Ximena era una mujer curiosa, tenía la piel del color de una bolsa de empanas, y al mismo tiempo unos pómulos pecosos que servía solo para confirmar lo evidente, Ximena era mestiza, una combinación exquisita, aroma, cuerpo, textura, tenía esa facilidad para generar imágenes, sabores… era un mecatico a la vista.
De pocas palabras y de ojos gritones, tal vez era callada porque no necesitaba decir mucho, las pupilas se le abrían en un rango amplio de palabras, el ceño se le fruncía en un doloroso valle de insultos, la nariz pequeña y redondeada barría con facilidad una larga lista de disgustos, ella podía decirlo todo sin abrir la boca.
Edi en cambio, era uno de esos tan comunes, como moneda pegada al suelo del bus, como un candado al lado de otro candado en una reja llena de candados, lleno de significado vacío, de una habladuría esparcida, pero sin nada extraordinario, de esos que saben que carecen y por eso niegan a callarse, no pierde la oportunidad para hacerse notar, necesita que lo vean, y aunque habla, aunque grita, parece que no dijera nada, su rostro apaciguado, inmóvil, tieso, es incapaz de expresar algo, habla porque necesita decir, porque necesita contar y el resto de su cuerpo no sabe transmitir otra cosa que silencio, era en el mejor de los casos la noche de copas de una despechada, la venganza de una amante olvidada.
Ella era el vaso medio lleno, él un vaso roto y vacío, la una con ganas de desaparecer, de no destacar, molesta, siempre molesta por la frivolidad con la que la vida parecía tratarla, bajo una falsa idea de facilidad, no era fácil estar siempre en medio de la luz, nunca ser perdida de vista, no ser nunca anónima, ella tenía ese algo natural que atrae, que te hace girar e inclinarte, parecía tener control sobre las quijadas y todas giraban al verla pasar. Ella lo odiaba. Y no era solo su imagen, su voz era igual, diferente, llamativa. Estaba condenada a la atención pensaba. Lo había pensado tanto que se repetía a la tensión y se reía, quizá sea la única que lo haya notado, que la tensión viva dentro de la atención siendo ignorado.
Justo en eso pensaba y mientras lo hacía maldecía, se maldecía, a su reflejo sobre los charcos de agua en la acera, a los que miraba para evitar las miradas en la calle, y poder ignorar con éxito los mamacita, los venga le quito ese malgenio, la simple y vulgar existencia de los otros, y hubiera seguido así cabizbaja huyendo del reflejo de su imagen en ojos ajenos, pero él la cruzó en el camino, la algarabía en la que andaba era imposible de disimular, y aunque el ruido era real, él no, la gente escuchaba la bullaranga pero no recordaba a quién la hacía, y al verlo no puedo evitar plegar sus mejilla, retraer su nariz y abrir los ojos como quien sin saberlo confunde el pimentón con el rocoto.
Él no dejo pasar el gesto desapercibido, y hablador como siempre la abordó sonriente, acostumbrado al no, al olvido, disfrutó un segundo su atención, y al verlo pasar así frente a ella pensó, pobre, es insignificante, y de nuevo agachó la cabeza y sonrió a su reflejo en los charcos, y sonrió bajito, que suerte tengo de no ser ese renacuajo.