El cuarto estaba en silencio, ambos ausentes y era perfecto, cada uno había entrado en esos “tiempos perdidos” en los que el mundo puede terminarse y uno ser feliz con el final, esos que se sienten al estirarse cuando estamos despertando, o los breves segundos que le siguen al primer beso del encuentro, al primer mordisco, la reacción a una comida deliciosa, al buen sexo, a una buena noche de sueño, al deber cumplido, al finalizar un proyecto; y por eso parecía que todo iba bien.
Él ya no recordaba al atorrante que lo mortificaba en el trabajo y frente al que nadie haría nada porque estaba mejor conectado que el resto, ella no tenía que lidiar con la mirada de sus compañeros de trabajo, ni colegas, siempre condescendientes y burlonas, y por eso estaban felices, por el olvido, no tenía nada que ver con el sexo, ni olor a sexo, tampoco con el licor, ni la piscina fuera de su cabaña, no tenía ni siquiera que ver con estar ahí, era precisamente el no estar lo que los hacía felices.
Habían olvidado también que era momentáneo y eran lo suficientemente maduros para no arruinar el momento indagando sobre su causa, ni sobre como perpetuarlo, eran inteligentes y el trato era simple, no preguntar nunca nada, ese era el truco perfecto, verse como quien ve una película, entenderse como un instante, después de todo, nada es más eterno que eso.
Así que en silencio y aún con la sangre palpitándoles en los oídos continuaban acostados, desnudos, agotados, ella acompañaba su silencio con una respiración profunda, con hacerle cosquillas rosando la yema de sus dedos alrededor de sus senos, y recorriéndola por el vientre hasta lo alto del pubis, donde los vellos cortos resistían al contacto, con firmeza y cedían con delicadeza ante cualquier presión.
La última hora era esta, la más íntima y la mejor, no importaban las otras cinco que pasaban arrancándose la ropa, ni rasgándose la piel, no se comparaban a ese momento, ninguno era tan íntimo como esos donde ambos se ausentaban en compañía del otro a disfrutar de sí mismos, y no lo sabían, pero no necesitaban saberlo para disfrutarlo, la ignorancia es felicidad y es intrascendente, además porque ser consciente de un olvido, lo transforma en recuerdo y culpa.
Por eso seguían ahí explayados, con las cosquillas bajo la piel, con el leve mareo que inundaba sus mentes, en ese vaivén de endorfinas, el futuro fuera de misterioso era ignorado, el pasado irrelevante, solo una gran ola de presente, sobre la que los dos flotaban.
El sonido del teléfono siempre inoportuno, los despertó
Sí, no, entiendo, sí, está bien, muchas gracias.
¿Qué querían?
Deseaban saber si íbamos a postergar la estadía, de lo contrario debemos realizar el check out en la próxima hora.
¿Crees que lo saben?
¿Qué cosa?
Que esa llamada lo arruina todo… que lo que cuenta no es el comienzo, ni el final, ni el viaje, sino esos momentos donde no hay nada más.
No, si lo supieran comenzarían a cobrar mucho más por la última hora.
Muy bueno. Hay mucha filosofía en tus cuentos.
Abrazo.
Gracias Leandro. Me alegra que te gustara. Un abrazo fuerte