Es un pequeño ataque de pánico, la imagen puede cambiar, pero lo que genera es lo mismo. Es un zarpazo que destroza todo el pecho y que rasga desde afuera hacia el centro, luego hacia arriba, el corazón se desprende, las manos pesan, y es imposible pensar si quiera una idea. Sabes que estás acabado y que no importa lo que sepas, lo que haces, eres común y mortal, eres estúpidamente humano, todos somos genios en la ducha e imbéciles tullidos en el inodoro.
Lo sabía bien y lo confirmaba justo ahora, a la media noche, al sentarse en el baño de la oficina donde había decidido quedarse a trabajar para evitar las ganas de sexo de su mirado. El llanto de los niños y la bulla de los vecinos. Necesitaba de alguien, quien fuera, pero no tenía nadie a quien acudir.
Su falda de marca de colección, su ropa interior de marca, sus medias invisibles con tiras de silicona, de marca, su camisa, de marca, y su diminuto bralett era la único que la acompañaba. El celular estaba apagado así que la idea de despertar en medio de la noche a su practicante y hacer que fuera hasta la oficina a llevarle un poco de papel, aunque buena, era inútil. Podría gritar y esperar ayuda de uno de los vigilantes de la ronda, pero se había quejado de ellos y había hecho que cancelaran las duchas por lo que ahora no podían ir en bicicleta al trabajo y sabía que ellos lo sabían, así que pedirles ayuda no era una opción.
La felicidad del estreñimiento terminado la hizo salir corriendo sin su bolso, donde tenía su papel higiénico húmedo de marca. Pensó también en usar el informe de aprovechamiento que recursos humanos le había dejado en su escritorio sobre los comportamientos que debía modificar dado las observaciones presentadas por sus subalternos, pero está lejos, no va a caminar sosteniendo sus nalgas abiertas y en tacones hasta su escritorio como un pato, ni mucho menos como puta barata en fiesta de narco.
La sola imagen de que quede alguna prueba la atormentaba, así que se desnudó por completo y caminó inclinando su cuerpo mientras halaba sus nalgas evitando tocar o tocarse, baño a baño, pero no encontró papel, ni rastro de éste en ninguno de las cabinas. De noche los guardan, recordó; ella había corrido el rumor meses atrás y apenas ahora lo recordaba, había convencido a Felipe el bigotón de administración de que en las noches los celadores venían a robar papel, y pese a la molestia de hacer que la última empleada de servicio generales los recogiera cada noche y que el primer empleado de la misma área tuviera incluso que llegar una hora antes que el resto para volverlos a poner, lo pidió. Ahora estaba ella ahí, en medio del baño, levantando las nalgas para no embarrarse en tacones y desnuda. Era una imagen patética.
Como pudo intentó acercarse al lavabo y tomando agua del grifo intentaba limpiarse sin hacer mucho desorden. Pero el piso mojado y los tacones de agua no eran compatibles, y en un movimiento brusco la punta de goma perdió la fricción, y ella el control, cayó de nalgas, embarró el piso, y al intentar pararse se resbaló de nuevo, con tan mala suerte que esta vez se dio de cara contra la loza.
A las 5 de la mañana Gustavo, el joven celador la encontró desmayada sobre un rastrillón de mierda seca.