípidos sin esta fusión no podrían mantener dura ni el miembro de un adolescente, el aroma es necesario, para darle al sexo su firma, su impronta, para irse con nosotros impreso en el pelo, en la barba, en el cuerpo, sin el olor el sexo es limpio y el sexo limpio es frívolo y triste.
Cuando terminó de leer esa frase, Mariana estaba sonrojada, podía sentir la lubricación escurriéndosele entre en los pequeños vellos de su pubis, y el calor sonrojándole las mejillas, la sangre acelerada, las palpitaciones recordando el aliento del escritor en su cuello, imaginaba de nuevo las manos recorriéndole las piernas, el temblor y el sudor de sus rodillas mientras daba vueltas en su cama, Mariana estaba excitada, como lo estaba al haber escuchado por vez primera las palabras en voz del escritor y recordaba perfectamente que eso la había hecho salir tras él, sujetarle la mano preguntarle por sus cuentos, pedirle que si podía entrevistarlo para una tarea.
Recordaba montarse en su auto, nerviosa, sentir que su humedad, tal y como ahora era abundante, y pensar que sin ropa interior el líquido que escapaba de sus pelitos y se impregnaba en la silla del pasajero, recordaba verlo suspirando, como si supiera, como si oliera su excitación y eso la hacía mojarse aún más.
Y en el trance que se encontraba continuó hablando, el gusto con el oído también combina por que el golpeteo de una lengua contra unos labios hinchados, contra un clítoris endurecido, dirigido como una sinfónica por los gemidos, se hace imprescindible, magnánimo y encantador, un crescendo, un coro exaltado digno de un aplauso.
Y calor que Mariana sentía ahora se trasladaba a sus compañeras, el mismo profesor estaba sonrojado y tenía la respiración entrecortada, su lengua, no la del escritor calentaba a 30 adolescentes que al igual que ella sentían en sus tetas la ausencia de una mano, de un agarre firme, de una lengua hábil, sus nalgas extrañaban la sensación de una pelvis rozando contra ellas y toda intentaban cruzar las piernas para estimular y controlar al mismo tiempo la excitación que se apoderaba de ellas.
El gusto, el gusto lo vale todo, así que por eso escribimos, esa era la respuesta, escribimos por deseo, por el vil y humano placer de escribir, por sentir las letras golpeando contra nuestro paladar al leerlo en voz alta, por sentir la respiración agitada, el miedo, la rabia y el dolor que imaginamos, escribimos porque podemos, aunque tú no nos leas.