Los congresos deportivos suelen reunir especialistas en muchas disciplinas. Fisioterapeutas, kinesiólogos, entrenadores personales, sicólogos deportivos, profesionales en deportes, técnicos, administradores, dueños, representantes, personalidades; además son un lugar ideal para encontrar viejas glorias vendiendo libros, a gurús prometiendo revolucionar los equipos, al deporte con nuevas técnicas de entrenamiento, nuevos suplementos, dietas, pabellones y pabellones de personas buscando ventajas para consolidarse. Y en ese lugar algo llamaba la atención, el Zorro Pérez dictaba una charla sobre veedores: Caballos Negros, donde prometía tips para elegir a las revelaciones del deporte.
Al Zorro hace algunos años le habían empezado a decir también el Topo Pérez, porque pese a su fama había hecho una pésima jugada. Después de mucho ahorrar había gastado todos sus ahorros en comprar al próximo Grande, y con la pérdida de su inversión, también se había llevado su credibilidad, pero tenía que escucharlo, después de todo había descubierto boxeadores como Orejas Martines, nadadores como el Renacuajo Valenzuela, Golfistas como el vigilante García. Era alguien que había encontrado un representante digno en cada área donde había trabajado, merecía ser escuchado.
Cuando encontré el pabellón pude ver su libro en la entrada: «Apuéstele al perdedor», un título provocativo, pero no muy inteligente y cuando encontré mi asiento el Topo, empezó:
Es una de esas cosas que solo se notan cuando es poca. La diferencia debe ser casi imperceptible, de lo contrario los implicados no se lo tomarán en serio, la competencia requiere casi iguales, si no lo son, si la brecha es demasiado grande, el que esté atrás será consciente de sus posibilidades, y el que va al frente no se esforzará nunca por dar lo mejor, porque no lo necesita.
Esto aplica para la academia y para el deporte, para el cortejo, para el sexo, para la vida profesional, para la ropa, no basta que exista la posibilidad. Necesitan la ilusión, eso que los impulsa al casino, la ignorancia de su parte, la de no saber quién tiene más probabilidades de perder.
Quien lleva la ventaja tiene miedo de perder frente a alguien que le pisa los talones, y muchas veces su miedo vendrá no solo de sentirse reemplazado, sino envejecido, porque a esto podemos agregarle una variable más, los años. Está bien ser joven y ser imbécil, irresponsable con uno mismo, está bien ser laxo. La verdad es que no lo está, pero la gente cree que lo está. Sienten además que si se esfuerzan un poco más pueden compensar, lograrlo, cumplir. A esa gente le aterra la idea de perder su excusa, su vida, su irresponsabilidad, su incapacidad de asumirse, el hecho de que ya no van a tener tiempo para aplazarse. Si pierden, pierden contra sí mismos, contra sus decisiones. Pierden contra todo pronóstico porque habrán desperdiciado todo y cada una de esas cosas hará que su derrota sea más grande y más humillante.
Quien lleva las de perder en cambio, suele tener algo más, algo que los demás pierden, la necesidad de probarse a sí mismos que merecen más. De nuevo, su desventaja tiene que ser poca, porque hay brechas que no podés cerrar, y no significa que todos puedan cruzarlas. Necesitas ver que el otro está cerca, no para perseguirlo sino para estudiarlo, sus puntos fuertes, los débiles también, pero especialmente los fuertes, porque para ellos, para los que vienen de atrás no es tanto el derrotar al otro, sino el de trabajar su victoria, mejorar, pulir, una vez al menos, una sola vez piensan.
Así que escójanlos bien. Críenlos con respeto y disciplina. Entiendan que el talento pertenece solo al mejor; a los demás los hace el carácter y la disposición. No hay dos distintos, ni dos iguales, el mejor está solo arriba, los demás están juntos abajo.
La desventaja, muchas veces – presten atención-, puede ser física, faltar un diente, una uña, un lunar, tener los pies pequeños, la boca grande. Busquen a esos que se van a repetir, que no los escogieron como jugador porque no eran bonitos, a los garetos, busquen a los que tengan algún complejo, cabezones, orejones, bajitos, que tengan técnica. Busquen a los introvertidos, a los que no dicen mucho de ellos, pero que cuando tocan el balín, cuando agarran la raqueta, o se montan a la bicicleta, se juegan la vida por ese momento. Busquen a los que tengan la desventaja, pero solo escojan a los que tengan la rebeldía de callarla.
—Topo
—Zorro.
Le corrigió él de inmediato a alguien que le hacía una pregunta.
—Y si esto es infalible, explique lo del Feo Ricaurte.
Buena pregunta. Un último consejo, nunca den un adelanto. Porque cuando los que vienen de atrás pierden su desventaja, no tienen ni idea de lo que es ganar algo para ellos mismos. El Bonito Ricaurte se operó todo lo que lo traumaba, y con eso se le olvidó hasta amarrarse los guantes.