¡Vacaciones!

—La gente no lo entiende, decía Sebas mientras estaba boca abajo, extrañamente a gusto, en la camilla del consultorio clínico, mientras la enfermera lo miraba un poco extrañada. El hombre de 35 años acababa de ingresar caminando, visiblemente lastimado; era cierto que sus heridas no eran graves, no corría riesgo de morir y no tenía ningún órgano comprometido, pero parecía un puercoespín, y no le importaba.

—Discúlpeme ¿Qué le resulta divertido? Le preguntó finalmente la enfermera, ¿qué es lo que no entendemos?

—Las vacaciones, todo el concepto. Ve a la rubia afuera en la sala de espera, la que está fúrica, debe estar roja de gritar por el teléfono, quizá frente a la ventana, o afuera caminando frente a la entrada. Bueno, ella es mi esposa, y como puede ver, cree que acabo de arruinar las vacaciones, pero la verdad es que acabo de salvarlas

—¿Salvarlas? Tiene más de mil espinas clavadas en la espalda, vamos a pasar toda la tarde aquí extrayéndole cada una de ellas y créame, va a dolerle. Es como si hubiera saltado sobre un campo de cactus con la intención de que esto pasara, dijo ella en un tono atónito, visiblemente sobresaltada e indignada. Alguien más podría necesitar nuestra ayuda, alguien más podría necesitar nuestra camilla, somos un pueblo chico, no hay mucho personal y para colmo, ni siquiera se ve apenado o arrepentido.

—Esa la parte que quizá no entienden. Usted creció acá, ya sé que siempre debe haber escuchado de los accidentes que tienen las personas haciendo sandboard en las dunas de cactus, y seguro que siempre escuchó que un imbécil, un turista, un idiota o un borracho se habían accidentado, siempre le han contado lo malo, conoce solo la consecuencia y la acepta como el resultado total, está mal, todo está mal.

—No es el resultado lo que importa. No es este momento. Está mal verlo en el corto plazo, piense, en mañana, en el domingo, dentro de un mes, quiero que piense en los próximos seis meses cuando esté junto a sus familiares y amigos y estén sin mucho que contar, piense en esa vida cotidiana en la que la monotonía se apodera hasta de sus historias, en ese momento, en un silencio incómodo usted recordará verme llegar, en bermudas, descalzo, con pequeñas hilachas de sangre y sonriendo, podrá hablar de cómo mi amabilidad le pareció sospechosa, de cómo la tranquilidad la hizo pensar que estaba drogado, hablará del regaño que me dio y de todas las otras cicatrices que tengo, de las fracturas que mostraron las radiografías, son 26 en total hasta ahora, y podrá rescatarlos a todos del tedio, estarán todos muertos de risa, cuando usted hable de cómo voy a gritar con cada espina, hasta el número de espinas, hablará de las que tenía más enterradas, de la que casi se les escapa, quizá hablemos de esa que vamos a olvidar y que van encontrar cuando al pasar los días pesista el dolor.

Quizá hablemos de las que están en las nalgas, o no si usted no prefiere mencionar detalles. Quizá y con un poco de suerte haya alguna que haya atravesado el tatuaje de corazón con el nombre de mi esposa, ¿entiende?, un corazón flechado en un trasero con forma de corazón, es un chiste fácil.

Yo estoy salvando al mundo del aburrimiento enfermera, mi esposa contará esta historia durante años y será la graciosa del grupo. Yo seré un subnormal y ella compasiva, responsable, estoy también salvando mi mundo, porque mi trabajo exige que la vida sea seria, calculada, ordenada, mi vida cotidiana implica orden y disciplina y fuerza. ¡Ah! Pero mis vacaciones… son vacaciones. No más de lo mismo, y sí a todo lo que sea ridículamente divertido, mejor si es peligroso y mucho más si tiene consecuencias.

La enfermera sonreía. —En algo tiene razón, la historia voy a contarla, salvará reuniones, pero la historia de la nalga y el corazón no será la mejor, dijo mientras empuñaba las pinzas, porque hoy empezaban mis vacaciones, justo en el momento que usted entraba, ahora tendré que trabajar toda la tarde.

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