Cajas de Pandora

Por días como hoy, la esperanza es mezquina, pensaba Felipe. Días donde había hecho calor en cada lugar cerrado donde había estado, pero en los que también, había llovido cada que salía a la calle. Los días así odiaba el clima temperamental de su ciudad y deseaba vivir en Lima donde nunca llueve. —Qué suerte la de los limeños, pensaba. Nunca tienen las medias ensopadas, jamás han salido de casa con sol y llegado a la esquina juagados por la lluvia.

Pero el caso no era la lluvia, no específicamente, el caso era que su vida se sentía así, a donde iba le parecía que llevaba una piedra en el zapato, llevaba siempre una maleta ceñida con un peso fuerte, con las correas tensas marcándosele en los hombros cansados, con dolor, un dolor de espalda creciente. El problema es ese, la vida se ensaña en crear momentos donde la esperanza parece resguardarse en el último rincón, en el Aleph más diminuto, sin necesidad alguna. ­—Eso es lo que me caga ­pensó, finalmente.

El caso es ése, el mundo se imbuye así mismo como héroe de un colapso que ha generado. Te tira abajo, te molesta, te provoca, te acorrala, hace que muestres los dientes, que aprietes los puños, prueba tu guardia… y te mira ahí indefenso, pensaba Felipe, ¡Ah! Y en ese momento cuando todo está oscuro entonces vuelve, aparece con un halo de luz cálido, con una mentira latente: he ahí la razón para continuar, para no desfallecer, la migaja, la pequeña dosis a la cual aferrarse.

En especial hoy porque era un día difícil, largo, extraordinariamente largo incluso para él que siempre era el primero en llegar y el último en irse. Hoy estaba cansado, alguien se había tomado su café y dejó su taza sucia en el lavadero, alguien más, o peor, quizá la misma persona se había comido su postre, y, otro, había regado agua sobre su pantalón. La suerte te tienta, pensó.

Para colmo había recibido un regaño injusto por su jefa, su ex mujer, no era la primera vez, y era uno de esos problemas que creía superado. Casarse con una niña rica y hippie que creía más en las energías y las ilusiones del mundo que en la realidad y en sus actos, había sido un acto torpe, aunque tierno. Era un gesto noble pero estúpido. Y ahora cada cierto tiempo cuando la luna estaba en piscis, y mercurio retrógrado asomaba, su vida era un infierno, gracias a una niña egoísta que en medio de una rabieta, usaba su poder para castigarlo por su abandono y a ese infierno debía sumarle la lluvia

Lo extrañaba, le había dicho. —Extraño tu sexo desenfrenado, tu fuerza partiéndome en dos, extraño tus dientes en mis hombros y tus labios entre mis piernas, haces un sexo oral tan rico, con vos es tan rico coger; eso recordaba, eso le había dicho. Por desgracia él estaba ocupado y con su torpeza característica no había tenido el tacto para excusarse bien, para negarse con elegancia, fue tosco, y ahora paga las consecuencias. Aunque también la extraña, el olor de su sexo, el sabor de su sexo, aunque también piensa a veces antes de dormir en cogérsela de nuevo, en la cocina, mientras ella intentaba que la visita no se diera cuenta, mientras fingía buscar algunos bocadillos o calentar leche para un café. Ella no sabía, él la pensaba, pero él no sabía decírselo.

—Al final, quizá sí sea mi culpa de que la vida sea una mierda, pensaba al terminar su día, mientras que volvía a llover sobre él, mientras que caminaba cansado con su maleta que ahora pesaba más.

—¿Va al metro extraño?, le preguntó una chica de su curso distrayéndolo. Hace frío, quizá podríamos ir mejor a otro lugar, lo dijo con una mueca inocente y maliciosa, señalando un motel cercano, brindándole finalmente esa gota de esperanza.

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