Nacieron con los nobles, para denominar su posición y su valor, para diferenciar a los hombres, para separarlo incluso de su nombre, quien ostenta un título, es a menudo despojado de su propia personalidad, carece de libertad y de esperanza.
Con el tiempo dijo él mirándola a lo lejos, luego migraron, se transformaron, quienes más lo entendían o lo entienden son las sociedades tribales, allí te ganas tu nombre, tus proezas, tus características, la noche en que naciste, la forma en qué naciste… el nombre es una consecuencia, en las sociedades civilizadas es más un deseo, una imposición al destino, una demanda ridícula a la historia, incluso una usurpación, ahí van Facundos, nombrados así por cantantes, Pablos que no saben ni agarrar un pincel, Alejandros que no conquistan ni en una orgía…
Luego cambiaron más, llegaron para reivindicarnos los apodos, abreviaciones, asociaciones, narrativas propias que nos permiten apropiarnos de lo ajeno, él tiene nombre, dicen las mamás atormentadas, no le diga así, yo ya lo he nombrado, dicen ellas autoritarias, pero sus nombres no importan, no tienen peso, son nomenclatura vacía.
Los amigos, los amantes, nombran y dan vida y significado, se apropian de algo nuestro, de una forma de ser de la que muchas veces ellos son evocadores, hay a quienes incluso en su propia casa ya no se les reconoce por su nombre, su apodo es más sonoro, tiene fuerza, sonoridad…
Dio una calada larga mientras la miraba fijamente a lo lejos, sus labios rojos, sus ojos pequeños, su tez pálida, sus tatuajes… agitó su vaso, olió su escoses, como un oráculo mirando al cielo, ella por ejemplo no se llama Margarita, no es mía bajo ese nombre, ella es una copa de vino, una damita, una boquita coqueta, pero no Margarita, ella es RedVelvet, Primavera… no una flor más.
—Y ella lo sabe, preguntó por fin uno de los que disfrutaba la conversación, —No, no todavía, quizá nunca lo sepa, pero es un arrebolito, un verdemar, una alegoría estética, ella es orgasmo y ganas, ella es, podría llegar a ser.
Quizá no lo sepa, repitió y entonces yo seré cobarde, miedoso, pureta, fracasado, quién sabe, yo confirmaré muchas dudas ya en mí depositadas y tampoco seré las posibilidades que su boca me brinda, ni el hablador, ni el profe, ni el relator, no contaré nada, así que tampoco seré el cuentero, mis títulos no serán nobles sino condenatorios, una lápida caminante con la palabra: Miedoso
—Y por qué no le dices
—Evitando el miedo al rechazo como factor obvio, también está la adicción a lo probable, el juego de lo azaroso, el gato de Schrödinger, que es y no es, el que recibe el coqueteo, al que tientan y al que intentar tentar.
Quizá porque sigo disfrutando de la posibilidad de que ella sea, más que de la seguridad que traiga con ella su voz, de ser o no ser, tenía razón el inglés, esa parece ser la cuestión, qué titulo ostentar, que ganarse o qué perder.
—Estás cagado del susto
—Sí, por lo menos por otro par de escoses así será.
Me encantó la frase «Pablos que no saben ni agarrar un pincel, Alejandros que no conquistan ni en una orgía…» muy apropiada la analogía. ¡Gran texto!
Muchas gracias, me alegra que los disfrutaras.